Violencia

El mundo que hemos creado es violento. Nos hemos acostumbrado a la violencia que se impregna en todo, que forma parte de nuestro estilo de vida. Nos hemos acostumbrado de tal manera, que somos insensibles a las atrocidades que aliñan nuestro día a día; la mayoría de las veces, ni siquiera somos conscientes de ellas.

Pero de igual manera que asimilamos la violencia ordinaria, la que deja a personas sin casa y las obliga a rebuscar entre la basura, la que acumula muertos en naufragios invisibles, la que se ceba en mujeres silenciadas y en niños indefensos, la violencia que emana de la necesidad de someterse a la esclavitud laboral, o la que deshumaniza a otros seres humanos para que nos parezca normal que carezcan de derechos humanos; de igual manera que asimilamos la violencia institucional como algo legítimo e incuestionable, esa violencia que se cobra los ojos de los inconformistas o que encarcela, amparándose en la ley, a quienes molestan, condenamos horrorizados la quema de contenedores y la rotura de escaparates.

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Deseos para después del confinamiento

Abrazar a mis padres, a mi hermano y a mi pareja; jugar a fútbol con mi hijo; tomar esas cervezas prometidas por whatsapp con familiares y amigos; patear las montañas del Valle de Pineta (y cualquier otra montaña); disfrutar de los diversos proyectos literarios y de memoria histórica en los que estoy implicado y que no sabemos cuándo podremos celebrar… Poca cosa más. La verdad es que mis “ambiciones” personales para cuando esta pesadilla acabe son bastante sencillas y terrenales. No quiero comprar nada especial, ni viajar lejos, ni hacer grandes planes. Pasar tiempo con los míos, echar una mano donde pueda ser útil y escaparme a la naturaleza cuando sea posible. Eso es todo lo que necesito para sentirme realizado.

Ayer fue el cumpleaños de mi hijo. Él ya había asumido con resignación que estaríamos los dos solos en casa, que no habría fiesta ni regalos, que todo eso tendríamos que aplazarlo hasta no se sabe cuándo. Hicimos una tarta (quedó muy rica), sopló las cerillas (no había velas en el súper de al lado de casa), jugamos a un Quién es quién casero que dibujamos entre los dos y otro rato a The Simpsons en la consola. Recibió algunas llamadas de felicitación, y por la tarde lo llevé con su madre (es una de las excepciones a las restricciones de movilidad por el confinamiento). No fue el cumpleaños ideal, pero para mí, sin duda, fue el mejor día de las tres últimas semanas.

Mientras regresaba por la desértica autopista, en la radio pusieron “Quédate a dormir”, de M-Clan, una de tantas canciones pegadizas que uno canturrea sin  pararse a pensar realmente en la letra. Esta vez, sin embargo, quizás por el hecho de circular solo, relajado, sí la escuché, y me di cuenta de que en realidad estaba describiendo más o menos mi filosofía de vida. Supongo que se puede interpretar de varias maneras, pero me siento identificado con el “no quiero estar encima de ti, dudo que pudiera estar debajo”, “no tengo prisa por llegar, nunca he cogido un atajo”, “no quiero remar, y mucho menos naufragar”… Seguir leyendo «Deseos para después del confinamiento»

Prisioneros

Todos somos prisioneros. Con mayor o menor intensidad, más o menos conscientes de ello, somos prisioneros de nuestros dogmas, de nuestros prejuicios, de nuestros recuerdos, de nuestras decisiones (las que tomamos y las que dejamos de tomar), de lo que creemos que los demás esperan de nosotros, de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas… de nuestras obligaciones.

Buena parte de esas obligaciones derivan de la sociedad en que vivimos, y, de ellas, un porcentaje muy elevado las asumimos con absoluta falta de entusiasmo, porque no queda más remedio, porque no se puede vivir de otra manera.

