‘Días de arañas, buitres y ovejas’ llega a las librerías

El 13 de abril de 2023 se ha convertido ya en una de las fechas más significativas en mi vida. Puede que dentro de unos años no la recuerde, pero eso querría decir que la llegada a las librerías de Días de arañas, buitres y ovejas pasó sin pena ni gloria. Así que no, voy a ser optimista y voy a pensar que la seguiré recordando y que cuando lo haga, sobre todo, reviviré la sensación de euforia, salpicada con cierta inquietud y bastante entusiasmo, que me posee ahora, a menos de una semana del feliz acontecimiento.

Debo reconocer que estas sensaciones eran más acentuadas diez años atrás, cuando preparaba la autopublicación de El viaje de Pau, mi primera novela. Pero aquello tenía mucho que ver, también, con la inconsciencia. Como no tenía ni idea del funcionamiento del sector editorial, me creía capaz de todo. De forma que mi euforia era mayor, al estar convencido (alimentado por la ignorancia) de que yo podía cambiar las dinámicas del mercado. Menudo juntaletras pretencioso.

Vale, un poco sí. Pero no me fue mal del todo. Obviamente, no cambié dinámica alguna; sin embargo, la experiencia fue muy enriquecedora, y me permitió aprender todo lo que ignoraba. Sobre esto he escrito de manera casi recurrente, así que no voy a insistir (al respecto, aprovecho para recordar que, junto a Toni Cifuentes, otro osado inconsciente de gran talento, escribimos un librito muy interesante que titulamos Cartas a un escritor, ¿cómo escribir un best-seller?).

Ahora es diferente. Días de arañas, buitres y ovejas es mi quinta novela, así que la ilusión por compartirla con el mundo carece de la frescura inocente de la primera vez, lo cual no tiene por qué ser negativo. Sí es la primera vez que me publica una editorial, Velasco Ediciones, con lo que estoy viviendo y voy a vivir de forma inminente nuevos desafíos. Al final, de eso se trata, de afrontar nuevos retos, de plantearte otras metas y experimentar nuevas aventuras.

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La recacha cumple diez años entre libros

A finales de 2012 había acabado de escribir El viaje de Pau, mi primera novela, a la que había dedicado un año muy intenso. No sabía nada sobre el mundo editorial, y mientras esperaba el veredicto de un pequeño certamen literario llamado Premio Alfaguara y/o la respuesta de sellos modestos como Planeta a los que, generosamente, había ofrecido la posibilidad de publicar mi ópera prima, me puse a chafardear en la blogosfera. 

Llegué a la rápida conclusión de que un blog era un buen espacio para poner mis (siempre interesantes) reflexiones al alcance de ávidos lectores y, de paso, ir calentando el ambiente para cuando se publicase mi libro. 

Fueron llegando algunas cartas de rechazo, intercaladas con sorprendentes propuestas en las que pretendidas editoriales me pedían compartir el esfuerzo económico que suponía un nuevo lanzamiento. Nada, 2500 eurillos por aquí, 4000 por allí. Con la mosca detrás de la oreja, empecé a sospechar que conseguir que te publicaran un libro o ganar un premio literario no era tan sencillo; y eso que la historia que yo había escrito era la bomba. 

He de decir que, además de no saber nada del sector editorial, tenía una idea bastante vaga de lo que era una buena novela; aunque de esto no fui consciente hasta algún tiempo después. 

Total, que en mis incursiones en la apasionante comunidad bloguera descubrí a un buen número de autores que autopublicaban sus obras. La gama de motivaciones era muy diversa: desde quienes ambicionaban petarlo con un ebook en Amazon, sin prestar mucha atención a cuestiones tan secundarias como la ortografía, el estilo o la coherencia; hasta quienes, adoptando una actitud profesional (por supuesto, prestando toda la atención a esas tediosas cuestiones secundarias), habían tomado el camino indie asumiendo todas las consecuencias. Eran auténticos militantes de la autopublicación. 

También había quienes habían optado por ella como una opción puramente pragmática. Se trataba de una vía para dar a conocer sus obras mientras disfrutaban de la experiencia y aprendían todo lo posible durante el proceso

No tardé en perder los prejuicios respecto a los autores indies. Conocí a algunos con mucho talento, que se movían con gran soltura al margen del circuito tradicional. De verdad, algunas de las mejores historias que he leído en mi vida las descubrí así. 

Conclusión: la autopublicación era un camino muy legítimo, y hacerlo bien no sólo era una cuestión de respeto a uno mismo y a los posibles lectores, sino también una inversión a futuro. Desde luego, hacer las cosas lo mejor posible, siempre lo es. 

