Lo que me gusta

Me gusta el chocolate (cuanto más negro, mejor).
Me gusta la dulzura con un punto de acidez.
Me gusta que las personas se traten con respeto.
Me gusta crear buen ambiente.
Me gusta divertirme y que los demás se diviertan.
Me gusta conocer a gente que quiera disfrutar de la vida sin perjudicar a otra gente.
Me gustan las personas alegres, pero no las que se lo toman todo a risa.
Me gusta tomar cervezas, entre risas y confidencias, con Los esponjosos.
Me gusta Atrapavientos.
Me gusta ir de pinchos por El Tubo de Zaragoza (y que haya zamburiñas).
Me gusta formar parte del clan (o la comuna) de la Muestra de Cine de Ascaso.
Me gusta mi familia.
Me gusta que mi padre sea poeta.
Me gusta que mi madre sea inconformista.
Me gusta el talento de mi hermano. Es el mejor artista que conozco.
Me gusta que mi hijo sea tan buena persona. La bondad es revolucionaria.
Me gusta la gente buena que defiende lo que es justo.
Me gusta la gente con ideales, pero no dogmática. Siempre se puede aprender del otro.
Me gusta la naturaleza.
Me gusta perderme por el Pirineo aragonés.
Me gusta sentarme en la pradera del Valle de Pineta donde descubrí que la felicidad son los veranos al aire libre, entre ríos y montañas.
Me gusta el roure del Giol.
Me gustan el olor a hierba mojada y el viento entre las hojas de los árboles.
Me gusta comer arándanos directamente de la mata.
Me gusta mirar la luna llena.
Me gusta soñar, pero (siempre) vivir el presente.
Me gusta compartir el silencio con quien me pasaría el día hablando.
Me gusta escribir sobre lo que me gusta escribir.
Me gusta que los personajes que creo me acompañen toda la vida.
Me gusta cuando una historia —un libro, una película, una canción, un cuadro— me conmueve.
Me gusta leer algo tan bien escrito que es imposible expresarlo mejor.
Me gusta asistir al momento en el que las personas que piensan que no son creativas descubren que sí lo son. Es un privilegio ver sus caras sonrientes.
Me gusta compartir la alegría.
Me gusta vivir del cuento (es un podcast de mi amigo Robert, pero se admiten interpretaciones).
Me gusta cantar.
Me gusta bailar (contigo).
Me gusta tu sonrisa.
Me gusta que me ilumines la vida.

El país del agua

El fin de semana estuve en el Pirineo aragonés, en mi querido Valle de Pineta y otros parajes del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y el espectáculo que me regalaron ríos y cascadas debía quedar reflejado en la nueva convocatoria de Salto al reverso para su ‘Antología III’, abierta a obras que tengan al agua como elemento central. Ahí va mi pequeño poema.

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Agua salvaje.
Agua que ruge.
Agua que vibra.
Agua que luce.

Agua tranquila.
Agua que cura.
Agua que fluye.
Agua que es pura.

Agua que arrasa.
Agua que vive.
Agua que baila.
Agua que es libre.

Agua escultora.
Agua que late.
Agua que crea.
Agua que es arte.

Agua que nutre.
Agua que sacia.
Agua que limpia.
Agua que es magia.

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Lo que yo quiero

Uno de los ejercicios disparadores de la creatividad para ponerse a escribir y «huir» de la página en blanco es el listado de «quieros». En los talleres de escritura de Atrapavientos funciona muy bien, igual que el listado de «me gusta» o el de «me acuerdo». Creo que es la primera vez que me pongo en serio con mi lista, no sólo con intención expresiva sino también (pseudo)literaria. Ahí va. ¿Te atreves con la tuya?