Sin embargo, cuando sucede algo tan imprevisto como la crisis sanitaria en la que nos hallamos inmersos, tan bestia, tan chocante que lo normal es que el aturdimiento por la dificultad de asimilar lo que pasa nos dure unos cuantos días, el sistema del que somos prisioneros queda al desnudo, y las conclusiones que se derivan de una observación detallada aún aturden más. Seguir leyendo «Prisioneros»

Dedicarle tiempo a amar lo que nos conmueve

Circo de Barrosa
El Circo de Barrosa es uno de los rincones más bellos del Pirineo Aragonés. Foto: Benjamín Recacha

El domingo a mediodía estaba en el refugio de Barrosa. Hacía mucho frío, pero llegué resoplando y con la camiseta sudada bajo el jersey de lana y el anorak. Es una caminata muy cómoda, que requiere poco más de una hora, en uno de los rincones más bellos del Pirineo. La he hecho muchas veces, con sol, lluvia e incluso granizo, pero nunca rodeado de nieve. Este fin de semana todo el paisaje era blanco. Pero el blanco invernal contrastaba con el amarillo, el naranja y el rojo de los árboles aún vestidos de otoño. El camino recién nevado estaba salpicado por miles de hojas multicolores, y yo transitaba boquiabierto por aquel espectáculo increíble.

Al alcanzar la entrada del circo que forman las moles pirenaicas donde nace el río Barrosa, lo que en verano es una alfombra verde se había transformado en un mar blanquísimo. La familia de sarrios que habita las laderas de roca parecía tan sorprendida como yo de aquel invierno repentino.

El caso es que durante todo ese tramo de acceso al refugio las piernas se me hundían en la nieve hasta las rodillas, de ahí el calentón y los resoplidos. A pesar del frío y de que el sol ya sólo se intuía detrás de las cumbres, cogí una de las sillas del interior y me senté a comer el bocadillo fuera. De normal, me habría sentado en una roca, como hice el día anterior en los llanos de la Larri (luego hablo de eso), pero es que no quedaba ni un centímetro cuadrado libre de nieve. Las marmotas debían estar calentitas en sus madrigueras subterráneas. Seguir leyendo «Dedicarle tiempo a amar lo que nos conmueve»

Es racismo

Open Arms
Viñeta de Vergara para eldiario.es

Asco. Ganas de escupirle a la cara y de decirle la repugnancia que me produce su simple existencia. Eso es lo que sentí al leer el titular de la entrevista de El País con el ministro de Fomento, el psoísta José Luis Ábalos: «Me molestan los abanderados de la humanidad que no tienen que tomar nunca una decisión, los que creen que solo ellos salvan vidas». Eso dice el psoísta. Sí, psoísta; nada más. Político profesional, vividor de lo institucional, psicópata del poder, estratega de la mezquindad. Como tantos otros, en verdad.

Se trata de personas para quienes lo humano, lo justo, lo espontáneo y emocional carece de valor. Son políticos moldeados a imagen y conveniencia de un sistema putrefacto.

Los ideales han dejado de existir. Ávalos no es socialista, ni su indecente líder, el cínico e hipócrita Pedro Sánchez, quien en abril de 2018 exigía al entonces presidente del gobierno, M punto Rajoy, colaboración con Proactiva Open Arms y «comprometerse con una política de cooperación y humanitaria digna en la UE. Hay que parar este drama». Poco después, ya instalado en la Moncloa, sacaba pecho por permitir el desembarco de lo más de 600 náufragos rescatados por el barco Aquarius y lo destacaba en su libro como ejemplo de política comprometida. Aplauso generalizado. Gesto de cara a la galería, uno más, para éxtasis de sus grouppies. Seguir leyendo «Es racismo»

Ruido

Las redes sociales han conseguido romper el monopolio de la información. Teniendo en cuenta que los medios tradicionales más que de comunicación actualmente son de propaganda, que “informan” en función de los intereses políticos y financieros de quienes los sostienen, las redes se han convertido en una necesaria vía alternativa para escapar de la manipulación.

Gracias a Internet en los últimos años han aparecido medios alternativos que procuran hacer periodismo independiente; obviamente de acuerdo a una ideología —eso de que el periodismo debe ser imparcial, limitarse a exponer hechos, es una tontería; el periodismo siempre tiene que cuestionar al poder y ser altavoz de quienes carecen de él—, lo que no es obstáculo para mantener la honestidad en la labor profesional. Sin la existencia de las redes sociales estos medios serían inviables.

