Una zapatilla entre los escombros

La zapatilla debió de pertenecer a un niño de seis o siete años. Mi hijo tuvo unas deportivas parecidas de color azul, con tres rayas blancas verticales a los lados. A la que sobresale de entre los escombros, le falta el cordón. No veo su pareja, quizá esté debajo de un trozo de la pared caída, o de la mesa partida en dos, o del jersey rojo al que le falta una manga, o de la sartén sin mango, o de la mochila verde que seguramente el mismo niño llevaba al cole. 

De las cuatro paredes de la estancia, quedan dos en pie, aunque una tiene tantos agujeros que yo no la llamaría pared. En la otra, gracias a la chincheta más tozuda del mundo, resiste una hoja de papel en la que hay dibujados aviones, bombas y edificios en llamas. En el suelo aparecen más trozos de papel cuyos dibujos ya nadie verá. 

En la habitación, hay otra mesa. A su alrededor hubo cuatro sillas: una conserva las cuatro patas, pero ha perdido el respaldo; de las otras, solo quedan partes del esqueleto. 

La familia que se sentaba en ellas debía de estar a punto de comer, pues sobre la mesa se amontonan platos, vasos y cubiertos mezclados con la runa caída del techo. El rayo de sol que se cuela por el hueco incide en el osito de peluche extrañamente sentado junto a un plato. Parece como si los trozos de yeso y ladrillo que se acumulan en él no le resultaran apetitosos y esperara otra comida. 

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Golondrinas

Siempre te ha gustado observar las acrobacias aéreas de las golondrinas. Seguir su vuelo te llevaba con ellas a las alturas, donde, entre átomos de aire, el espejismo del orden natural parecía menos volátil.  

Desde niño te sentiste fascinado por la capacidad mágica de las aves de conquistar el cielo. La silueta de una rapaz entre las nubes te aceleraba el pulso y te hacía brillar las pupilas. La acompañabas con la mirada hasta que no era más que un puntito negro sobre fondo azul o se perdía tras la cresta de una montaña.  

No hace tanto que aún volabas en sueños, braceando para ganar altura. Cuando estabas bien arriba, te dejabas caer en picado y te deslizabas en vuelo rasante sobre el suelo.  

Como las golondrinas.  

Aunque ellas ya apenas se acercan a tierra. Ni siquiera aquí, en el valle de Pineta, tu paraíso.  

Nunca has dejado de venir, y a pesar de haber sido testigo año a año de la transformación, te duele ver el Monte Perdido sin resto de hielo, te duele tanto como el día que su glaciar se declaró extinto. Te duele ver la otrora estruendosa cascada del Cinca convertida en un chorro escuálido; te duele no ser capaz de encontrar un reguero de agua en el desierto de guijarros que es ahora el cauce del río.  

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Sentir tus recuerdos

Me gustaría sentir tus recuerdos. Surcar tu mente para descubrir cómo nos conocimos. Dejarme llevar de una sinapsis a otra hasta hallar la conexión que nos hizo vibrar juntos. 

Siento que puedo sumergirme en esos ojos que colonizan mi pensamiento e incorporarme al torrente que fluye por el nervio óptico. Cuando llegue a tu cerebro, buscaré el camino a tu memoria para saber qué sentirás el día que me viste por primera vez. 

Qué pensarás cuando te pregunté si querías bailar. 

Si sonreirás cuando me atreví con la primera broma. 

Si cantarás conmigo Quédate a dormir aquella madrugada en el karaoke. 

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El hilo de Ariadna

(Inspirado en el cuadro Felicidad, de Dionisio Baixeras. Museo de Bellas Artes de Asturias) 

Ariadna cose la red, sin prestar atención a las palabras melosas de los muchachos que, al final del día, reunidos en la taberna, se cuentan unos a otros cómo estuvieron a punto de vencer su coraza de indiferencia. 

A medida que avanzan la noche y los tragos de vino, el éxito se les antoja más cercano, de modo que a la mañana siguiente un nuevo pretendiente se tumba en la arena junto a la joven de corazón helado. Eso dicen quienes se dan por vencidos en la conquista, que tiene el corazón de hielo y el alma gris, pero yo sé que no. 

