La semana pasada ofrecí a través de Twitter la posibilidad de leer cualquiera de mis novelas en formato digital. Son días extraños para todos. Estamos inquietos, asustados, tristes, solos, desanimados, indignados, tensos, desmotivados… Cada uno lo lleva a su manera. Por suerte, quienes disponemos de un hogar, gozamos de (más o menos) buena salud, y (todavía) no sufrimos por el sustento, encontramos distracciones con las que sobrellevar el confinamiento. Como, por ejemplo, las montones de iniciativas que han surgido a través de las redes para compartir cultura de forma espontánea y altruista. Seguir leyendo «Cultura que acompaña»→
De dcha a izqda: Gemma Solsona, Júlia Díez, Greta Mustieles y yo, hablando sobre spoilers. Foto: Sergi Albir
El viernes por la noche las calles de Valencia eran testigo de un grupo de adultos que bailaban al ritmo del Ghostbusters que nos habíamos quedado con las ganas de escuchar en la virtuosa guitarra eléctrica de Alberto Sánchez, quien nos había regalado un animado recital de versiones cinematográficas. La velada la había abierto la sorprendente voz de Sofía Rhei, quien, acompañada por las notas intimistas de su guitarra, nos dejó con la boca abierta recitando sus poemas «bisexuales» (a lo que ya me referí en la primera parte de esta crónica).
«¿Ghostbusters? Really?» Lo sé. Uno empieza a tener una edad, y a veces olvida dónde ha dejado el criterio musical (y Gemma Solsona, que es una mala influencia). Pero sólo a veces.
El «concierto» continuó en el taxi, para desgracia del sufrido conductor, que flipó bastante. Pero qué risas…
La logística para salir de ahí era demasiado complicada, así que Júlia tuvo que pasar bajo la mesa…
La noche siguiente, la de la cena de gala y la entrega de los premios Guillermo de Baskerville, Ignotus, Domingo Santos y Gabriel, también fue muy musical. Debe ser que viajé a Valencia con el cuerpo bailongo, porque lo mejor del evento fue el discotequeo posterior, muy ochentero. Lo de la edad, ya sabéis… Bueno, el discotequeo y la elegancia de Júlia pasando por debajo de la mesa para poder ir al baño. Seguir leyendo «En la luna (fantástica) de Valencia (2ª parte)»→
La alineación de la PAE en Valencia: Iván Albarracín, Gemma Solsona, yo, Greta Mustieles, Jose Bonilla y Júlia Díez (falta Manu Gris, que se había fugado a una charla). Foto: Sylvia Sanz
El viernes 5 escribí un tuit en el que anunciaba que me iba a la Hispacón de Valencia con el firme propósito de pasarlo en grande junto a mi familia literaria de la Plataforma de Adictos a la Escritura (PAE), con quienes las risas están siempre aseguradas. El caso es que poco después mi admirado José Ángel Jarné, siempre con la tecla a punto, me sugería como respuesta al mensaje que tomara buena nota de todo para redactar una de esas crónicas que tanto aprecia mi otra gran familia literaria, la de la Asociación de Escritores Noveles (AEN), y yo, que soy un chico aplicado, me pertreché con boli y libreta, dispuesto a apuntar todo lo interesante que llegara a mis oídos.
Pues bien, Jose, lamento decirte que durante las tres jornadas en el Museo de Ciencias Naturales no escribí ni una letra. Pero no te preocupes, que crónica hay. Esta. En entrega doble. Menos profesional que las de los Congresos de Escritores a las que os tengo (mal) acostumbrados, pero creo que va a ser entretenida. Por cierto, que me muero de ganas de volver a Gijón, así que ya estamos preparando el V Congreso, que toca en 2020.