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V Congreso de Escritores: los secundarios protagonistas de Soledad Puértolas 

«Cuando entré en la Academia lo hice acompañada de los secundarios. Son los personajes clave de cualquier novela. Sin secundarios, no hay novela; son quienes contribuyen a crear la personalidad del protagonista. El personaje poco visible es el que permite que el héroe se defina. En su trato con los secundarios, se configura el retrato de su personalidad».

Revisando las notas que tomé durante el V Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles, me encuentro con esta joya de Soledad Puértolas, una de las muchas que nos regaló tanto en su conferencia inaugural como durante la charla que mantuvo con el editor Cristian Velasco

Los personajes secundarios son mi debilidad. Me encanta crearlos, dotarlos de una entidad que haga querer al lector saber más de ellos, quedarse incluso con las ganas de continuar su historia, aunque ni yo mismo la conozca. De hecho, un personaje secundario de mi segunda novela, Con la vida a cuestas, es el protagonista de Días de arañas, buitres y ovejas, que muy pronto será libro gracias a la complicidad, precisamente, de Velasco Ediciones. Y lo es porque yo mismo me quedé con las ganas de saber más de su historia. 

«Cuentas de los personajes lo que sabes de ellos, y cuando acaba la novela te das cuenta de que conoces cosas que no has podido explicar. Eso es un poco triste, porque significa que durante la escritura de la obra no los hemos llegado a conocer bien. Es inevitable que los personajes se te escapen», decía Soledad Puértolas. 

Si escribes, quizás te haya pasado que alguien que haya leído alguna de tus historias te pregunte cómo sigue la trama de tal o cual personaje, que puede que hayas dejado intencionadamente abierta; bien porque no tiene un interés particular para la trama principal, bien porque precisamente el interés radica en no resolverla, bien porque no tienes ni idea de cómo continúa. A mí eso me parece mágico; que un ser de ficción adquiera tal relevancia en la mente del lector, que lo llegue a sentir casi (o sin casi) como una persona real, que incluso se preocupe por su futuro. El futuro de un ser ficticio. ¿No es fascinante? 

La semana pasada escribía: «Me gusta que los personajes que creo me acompañen toda la vida», y me gusta porque cada uno de ellos es de verdad un compañero, mucho más que una creación accesoria para dar sentido a una historia. «En el momento en que surgen los personajes, dejamos de estar solos. Es una compañía extraña, pero enriquecedora, porque los vamos conociendo conforme avanzamos juntos», le contaba la académica de la lengua a Cristian Velasco. 

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V Congreso de Escritores: días de libros y risas 

Pienso en cómo enfocar este artículo y se me acumulan tantas imágenes, sonidos y sensaciones diferentes, todas positivas, que no sé por dónde empezar. Había ganas de Congreso. Habían pasado cuatro años y medio desde el anterior, que se dice pronto, y ya tocaba volver a vernos en persona, que las pantallas, por útiles que sean, todavía no son capaces de recrear el placer que supone una charla cara a cara, y mucho menos un abrazo, o mil. Y espero que nunca lo logren. 

El Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles (que, ahora sí, parece que va a perder definitivamente la N a cambio de una M y una C) es un evento especial. Por el nivelazo de las ponencias, sí; porque se celebra en Gijón, y todo lo que sea viajar a Asturias ya es un gran punto a favor; pero, sobre todo, por la conexión humana que es capaz de generar. El derroche de emociones que se experimenta en tres días resulta de una intensidad difícilmente comparable con nada que haya vivido anteriormente. Y si en las ediciones anteriores quedé maravillado, lo de este año ha sido la bomba.

Soledad Puértolas y Cristian Velasco

Podría hablar de la magistral conferencia inaugural de Soledad Puértolas, que nos contagió a (casi) todos los asistentes unas ganas tremendas de releer El Quijote en busca de esos aliados (aliadas, sobre todo) del ingenioso hidalgo que tan deliciosamente nos descubrió, o de la conversación literaria posterior que mantuvo con el editor Cristian Velasco. Sin duda, fueron dos de los momentos más destacados del Congreso. 

Junto a Gonzalo Moure y Mónica Rodríguez

Podría referirme a la maravillosa charla entre Mónica Rodríguez y Gonzalo Moure, dos de los principales autores de literatura infantil y juvenil del país, que nos acercaron a la creatividad inagotable de niños y niñas y cómo a través de las historias se conectan mundos tan diferentes como el que viven los refugiados saharauis y los escolares españoles. 