La observo remendar las redes frente a su madre, mientras el padre prepara los aparejos para una nueva jornada de pesca, y veo que lo hace con delicada firmeza. La imagino tejiendo los hilos de oro para un Teseo que solo ella conoce. Los imagino a ambos zarpando en la barca, en busca de nuevos puertos donde poder pasear su amor. 

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El lado positivo de la balanza

Atrapavientos - Cuento y en botella
Las participantes en el taller ‘Cuento y en botella’ enseñamos nuestros álbumes ilustrados favoritos. Foto: Atrapavientos

No sé si de la situación que estamos viviendo va a salir algo positivo. No soy demasiado optimista al respecto; sin embargo, hoy voy a tratar de fijarme sólo en la parte esperanzadora de la balanza, que de la otra ya he escrito bastante en semanas anteriores. En realidad, sólo iba a compartir un relato breve, pero merece la pena explicar de dónde ha surgido y, de paso, referirme a esa parte buena de la balanza.

En este blog ya he escrito sobre Atrapavientos y sus proyectos de promoción de la lectura y la escritura, especialmente entre los más jóvenes, y de esa maravillosa iniciativa que es Libros que importan, que fue la que me puso en contacto con la entidad maña. Lo mejor de aquel descubrimiento fueron las amistades que surgieron de él, de ésas que uno tiene la impresión que son de (y para) toda la vida, y la promesa de proyectos en común, de ésos que ilusionan.

Pues bien, no diré que gracias al coronavirus esos proyectos se han puesto en marcha, pero sí es cierto que la situación extraordinaria que vivimos ha sido quizás el detonante para «lanzarnos a la piscina». La cosa es que Atrapavientos ha reunido a un grupo de profes geniales, con un punto significativo de inconsciencia, una atractiva pizca de locura y amor incondicional por la literatura, para poner en marcha una amplia y seductora oferta de talleres on-line de escritura creativa. Seguir leyendo «El lado positivo de la balanza»

Ocho minutos

El Callejón de las Once Esquinas

El Callejón de las Once Esquinas se despide con su número 12. Doce trimestres, tres años, compartiendo relatos de quienes sentimos la necesidad de expresarnos a través de la palabra escrita. Un proyecto muy bonito encabezado por Patricia Richmond, alter ego literario de la maña María Jesús Pueyo, una escritora con mucho talento que ha dedicado horas incontables a dar vida a este callejón que ha visto nacer tantas historias.

Aunque cueste despedirse, quizás sea una buena idea hacerlo cuando todo el recuerdo que dejas es positivo. Así que os invito a dar un último paseo por El Callejón de las Once Esquinas, y a revisitarlo cada vez que os apetezca.

María Jesús ha recibido mis relatos para las diversas convocatorias de la revista con mucho cariño. Para agradecérselo, lo mejor que se me ha ocurrido es presentar uno inédito para este último número: Ocho minutos, ambientado y escrito en el metro durante una semana.

Espero que lo disfrutéis, igual que el resto de El CallejónSeguir leyendo «Ocho minutos»

Do it, Rufus!

El nuevo reto literario de los Insectos Comunes consistía en relatar las consecuencias del éxito comercial desmesurado de un invento, centrándonos, sobre todo, en la manera como su autor procesa ese éxito. En esta ocasión sólo hemos participado tres «insectos»: Toni Cifuentes, LaRataGris y un servidor, aunque los tres relatos resultantes tienen mucha sustancia. Podéis descargaros el pdf de la revista en Lektu o en Payhip, de forma gratuita o aportando la cantidad que consideréis justa. Con la recaudación esperamos llevar a cabo, próximamente, una reunión de trabajo en las islas Fidji para desarrollar futuros retos. Estamos seguros de que lo conseguiremos. Mientras, os dejo aquí mi aportación al reto, a la que he titulado Do it, Rufus!


Los botellines de whisky con sirope de cereza se acumulan en todos los rincones de la casa. Rufus Smart dormita en el gran sofá circular, con la cabeza en el centro y las piernas estiradas, sin que los pies lleguen al borde. Un hilillo de baba se le desliza desde la comisura de los labios. Cuando rebasa la barbilla mal afeitada y toma el camino hacia el cuello, las cosquillas le hacen llevarse la mano a la papada y restregársela casi con violencia. Gruñe una queja, y un moco espeso le asoma por la nariz. Se la frota con el dorso de la mano, se da media vuelta y sigue entregado a su letargo.

