Julián se sentó en un banco del parque al que acudía cada mañana para descansar unos minutos mientras comía el mendrugo de pan duro que constituía su almuerzo. No fue fácil para un hombre que había entregado treinta años de su vida a la empresa en la que empezó como aprendiz a los 16 asumir que probablemente no volvería a encontrar un empleo. Poco importó que hubiera sido un trabajador ejemplar, que en treinta años no hubiera faltado más que cuando nacieron sus dos hijos y cuando murió su madre. Poco importó su compromiso intachable cuando la multinacional decidió cerrar la planta española por haber dejado de ser rentable. Se ve que en la República Checa los sueldos eran aún más ridículos y los empleados estaban dispuestos a trabajar más horas.
Julián se preguntaba ahora qué sentido había tenido aceptar las sucesivas reducciones de salario y los incrementos de jornada. En realidad no habían hecho más que alargar la agonía. A la hora de la verdad nada importaron los sacrificios. Todos a la puta calle con una indemnización vergonzosa que quizás algún día acabaran cobrando del Fondo de Garantía Salarial. Seguir leyendo «Chatarra»