José Luis Martín Nogales, María Jesús Mena y José Luis Díaz

Podría poner en valor la crítica literaria, a través del diálogo tan exquisito que protagonizaron el crítico y escritor José Luis Martín Nogales, la escritora y librera María Jesús Mena (¿para cuándo la próxima espicha?) y el escritor (y amigo, cuánto talento tienes) José Luis Díaz Caballero; o podría reproducir la charla entre la profesora universitaria y biógrafa Anna Caballé y, de nuevo, el editor Cristian Velasco (uno de los grandes descubrimientos como moderador, y algo más, ahora iré con ello), gracias a la cual muchos de los asistentes seguro que van a mirar la literatura biográfica con otros ojos. 

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El reconocimiento (o el amor) que nos mueve

Cómo cambian nuestras necesidades de reconocimiento en función de las etapas vitales en que nos encontramos inmersos. Recuerdo cuando me quemaban las ideas en la cabeza y en las yemas de los dedos, y aprovechaba cualquier hueco en la agenda para escribir una nueva entrada en el blog. Continuamente encontraba motivos para aparecer por aquí, convencido de que el mundo «necesitaba» leer mis opiniones sobre casi cualquier tema de actualidad. Fue una buena época; supongo que aún me quedaba la suficiente ingenuidad en el depósito como para creer que el mundo se podía empezar a cambiar desde un rincón remoto de Internet.

También tenía mucha ilusión por dar a conocer mis proyectos personales. Me había aventurado a escribir novelas y autopublicarlas, y me veía capaz de ir a contracorriente en lo que se refiere al mercado editorial. Aunque agotadora, no me puedo quejar de la experiencia. Fue realmente enriquecedora, y me dio la oportunidad de conocer a gente muy maja y muy interesante. Las experiencias (e ilusiones, en todos los sentidos) compartidas se retroalimentan.

El otro día le contaba a una amiga una de mis teorías sobre la humanidad (conforme me hago más mayor, me da por filosofar): todo lo que hacemos en este mundo está movido por la necesidad de reconocimiento. En verdad, creo que le dije «por el amor», pero entre risas y cervezas sonaba menos cursi que aquí escrito. No, en serio, estoy convencido de ello; necesitamos sentirnos queridos, y eso incluye cualquier forma de reconocimiento: unos likes en Instagram, unas decenas de visualizaciones en WordPress, el aplauso de los miembros de un grupo de Whatsapp, y, por supuesto, los equivalentes físicos, que parece que ya sólo importe lo digital/virtual.

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Agradecido

Sólo llevo un par de años impartiendo talleres de escritura creativa, pero cada vez que finaliza uno siento lo mismo: por una parte, un enorme agradecimiento a las personas que han compartido su tiempo conmigo durante un puñado de semanas considerable, y por otra, pena porque se acaba. No sé cómo sería si se tratase de mi actividad profesional principal. Yo no me considero profe de escritura; de hecho, una de las primeras cosas que les digo a quienes se apuntan es que yo no les puedo enseñar a escribir, ni lo pretendo. Lo único que espero es que descubran qué necesitan expresar y de qué modo, y que lo hagan con total libertad. 

Me parece absurdo que alguien sea tan pretencioso como para decirle a otra persona, a otro ser creativo, que no debe escribir de una manera determinada, sino hacerlo de la supuestamente correcta. Claro que existen muchas herramientas para aplicar al proceso creativo, y mi papel consiste poco más que en ponerlas al alcance de quienes no es que no las conocieran (que también), sino que no se habían planteado cómo utilizarlas. 

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Domingo, 24 de enero de 2021: aprender a perder la prisa

Photo by Eduardo Olszewski on Unsplash

¡Hola, Toni!

He tardado más de lo que pensaba en responder a tu última carta, pero aquí estoy, coincidiendo con el octavo aniversario de ‘la recacha’. Igual un día acabamos lanzando la segunda parte de Cartas a un escritor: ¿Cómo se escribe un best-seller? Quizás entonces ya debamos responder a la pregunta.

En realidad, no creo que podamos hacerlo nunca, ni siquiera pueden quienes de verdad los escriben (aunque las estanterías, físicas y virtuales, estén repletas de libros que pretenden vender la fórmula), por eso me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que se lanza a la escritura con la esperanza de resolver la cuestión de la manutención mediante sus textos.

