Todos somos prisioneros. Con mayor o menor intensidad, más o menos conscientes de ello, somos prisioneros de nuestros dogmas, de nuestros prejuicios, de nuestros recuerdos, de nuestras decisiones (las que tomamos y las que dejamos de tomar), de lo que creemos que los demás esperan de nosotros, de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas… de nuestras obligaciones.
Buena parte de esas obligaciones derivan de la sociedad en que vivimos, y, de ellas, un porcentaje muy elevado las asumimos con absoluta falta de entusiasmo, porque no queda más remedio, porque no se puede vivir de otra manera.
Sin embargo, cuando sucede algo tan imprevisto como la crisis sanitaria en la que nos hallamos inmersos, tan bestia, tan chocante que lo normal es que el aturdimiento por la dificultad de asimilar lo que pasa nos dure unos cuantos días, el sistema del que somos prisioneros queda al desnudo, y las conclusiones que se derivan de una observación detallada aún aturden más. Seguir leyendo «Prisioneros»