El problema es el ruido. Y hay mucho, cada vez más. Seguir leyendo «Ruido»

La guerra siempre es la peor solución

obama gila

¿Cuánto tiempo ha necesitado el gobierno francés para descargar su furia en forma de bombas sobre la ya castigadísima población siria? Dos días. El domingo, dos días después del terrible atentado de París, los cazabombarderos franceses empezaban a cobrarse su venganza en el feudo de la organización fascista que ha conseguido que los europeos no caminemos tranquilos por nuestras seguras calles occidentales.

Las bombas no van a solucionar nada. No van a acabar con el ISIS ni van a extirpar de los cerebros fanatizados el deseo de ganarse el cielo de los guerreros asesinando a unos cuantos infieles.

La guerra es la salida fácil, la reacción en caliente que aplauden los patriotas de palmoteo en el pecho, aquéllos que se encienden escuchando himnos a la sombra de banderas: “Se van a enterar esos moros desgraciados. Ahora van a ver cómo nos las gastamos los demócratas”.

La guerra es el objetivo de quienes dirigen el mundo, de esas macrocorporaciones armamentísticas cuyos inversores se frotan las manos cada vez que sucede una masacre como la de París. Seguir leyendo «La guerra siempre es la peor solución»

Odiseo

Foto Daniel Etter - New York Times
Uno de esos casos en los que una imagen vale más que todas las palabras.   Foto: Daniel Etter / New York Times

Las noticias sobre el drama de los refugiados en el Este de Europa y en el Mediterráneo abruman, son demasiado para el estómago y la conciencia de cualquier persona decente. No voy a escribir un artículo de opinión sobre ello, porque ya acumulo unos cuantos y sería repetir lo mismo, pero sí que voy a compartir algo que he escrito empujado por mi conciencia. Desde luego, en nada va a aliviar los terribles padecimientos de tantísima gente desgraciada, que huye de la muerte para caer, en el mejor de los casos, en el rechazo y la insolidaridad de una Europa que hace tiempo dejó de ser tierra de acogida y cuna de la democracia y los derechos humanos. Seguir leyendo «Odiseo»

¿Qué puede más: el egoísmo o la empatía?

Miedoceno Forges

¿Es el ser humano bueno por naturaleza? ¿Es más poderosa la empatía o el egoísmo? ¿El ansia de poder o la voluntad de compartir? Viendo cómo está el mundo y haciendo un rápido repaso a la historia de la humanidad parece que las respuestas son evidentes.

El viernes pasamos el día con unos amigos y, tras la comida, surgió un interesante debate en torno a la naturaleza humana. El miembro masculino de la otra pareja defendía que las personas somos egoístas desde que nacemos; que el instinto de supervivencia es más poderoso que cualquier otro y que si tenemos la oportunidad haremos lo que esté en nuestra mano para satisfacer nuestras necesidades independientemente de cuál sea la situación de nuestros semejantes. Además, teniendo en cuenta el entorno social en el que crecemos, esas necesidades van aumentando, de forma que no nos conformamos con ver cubiertas las básicas, sino que siempre queremos más. Seguir leyendo «¿Qué puede más: el egoísmo o la empatía?»

Animales muy humanos

delfines
Dos largos, delgados delfines bajo el agua – orangelimey

Este artículo se publicó hace unos días en la web de intercambio de conocimiento Qué Aprendemos Hoy. Es mi primera colaboración con ellos y ahora comparto aquí una versión algo más extensa… la versión del director. Espero que os guste…

A menudo los seres humanos nos consideramos únicos, ya que poseemos habilidades que nos diferencian del resto de animales. Creemos que hacemos cosas que ninguna otra especie es capaz. Ejemplos: el lenguaje, la conciencia, el amor, la empatía, la tristeza ante la muerte de un ser querido, la búsqueda del placer, etc… Ello nos convierte en seres racionales: analizamos las situaciones que se nos presentan y obramos en consecuencia. Seguir leyendo «Animales muy humanos»