
Yo no sé si es una impresión causada por el sesgo de las redes sociales o si se puede extrapolar a la «vida real» (me temo que lo segundo). El caso es que creo que estamos empobreciendo nuestras relaciones personales, porque tendemos a relacionarnos sólo con quienes comparten gustos y opiniones similares, cada vez más, a los nuestros. Y si alguien a quien considerábamos afín se despacha con algún comentario que consideramos inadecuado, automáticamente le ponemos la crucecita. Nos «decepciona».
Hace unos meses eliminé mis cuentas de Facebook e Instagram porque me cansé de la sensación de estar exhibiéndome en un escaparate. Llegó un momento en que compartir contenidos se había convertido en una rutina necesaria para continuar siendo visible, y un buen día decidí que resultaba ridículo. Sé que de esa manera perdí el contacto con gente muy maja, que había llegado hasta mis «identidades virtuales» para apoyarme en mi actividad literaria o porque lo que publicaba en este blog le resultaba interesante, pero necesitaba liberarme de esa sensación de tener que estar ahí, no quería llegar a sentirme artificial.
Ser auténtico se penaliza en el mundo virtual, de modo que si uno no quiere empezar a caer mal, debe poner filtros a lo que comparte, o contenerse. Y yo no sé hacer eso. A medida que crecía la impresión que comentaba en el primer párrafo, crecía también mi incomodidad al escribir y compartir artículos sobre temas que ya no admiten más posturas que blanco o negro, y sabía que dependiendo de lo que opinara «decepcionaría» a unos u otros. En fin, que puede que sólo fuera una sensación sin fundamento, pero me harté. Seguir leyendo «No pienses, lincha»