Al moverse, varios de los botellines que había desparramados por el sofá caen al suelo y rebotan contra el parqué sin llegar a romperse. Los restos de líquido forman charquitos que sustituyen a los que ya se han secado, dejando manchas pringosas en la madera. Seguir leyendo «Do it, Rufus!»

‘La playa de Amió’ en el quinto número de ‘El Callejón de las Once Esquinas’

Playa de Amió - Pechón
La singular playa de Amió, en la costa occidental de Cantabria.   Foto: Lucía Pastor

El quinto número de la revista digital literaria El Callejón de las Once Esquinas acaba de salir del horno cargada de relatos. Después de la buenísima experiencia de participar en el número anterior con mi cuento Copo de nieve, he vuelto a probar suerte con un relato que escribí hace años para un concurso, inspirado por una preciosa playa de la escarpada costa occidental cántabra que pertenece al pequeño pueblo de Pechón. Se titula La playa de Amió.

Antes de dejaros con la lectura, quiero agradecer de nuevo a Patricia Richmond, coordinadora y editora de El Callejón de las Once Esquinas, la calurosa acogida de mis textos, y, por supuesto, aprovecho estas líneas para felicitar a todo el equipo que hace posible tan interesante y valiosa iniciativa. El resultado es magnífico.

Ahora sí, os dejo con el relato… Seguir leyendo «‘La playa de Amió’ en el quinto número de ‘El Callejón de las Once Esquinas’»

La luz al final del túnel

Guitarra
Imagen libre de derechos obtenida en pixabay.com

Desde hace un par de semanas soy miembro oficial de la PAE – Plataforma de Adictos a la Escritura, un selecto grupo de escritores sin nada más en común que la locura por las letras. Es imposible imaginar un colectivo más ecléctico (tocamos todos los géneros y estilos) y resulta difícil pensar en que lo haya con más ilusión y buenas ideas. Estoy seguro de que este es el inicio de una larga y fructífera amistad.

Afortunadamente, el rito de iniciación para los nuevos socios es bastante convencional: escribir algo para publicar en la web de la asociación. Yo me he inclinado por un relato que ahora comparto aquí. Espero que os guste. Seguir leyendo «La luz al final del túnel»

Copo de nieve y Lázaro Hunter en «El callejón de las once esquinas»

El callejón de las once esquinas
Portada del cuarto número de «El callejón de las once esquinas», obra del fotógrafo ruso Valdimir Fedotko.

Hace algo menos de un año escribí un cuento ambientado en una Groenlandia futura sin hielo. Viendo el camino autodestructivo que llevamos, no sería tan descabellado. Obviamente, si Groenlandia se deshiela significará que buena parte del planeta habrá quedado bajo el océano y que lo que quede aún fuera del agua será desierto. Ante semejante panorama, la humanidad superviviente, y que pueda permitírselo, huirá desesperada a las pocas zonas del norte donde aún se pueda vivir.

La Groenlandia de mi cuento, que titulé Copo de nieve (Aputsiaq en groenlandés, el nombre del niño protagonista), se ha convertido en una isla verde y superpoblada, que no deja de recibir inmigrantes que huyen de la miseria y la sequía.

Pero no todo son malas noticias. La historia mantiene un punto de esperanza y una pincelada de magia. La escribí para presentarla a un certamen literario. Lo intenté en un par, sin éxito, así que cuando María Jesús Pueyo me invitó a participar en el cuarto número de El callejón de las once esquinas, necesité pensarlo muy poco para enviarle el que considero que es mi mejor relato hasta el momento.

Es un cuento largo, de unas 3.200 palabras, del que me siento muy satisfecho, y más ahora que ya está disponible on line en El callejón de las once esquinas. La revista tiene una pinta estupenda, algo totalmente lógico teniendo en cuenta la profesionalidad de su consejo editorial, que encabeza María Jesús (Patricia Richmond para los seguidores de su carrera literaria). Seguir leyendo «Copo de nieve y Lázaro Hunter en «El callejón de las once esquinas»»