Prisioneros

Todos somos prisioneros. Con mayor o menor intensidad, más o menos conscientes de ello, somos prisioneros de nuestros dogmas, de nuestros prejuicios, de nuestros recuerdos, de nuestras decisiones (las que tomamos y las que dejamos de tomar), de lo que creemos que los demás esperan de nosotros, de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas… de nuestras obligaciones.

Buena parte de esas obligaciones derivan de la sociedad en que vivimos, y, de ellas, un porcentaje muy elevado las asumimos con absoluta falta de entusiasmo, porque no queda más remedio, porque no se puede vivir de otra manera.

Sin embargo, cuando sucede algo tan imprevisto como la crisis sanitaria en la que nos hallamos inmersos, tan bestia, tan chocante que lo normal es que el aturdimiento por la dificultad de asimilar lo que pasa nos dure unos cuantos días, el sistema del que somos prisioneros queda al desnudo, y las conclusiones que se derivan de una observación detallada aún aturden más. Seguir leyendo «Prisioneros»

Cuestión de dignidad

Desde hace ya algunas semanas cientos de personas caminan hacia Madrid, procedentes de diversos puntos de España, para converger en la gran manifestación que este próximo sábado, 22 de marzo, partirá a las 17 horas desde la estación de Atocha hacia la plaza Colón. A buena parte de esas personas poco les queda más que la propia dignidad, así que por defenderla, y la de millones de ciudadanos como ellos, como nosotros, han decidido formar parte de las bautizadas (como no podría ser de otra manera) ‘Marchas de la dignidad’. Seguir leyendo «Cuestión de dignidad»

Mi deseo navideño: no los escuchéis

viñeta el Roto

No los escuchéis. No leáis lo que dicen. No los miréis cuando salen por la tele. Ignoradlos. Como si no existieran. Sé que es difícil, casi imposible. Pero hay que hacer el esfuerzo. Os invito a ello… casi os lo imploro. He llegado a la conclusión de que es la única vía para mirar al presente con cierto optimismo y para tener esperanza en el futuro.

Lo sé. Sé que pido poco menos que una utopía porque esos tentáculos repugnantes que exhiben nos tienen bien agarrados, y con esos mismos tentáculos se han agarrado firmemente a todo aquello que les pueda servir de asidero. Lo están contaminando todo con su presencia corrosiva. Nos han inoculado el virus de la desesperanza, del hastío, de la derrota, hasta el punto de hacernos creer que no hay vida posible más allá de la esclavitud consentida a la que nos están sometiendo. Seguir leyendo «Mi deseo navideño: no los escuchéis»