‘Las uvas de la ira’: algún día llegará la vendimia

Las uvas de la ira - John Steinbeck

Hay libros que nunca dejan de estar de actualidad, que cuentan cosas que sucedieron hace casi un siglo, y que se repiten cíclicamente porque hay cosas que nunca cambian, aunque pretendan hacernos creer que sí, que lo que cuentan esos libros son batallas prehistóricas que sólo se empeñan en recuperar los abuelos cebolleta y quienes continúan atrincherados en ideologías anacrónicas.

La triste realidad es que el hecho de que esas historias pasadas no sean simplemente historia demuestra el fracaso de una sociedad que, no por casualidad, se empeña en repetir modelos manifiestamente injustos.

Hay novelas, como 1984 o Farenheit 451, que casi un siglo después de ser escritas impresionan por la capacidad premonitoria de sus autores. Otras, como Las uvas de la ira, de John Steinbeck, la que me ha llevado a escribir esta reflexión, te hacen apretar los dientes y los puños de rabia e impotencia. Qué poco hemos aprendido…

La obra que encumbró a Steinbeck relata la odisea de la familia Joad, condenada a la miseria por el capitalismo deshumanizado que sólo entiende de rendimientos económicos, de transformar tierras y propiedades en dinero. Así, tras perder su casa en Oklahoma, los Joad se ven obligados a emigrar con lo puesto en busca de trabajo a la tierra prometida, California. Un éxodo penoso que en la década de los años treinta protagonizaron decenas de miles de familias humildes, los okies, desde el centro al oeste de Estados Unidos.

El autor toma partido desde la primera página. Steinbeck era un hombre comprometido con su tiempo, su obra está repleta de denuncia social, siempre del lado del débil, de quien sufría las injusticias. La perla, una novela corta donde cuenta la triste aventura, predestinada al fracaso, de una familia de pescadores indígenas, es otro ejemplo de ello, de menos entidad literaria pero igualmente desgarrador.

Porque Steinbeck no deja lugar a la esperanza. Es muy consciente de que la sociedad capitalista es un campo de batalla entre poderosos y miserables, y que los segundos tienen todas las de perder. ¿De qué me suena?

Las páginas de Las uvas de la ira están sembradas de gritos de desesperación, de rabia, de impotencia, pero también de los que llaman a la lucha, a la unidad frente al abuso y la injusticia. Estos últimos, sin embargo, cuesta horrores que acaben siendo escuchados y tomados en cuenta. ¿No os resulta familiar?

“Gane sus tres dólares al día, alimente a sus hijos. Usted no tiene por qué preocuparse por los niños de los otros, sino de los suyos. Criará fama hablando así, y nunca ganará sus tres dólares diarios. Los potentados no le darán tres dólares diarios si se preocupa de otra cosa que no sean sus tres dólares diarios”.

Eso es. Que cada uno se preocupe de conservar su pedacito de miseria, incluso cuando ese pedacito no le dé ni para alimentar a los suyos. Pero que no se le ocurra cuestionar el sistema, porque entonces lo llamarán agitador, antisistema o terrorista.

“Una sola familia expulsada de la tierra. El padre pidió dinero al Banco, y ahora el Banco quiere la tierra. La compañía explotadora de la tierra —lo es el Banco cuando posee tierras— quiere tractores en ella y no familias de trabajadores. ¿Es malo un tractor? ¿Es dañina la fuerza que hace girar arados mecánicos? Si ese tractor fuese nuestro, sería bueno… No mío: nuestro. Si nuestro tractor abriese los grandes surcos de nuestra tierra, sería bueno. No mi tierra: la nuestra. Entonces amaríamos ese tractor como hemos amado esta tierra que fue nuestra. Pero ese tractor hace dos cosas: surca la tierra y nos echa de ella. Hay poca diferencia entre el tractor y un tanque. Ambos expulsan, intimidan y hacen daño a los hombres”.

En aquellos años imagino que a Steinbeck debían lloverle las acusaciones de comunista y contrario al progreso. Un escritor norteamericano de éxito clamando por la justicia social y en contra del “crecimiento” económico. No creo que le importase. En Viajes con Charley, deliciosa crónica viajera escrita dos décadas más tarde, mantenía esas mismas ideas críticas con el progreso que comportaba la destrucción de la naturaleza, la contaminación, la miseria y la pérdida de valores de buena parte de la población.

Siempre defenderé que el arte sea comprometido. No se trata de escribir panfletos, pero tampoco de ocultar la ideología y las inquietudes del artista. Los textos de Steinbeck son bellos, su prosa está cargada de una fuerza, de una convicción que comunica más allá de las simples palabras.

