Han pasado más de cinco meses desde la publicación de Días de arañas, buitres y ovejas. Una semana antes del acontecimiento escribía:
«El 13 de abril de 2023 se ha convertido ya en una de las fechas más significativas en mi vida. Puede que dentro de unos años no la recuerde, pero eso querría decir que la llegada a las librerías de Días de arañas, buitres y ovejas pasó sin pena ni gloria. Así que no, voy a ser optimista y voy a pensar que la seguiré recordando y que cuando lo haga, sobre todo, reviviré la sensación de euforia, salpicada con cierta inquietud y bastante entusiasmo, que me posee ahora».
Lo que recuerdo de aquellas fechas es, efectivamente, la ilusión por emprender el camino junto a una editorial seria, como ha demostrado ser Velasco Ediciones, y cierta presión por que el libro se vendiera. Ya había (auto)publicado varias novelas anteriormente, de modo que esta vez la ilusión no consistía solo en verla en los escaparates; ir de la mano de una editorial suponía subir de nivel. La presencia en las librerías la daba por hecha, así que el reto ahora se encontraba en ser capaces de llegar a lectores desconocidos; cuantos más, mejor.
¿Cuál es el balance? Positivo, desde luego. Aún no tengo números sobre ventas ni devoluciones, pero si me he de guiar por las sensaciones, son buenas. Al menos eso es lo que me trasladan las personas que la han leído. No quiero parecer presuntuoso, pero tampoco pecar de falsa modestia: ya sabía que la historia es buena y que está bien escrita. Siete años de trabajo han de servir para algo. Sin embargo, eso no es garantía de nada, porque cada lector es un mundo. Lo más positivo, que cinco meses después tengo la impresión de que todavía nos encontramos al inicio del camino, y eso, en una sociedad en la que nos estamos acostumbrando a que cualquier propuesta envejece a los cuatro días, me parece todo un logro.
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