Llevo perdida la cuenta

Como ocurre en tantísimas familias, hace más de dos meses que no veo a mis padres. Ellos están bien, viven en el campo, que, en mi opinión, es el mejor sitio para sobrellevar la situación en que nos encontramos. Pero echan de menos a sus hijos y a su nieto, y no sabemos cuándo podremos reencontrarnos, pues, aunque nos separan apenas 70 km, estamos en provincias diferentes. Pese a no haber tenido contacto con nadie durante este tiempo, y aunque para ir a su casa lo único que tengo que hacer es subir al coche, recorrer el trayecto y aparcar en la puerta, las normas dicen que no es posible.

Previsiblemente, en unos días podré sentarme en la terraza de un bar, invitar a mi casa hasta a nueve personas que vivan en misma región sanitaria, y hacer no sé cuántas cosas más que no tengo ninguna intención de hacer, todas ellas rodeado de gente. Por supuesto, si la empresa donde trabajo decidiera que se acabó lo de teletrabajar, estaría obligado a desplazarme cada día a Barcelona en transporte público, podría cruzarme con cientos de personas y compartir espacios cerrados con ellas. En cambio, a mis padres quizás hasta julio no pueda verlos, porque traspasar las fronteras territoriales que han decidido que debemos respetar para superar la pandemia es arriesgarse a un multazo.

Disculpadme si no encuentro la lógica por ninguna parte. Mi padre tampoco la encuentra, y por eso ha escrito la composición poética que comparto a continuación. Para él, la escritura, y en concreto la poesía, ha sido una vía para liberar sus inquietudes desde siempre, aunque nunca lo ha hecho con intención de ser leído. En esta ocasión, me ha pedido si podía compartir el texto, y como estoy totalmente de acuerdo con lo que expresa, aquí está: Seguir leyendo «Llevo perdida la cuenta»

Poner el foco en lo realmente escandaloso

Residencias - Ferran Martín
Viñeta de Ferran Martín que refleja la realidad de las residencias geriátricas

A finales de marzo, el vicegobernador de Texas, un tal Dan Patrick, pedía a las personas mayores poco menos que se sacrificaran por su país para que la economía no se resintiera a causa de la pandemia de Covid-19. Anteponía el curso normal de la actividad económica a las medidas de prevención contra la enfermedad. Él mismo, de 70 años de edad, se mostraba dispuesto a morir si ello ayudaba a evitar el colapso de la economía estadounidense.

Por las mismas fechas, llamaba la atención la frialdad con la que destacados responsables médicos de Países Bajos y Flandes justificaban la no atención médica a las personas mayores contagiadas por el coronavirus para no saturar los hospitales. «Ellos [los hospitales italianos] admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas», declaraba el jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, un tal Frits Rosendaal.

Escandaloso, ¿verdad? Por un lado, la economía antes que las personas, y además las más vulnerables. Por el otro, sacrificar a los más débiles, los ancianos, en pos de la eficiencia del sistema hospitalario. Qué manera tan fría, tan desprovista de humanidad, de tratar a quienes nos han dado la vida. Estaremos de acuerdo en que es inadmisible, que en la cultura mediterránea cuidamos a nuestros mayores de la forma más digna posible. Y, ciertamente, así es en muchas familias.

Pero la realidad es tozuda, y demuestra que quizás en España no estamos autorizados para dar lecciones éticas a nadie. En pose no hay quien nos gane, eso seguro; ni en cinismo. Esta tarde rtve.es ha publicado un informe sobre la incidencia del Covid-19 en los centros geriátricos, con datos espeluznantes. El que debería ser causa de emergencia de todos los colores, y, sin embargo, escandaliza incomparablemente menos que ver a familias paseando o a runners exhibiendo sus michelines vestidos de fosforito: 17.452 fallecidos. Seguir leyendo «Poner el foco en lo realmente escandaloso»

Responsabilidad individual, miseria humana y relatos que abrazan

Relatos en busca de abrazos

Me encuentro extrañamente tranquilo. Las primeras semanas de encierro en casa se me hicieron muy duras, y si en aquel momento me hubieran dicho que íbamos a pasar un mínimo de dos meses sin libertad de movimiento me habría desesperado. Me llevo muy mal con la soledad. Pero la semana pasada llegaron las golondrinas y los vencejos, invadiendo el espacio aéreo con sus piruetas y los silbidos escandalosos que a mí me llenan de alegría. Porque, a pesar de todo, es primavera.