Todos los que escribimos y publicamos aspiramos a ello, claro. Es algo de lo que hemos hablado a menudo, y mi conclusión es la misma de siempre: si quieres ganar dinero con la literatura, asegúrate de escribir lo mejor posible. Sabemos que eso no es suficiente, y sabemos también que, en ocasiones, ni siquiera es necesario.

Hay libros muy malos que se venden muy bien. No es algo que podamos evitar, y, sinceramente, no debería ocuparnos ni un segundo. No sirve de nada lamentar cómo funciona el mercado editorial, más allá de la agradable pero inútil sensación que produce la autocompasión.

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El lado positivo de la balanza

Atrapavientos - Cuento y en botella
Las participantes en el taller ‘Cuento y en botella’ enseñamos nuestros álbumes ilustrados favoritos. Foto: Atrapavientos

No sé si de la situación que estamos viviendo va a salir algo positivo. No soy demasiado optimista al respecto; sin embargo, hoy voy a tratar de fijarme sólo en la parte esperanzadora de la balanza, que de la otra ya he escrito bastante en semanas anteriores. En realidad, sólo iba a compartir un relato breve, pero merece la pena explicar de dónde ha surgido y, de paso, referirme a esa parte buena de la balanza.

En este blog ya he escrito sobre Atrapavientos y sus proyectos de promoción de la lectura y la escritura, especialmente entre los más jóvenes, y de esa maravillosa iniciativa que es Libros que importan, que fue la que me puso en contacto con la entidad maña. Lo mejor de aquel descubrimiento fueron las amistades que surgieron de él, de ésas que uno tiene la impresión que son de (y para) toda la vida, y la promesa de proyectos en común, de ésos que ilusionan.

Pues bien, no diré que gracias al coronavirus esos proyectos se han puesto en marcha, pero sí es cierto que la situación extraordinaria que vivimos ha sido quizás el detonante para «lanzarnos a la piscina». La cosa es que Atrapavientos ha reunido a un grupo de profes geniales, con un punto significativo de inconsciencia, una atractiva pizca de locura y amor incondicional por la literatura, para poner en marcha una amplia y seductora oferta de talleres on-line de escritura creativa. Seguir leyendo «El lado positivo de la balanza»

Cultura que acompaña

Novelas Benjamín Recacha García

La semana pasada ofrecí a través de Twitter la posibilidad de leer cualquiera de mis novelas en formato digital. Son días extraños para todos. Estamos inquietos, asustados, tristes, solos, desanimados, indignados, tensos, desmotivados… Cada uno lo lleva a su manera. Por suerte, quienes disponemos de un hogar, gozamos de (más o menos) buena salud, y (todavía) no sufrimos por el sustento, encontramos distracciones con las que sobrellevar el confinamiento. Como, por ejemplo, las montones de iniciativas que han surgido a través de las redes para compartir cultura de forma espontánea y altruista. Seguir leyendo «Cultura que acompaña»

En la luna (fantástica) de Valencia (2ª parte)

Hispacón 2019
De dcha a izqda: Gemma Solsona, Júlia Díez, Greta Mustieles y yo, hablando sobre spoilers.   Foto: Sergi Albir

El viernes por la noche las calles de Valencia eran testigo de un grupo de adultos que bailaban al ritmo del Ghostbusters que nos habíamos quedado con las ganas de escuchar en la virtuosa guitarra eléctrica de Alberto Sánchez, quien nos había regalado un animado recital de versiones cinematográficas. La velada la había abierto la sorprendente voz de Sofía Rhei, quien, acompañada por las notas intimistas de su guitarra, nos dejó con la boca abierta recitando sus poemas «bisexuales» (a lo que ya me referí en la primera parte de esta crónica).

«¿Ghostbusters? Really?» Lo sé. Uno empieza a tener una edad, y a veces olvida dónde ha dejado el criterio musical (y Gemma Solsona, que es una mala influencia). Pero sólo a veces.

El «concierto» continuó en el taxi, para desgracia del sufrido conductor, que flipó bastante. Pero qué risas…

Hispacón 2019
La logística para salir de ahí era demasiado complicada, así que Júlia tuvo que pasar bajo la mesa…

La noche siguiente, la de la cena de gala y la entrega de los premios Guillermo de Baskerville, Ignotus, Domingo Santos y Gabriel, también fue muy musical. Debe ser que viajé a Valencia con el cuerpo bailongo, porque lo mejor del evento fue el discotequeo posterior, muy ochentero. Lo de la edad, ya sabéis… Bueno, el discotequeo y la elegancia de Júlia pasando por debajo de la mesa para poder ir al baño. Seguir leyendo «En la luna (fantástica) de Valencia (2ª parte)»