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Quiero reír. 
Quiero que la gente ría. 
Quiero que no haya casas sin gente ni gente sin casa. 
Quiero que desaparezcan la envidia, la ambición y la codicia; qué palabras tan feas. 
Quiero vivir en el Valle de Pineta. 
Quiero vivir. 
Quiero que la gente viva. 
Quiero que los poderosos se vuelvan débiles. 
Quiero que nadie se crea mejor que nadie. 
Quiero que la gente quiera compartir. 
Quiero amar. 
Quiero que la gente ame; a otra gente, a su gato, a su pueblo o a la tortilla de patatas. 
Quiero que las armas se transformen en pan. 
Quiero que los fascistas se transformen en gusanos (lo que sería mejorar en cuanto a forma de vida). 
Quiero que todos seamos feministas. 
Quiero que se acabe el cuento del «crecimiento sostenible»; la única salida es el decrecimiento. 
Quiero que desaparezca el dinero. 
Quiero bailar. 
Quiero abrazar y que me abracen. 
Quiero que…

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Bajo las ramas del roble

El paraje donde se ubica el roure del Giol es muy especial. A los pies de este árbol magnífico suelo encontrar la inspiración y la calma que me permite ver las cosas con perspectiva. Pero, sobre todo, es un lugar precioso, donde lo mejor que uno puede hacer es observar y sentir.

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Sentado bajo las ramas del roble, veo comer al cernícalo.Arranca un pedacito de carne, levanta la cabeza, mira en torno y repite la operación.

Escucho el aleteo de los cuervos y sus graznidos, indolentes, burlones, alarmantes. 

Las aves cantarinas animan el ambiente con sus silbidos multicolores.

Un búho, o quizás un cárabo, ulula en el bosque, y el pico de un picapinos percute contra un tronco.

De vez en cuando, se oyen mugidos y cencerros, y las ocas de la granja cercana graznan escandalosas.

A lo lejos, saluda el cuco.

Un zumbido proclama la resistencia de las moscas ante el invierno cercano.

Una urraca anuncia su presencia, y el arrendajo responde ruidoso, mientras despliega su colorido vuelo.

La brisa sopla, y oigo el roce de las hojas caídas del roble. Ya no quedan muchas en el árbol.

Una bellota se rinde a la gravedad y golpea contra el suelo. Otra. Unos…

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No veo la salida

El año pasado, durante el primer confinamiento, publiqué un texto de mi padre, Benjamín Recacha López, en el que reflexionaba en torno a la gestión de la pandemia y mostraba la misma inquietud que sentíamos muchos. Durante estos meses, ha seguido escribiendo, y hace unos días mi madre me envió por whatsapp (él no tiene teléfono móvil) unas fotos con su última creación, que también comparto.

Nos vimos por última vez el día de Reyes. Viven en el campo, a dos comarcas de distancia, y por el momento somos «responsables», aunque su única vida social consista en ver a su nieto y a sus dos hijos.

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Realidades cuánticas

Los talleres de escritura de Atrapavientos son un estupendo disparadero creativo. El último relato que he compartido en Salto al reverso surgió de un ejercicio en Desatrancos, S.A., el taller de mi colega Antonio J. Cuevas, guionista y verdadero maestro en el arte de afrontar con ingenio la hoja en blanco.

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Photo by Ehud Neuhaus on Unsplash

Lo primero que me hizo sospechar que algo raro pasaba fue que abrí la puerta con solo medio giro de llave. La cerradura no estaba echada, y a aquella hora nunca había nadie. 

Pensé que quizás mamá había vuelto antes del trabajo;no había otra opción, porque yo estaba seguro de haber cerrado al salir por la mañana. ¿O había olvidado hacerlo?Dejé las llavesen el recibidor, me quité los auriculares, yla músicaproveniente del interior del piso resolvió la duda enseguida. Mamá estaba allí… con losFooFightersa todo trapo.

Vale, aquello sí que era raro. Mamá había hecho pellas del curro paraescuchar mi grupo favorito, el mismo que le provocaba escalofríoscada vez que entraba en mihabitación. «Pero hijo, ¿cómo puedes estudiar con esa música infernal?». «Me ayuda a concentrarme», le respondía, y, horrorizada,regresaba sobre sus pasos con la mano en la sien y losojos en blanco.