“Cuando maduran los duraznos necesitan tres mil hombres durante dos semanas. Tienen que contar con ellos o, si no, se pudre la fruta. ¿Qué hacen entonces? Reparten esos volantes hasta por los quintos infiernos. Necesitan tres mil hombres y se presentan seis mil. Emplean a esos hombres por lo que ellos quieren pagar. Si usted no quiere trabajar por lo que ellos ofrecen, hay mil hombres dispuestos a aceptar. De modo que usted cosecha y cosecha y de repente se acaba el trabajo. Toda una región del país está plantada de duraznos. Todos maduran al mismo tiempo. Cuando usted ha terminado la cosecha en un huerto, todos los demás ya están cosechados. No hay en toda la maldita región otro empleo. Y luego los terratenientes ya no los quieren allí”.

Trabajar por lo que ofrezcan, y si no te gusta, otro más desesperado que tú o con menos celo por su dignidad aceptará. Así funcionaba el mundo rural en los Estados Unidos de hace ochenta años y así funciona nuestra sociedad avanzada y democrática en pleno siglo XXI.

Los personajes de Las uvas de la ira están curtidos por el sol y la dificultad. No han conocido la prosperidad, y cuando se encuentran con que lo han perdido todo y que difícilmente hallarán un mínimo de comprensión y de ayuda, el lector se pregunta de dónde pueden sacar fuerzas para seguir adelante.

El ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación, e incluso en la miseria más absoluta, cuando no queda la más mínima razón para confiar en el futuro, aparece algo a lo que agarrarse.

Durante la primera parte de la novela el protagonismo recae sobre todo en Tom Joad, el hijo mayor de la familia, que regresa a casa tras pasar cuatro años en la cárcel, justo a tiempo para emprender el viaje hacia las fértiles tierras californianas, donde están convencidos de que hallarán buenos empleos y podrán establecerse.

Tom es el líder en el que el resto de la familia confía para completar la travesía con éxito. Van superando todo tipo de dificultades y cuando llegan a California descubren lo que el lector ya sabía: allí sólo les espera el rechazo y la miseria.

A partir de ese momento el autor pone el foco en otro personaje que ha ido creciendo en importancia a lo largo del relato para convertirse en la verdadera heroína: la madre. Esa mujer que hará lo que sea para mantener a su familia a salvo, aun cuando no quede nada, absolutamente nada, que haga pensar en que hay un futuro por el que luchar.

Pero sí, algo hay. Como decía, Steinbeck es implacable en el trazo de ese mundo cruel con el débil, y aun recurriendo a su evocativa prosa poética, deja un resquicio apenas visible a la esperanza. Una esperanza muy débil y muy simbólica que culmina en un final inesperado, desgarrador y maravilloso, que me puso la piel de gallina.

Novelas como Las uvas de la ira son necesarias. La misma guerra que retrata continúa vigente, la lucha de clases no es un cuento de comunistas nostálgicos. Ellos la están ganando, principalmente porque nos han hecho creer que todo eso acabó y que remamos juntos en pos del progreso. Menudos cínicos.

“La gente fue al río con redes para pescar patatas, y los guardias los hicieron volverse; llegaron en sus desvencijados coches para recoger las naranjas tiradas, y las encontraron empapadas en petróleo. Y se quedan quietos viendo flotar las patatas, escuchan los chillidos de los cerdos cuando los descuartizan para cubrirlos de cal, ven cómo se provoca la putrefacción de las naranjas; y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia.

Algún día llegará.

6 comentarios sobre “‘Las uvas de la ira’: algún día llegará la vendimia

  1. ¿Ese Steinbeck ha salido en Gran Hermano? ¿Es tertuliano? ¿Está casado con una famosa? ¿Sale en alguna serie?… Es que, así de pronto, no me suena el nombre y en Mercadona no tienen ese tipo de uvas.

    En un país de «asnalfabetos», los iletrados y las iletradas baten records de ventas de libros.

    Apareció hace poco la noticia: http://smoda.elpais.com/moda/actualidad/cervantes-levantara-la-cabeza-40-burradas-los-jovenes-espanoles-literatura/ y presto como el rayo, mi compañero de pluma Padadú escribió esta décima:

    Por la boca muere el pez
    y, por las redes sociales,
    los cretinos subnormales
    demuestran su estupidez.
    Quiera Dios que alguna vez
    las nuevas generaciones
    usen tabletas e i-phones
    para tuitear poesías
    y no, como en estos días,
    sus propias deposiciones.

    Salud

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  2. En Patagonia, siglo XXI, existe un modelo que podria llamar «neofeudal» , por que los territorio de las provincias pertenecen a dueños de estancias (nacionales y extrangeros) que funcionan con mano de obra barata. Asi estamos por estos lados y por el mundo tambien.

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    1. Es una pena, Teresita. En España (y creo que en buena parte del resto del mundo) hemos llegado al punto en el que hay que dar las gracias por conseguir un empleo, sean cuales sean las condiciones laborales. Cada vez hay más empleados cuyo ridículo sueldo no les alcanza para los gastos básicos.
      Un abrazo.

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