Supongo que el secreto es no pensar demasiado en lo que vendrá, ni en cuándo vendrá. Ir día a día y no prestar mucha atención al ruido mediático ni a la bilis de quienes no desaprovechan la mínima ocasión de demostrar cuán miserables son.

Me muero de ganas por salir y abrazar a los míos, y aunque ahora parece que tengo las emociones bajo control, sé que el standby no podrá durar mucho más. Hay tantas cosas de las que estamos viviendo que no me parecen ni medio lógicas, que si me pongo hacer el listado no acabaría nunca. Creo, sin embargo, que podría sintetizarlas en la siguiente reflexión: Seguir leyendo «Responsabilidad individual, miseria humana y relatos que abrazan»

Deseos para después del confinamiento

Abrazar a mis padres, a mi hermano y a mi pareja; jugar a fútbol con mi hijo; tomar esas cervezas prometidas por whatsapp con familiares y amigos; patear las montañas del Valle de Pineta (y cualquier otra montaña); disfrutar de los diversos proyectos literarios y de memoria histórica en los que estoy implicado y que no sabemos cuándo podremos celebrar… Poca cosa más. La verdad es que mis “ambiciones” personales para cuando esta pesadilla acabe son bastante sencillas y terrenales. No quiero comprar nada especial, ni viajar lejos, ni hacer grandes planes. Pasar tiempo con los míos, echar una mano donde pueda ser útil y escaparme a la naturaleza cuando sea posible. Eso es todo lo que necesito para sentirme realizado.

Ayer fue el cumpleaños de mi hijo. Él ya había asumido con resignación que estaríamos los dos solos en casa, que no habría fiesta ni regalos, que todo eso tendríamos que aplazarlo hasta no se sabe cuándo. Hicimos una tarta (quedó muy rica), sopló las cerillas (no había velas en el súper de al lado de casa), jugamos a un Quién es quién casero que dibujamos entre los dos y otro rato a The Simpsons en la consola. Recibió algunas llamadas de felicitación, y por la tarde lo llevé con su madre (es una de las excepciones a las restricciones de movilidad por el confinamiento). No fue el cumpleaños ideal, pero para mí, sin duda, fue el mejor día de las tres últimas semanas.

Mientras regresaba por la desértica autopista, en la radio pusieron “Quédate a dormir”, de M-Clan, una de tantas canciones pegadizas que uno canturrea sin  pararse a pensar realmente en la letra. Esta vez, sin embargo, quizás por el hecho de circular solo, relajado, sí la escuché, y me di cuenta de que en realidad estaba describiendo más o menos mi filosofía de vida. Supongo que se puede interpretar de varias maneras, pero me siento identificado con el “no quiero estar encima de ti, dudo que pudiera estar debajo”, “no tengo prisa por llegar, nunca he cogido un atajo”, “no quiero remar, y mucho menos naufragar”… Seguir leyendo «Deseos para después del confinamiento»

Prisioneros

Todos somos prisioneros. Con mayor o menor intensidad, más o menos conscientes de ello, somos prisioneros de nuestros dogmas, de nuestros prejuicios, de nuestros recuerdos, de nuestras decisiones (las que tomamos y las que dejamos de tomar), de lo que creemos que los demás esperan de nosotros, de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas… de nuestras obligaciones.

Buena parte de esas obligaciones derivan de la sociedad en que vivimos, y, de ellas, un porcentaje muy elevado las asumimos con absoluta falta de entusiasmo, porque no queda más remedio, porque no se puede vivir de otra manera.

Sin embargo, cuando sucede algo tan imprevisto como la crisis sanitaria en la que nos hallamos inmersos, tan bestia, tan chocante que lo normal es que el aturdimiento por la dificultad de asimilar lo que pasa nos dure unos cuantos días, el sistema del que somos prisioneros queda al desnudo, y las conclusiones que se derivan de una observación detallada aún aturden más. Seguir leyendo «Prisioneros»