Pues ahí la…

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El ratón que no quería ser caballo

Hace unos meses, en el taller de escritura de Atrapavientos ‘¿La bruja debe morir?’, que imparte mi querida colega (y maravillosa profe) Mariajo Floriano, tuvimos que revisitar algún cuento clásico. Yo elegí la Cenicienta, pero desde un punto de vista bastante alternativo… Os dejo con este ratón un tanto rebelde…

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Foto de Giuseppe Martini para Unsplash

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, enganchado a una carroza. Mi vida como ratón me gustaba. Era peligrosa, pero yo estaba acostumbrado a vivir al límite, siempre con la adrenalina fluyendo. Era divertido.

La maldita hada madrina no me dejó elegir, ni a mí ni a nadie. Mira a los pobres lagartos, convertidos en aburridos lacayos, obligados a atender a la pánfila de Cenicienta…

Que sí, que qué lástima de muchacha, que qué vida tan injusta y todo lo que quieras, pero mírala qué pronto se le olvida la conciencia de clase. La sirvienta explotada y maltratada, perdiendo el culo por codearse con la aristocracia, y sin el menor remordimiento por recurrir al mismo elitismo que a ella le amargaba la vida.

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, domado. Como ratón, disfrutaba de mi libertad, consciente de que cada día…

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‘Ocho minutos’ en Vivir del cuento

Mi colega Robert Sendra, periodista y escritor como yo, se ha lanzado a la aventura del podcast con ‘Vivir del cuento’, un espacio de audiorrelatos en el que he tenido el privilegio de ser la primera firma invitada. La propuesta me hizo mucha ilusión, y, visto el resultado, no podría sentirme más satisfecho. Primero, porque el relato que presenté, Ocho minutos, creo de verdad que gana mucho en versión sonora. El montaje preparado por Robert transmite muy bien el ambiente que yo imaginaba al escribirlo, y su locución adopta el tono perfecto.

El segundo motivo de mi satisfacción es la entrevista que complementa al audiorrelato. Hablamos de muchas cosas relacionadas con la escritura y lo que la rodea. Fue una charla muy distendida, y me parece que vale la pena escucharla, no porque sea yo el protagonista, sino porque creo que quienes sienten el gusanillo de la escritura pueden sentirse identificados/as.

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Miradas que no fueron y anillos de flores (I)

Estos últimos meses me está costando mucho ser constante con la escritura. Hace unos días, sin embargo, recordé una imagen, y acto seguido desarrollé una reflexión tan sencilla como contundente. Corrí a escribirla. Sólo dos líneas, pero supe que detrás se escondía una historia, y, efectivamente, al día siguiente empezó a surgir. Es lo más extenso que he escrito este año, y por fin siento que hay mucho más que explicar. De modo que he decidido hacer como con Escapando del recuerdo, e ir desarrollándola por entregas en Salto al reverso. Es también una forma de que mi yo escritor/procrastinador se comprometa a seguir tirando del hilo. A ver qué sale.

https://www.youtube.com/watch?v=vk2oEEpd4eo

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No se giró. Me quedé esperando hasta que llegó a la esquina, pero no se giró, y algo en mi interior me dijo que aquella sería la última vez que nos veríamos... 

Noto una leve presión en el brazo, y veo que la causante es una mano con anillos en cada dedo. Tienen forma de flor. Cada una de un color diferente.

—¿Dónde te has ido? 

Levanto la cabeza y me encuentro con unos ojos preciosos. Son verdes, creo. También podrían ser de uno de esos tonos marrones que confundo con el verde. 

—Sigo aquí. 

También mi tarrina de helado de after eight, sólo que ahora es una sopa de menta con tropezones de chocolate negro. 

—¿Por qué aceptaste la cita? 

Los ojos verdes, o marrones, forman parte de un rostro que los cánones de belleza no calificarían…

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