Vaya por delante que la Hispacón es una reunión de autores y aficionados a la literatura de fantasía, terror y ciencia ficción, géneros de los que yo conozco poco. Tampoco estoy al día del mundillo ni de las movidas que generan afinidades y recelos entre quienes suelen frecuentar foros similares, así que acudía a Valencia con los ojos y las orejas abiertos, dispuesto a aprender, a conocer a gente maja y, sobre todo, lo más importante, a reír mucho. Y debo decir que todos los objetivos se cumplieron con creces. El de las risas, el que más. Compartiendo (mini)apartamento con Manu, María, Gemma, Greta y Ender (la reencarnación del Fújur de la versión cinematográfica de La historia interminable; es un perrazo tan enorme como simpático), era complicado no lograrlo. Seguir leyendo «En la luna (fantástica) de Valencia (1ª parte)»→
El recuerdo mueve nuestras vidas o las estanca. ¿Quién no ha sentido alguna vez la tentación de instalarse en la nostalgia? O, por el contrario, el recuerdo de los momentos felices nos ha impulsado a avanzar para acumular más de esos.
A veces la frontera entre la euforia y la nostalgia se diluye, y se hace necesario pisar firme para anclarse en la realidad y tomar perspectiva, porque aunque los recuerdos configuren la persona que somos, no se puede vivir en ni de ellos.
O no deberíamos.
La teoría es sencilla, pero a veces resulta difícil aplicarla. Los seres humanos nos guiamos por las emociones; ansiamos sentir, porque cada vez que sentimos acumulamos recuerdos. Lo normal es que el dolor y la alegría compartan protagonismo, de forma que lo complicado es evitar que un presente demasiado doloroso devore la máquina generadora de instantes memorables, y nos ancle al pasado. Seguir leyendo ««Te diré que estoy vivo»: avanzar desde el recuerdo»→
«El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación (cuando intuyes que no podrás poner por escrito todo lo que tienes en la cabeza y el corazón). Se puede encarar la página en blanco apretando los puños y entornando los ojos, con ganas de repartir ostias y poner nombres y apellidos, o porque quieres que se case contigo una chica, o por ganas de cambiar el mundo. Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. Repito: no hay que abordar la página en blanco a la ligera».
No me gustan los manuales de escritura. No me llaman la atención los cursos de escritura (no digo que no sean útiles). Huyo como de la peste de cualquier artículo cuyo título sea algo parecido a «[cualquier número entre 5 y 99] consejos para escribir [cualquier género literario]», y me fío de quienes afirman tener las claves para convertirte en un autor de éxito tanto como de los políticos (en ambos casos se trata de vendehúmos).
Ahora bien, acabo de leer Mientras escribo, que podríamos considerarlo un manual de escritura, y automáticamente ha ascendido al Olimpo de mis lecturas favoritas de todos los tiempos. Hay que decir que su autor, el maestro Stephen King, no tiene nada del vendehúmos tradicional y sí la impagable capacidad de transmitir su pasión por la escritura de un modo natural, sin resultar empalagoso, sin pontificar y sin poner paños calientes (a mí me mandaría de cabeza a la categoría regional de los escritores vulgares por el rimbombante adverbio de la segunda línea de este largo párrafo).
Junto a mis amigos de la AEN, Mar González y Joel Maniviesa, y Víctor del Árbol.
Que la presentación de un libro acabe con el autor firmando ejemplares sentado en un banco de Rambla Catalunya porque no le ha dado tiempo antes del cierre de la librería me parece motivo de celebración. Hay que decir que Víctor del Árbol tiene la buena costumbre (para sus lectores, no tan buena probablemente para sus acompañantes) de tomarse el tiempo que sea necesario con cada una de las personas que esperan ilusionadas a que les dedique unas palabras, de modo que la cola avanza despacio y, claro, acaba pasando que a las nueve de la ¿noche? los empleados de La Casa del Llibre, con toda la razón del mundo, se quieren ir a su casa o a donde les apetezca.
Así que, la foto lo atestigua, nos echaron la persiana, y la presentación de Antes de los años terribles (Ediciones Destino) concluyó en un banco de una de las principales calles de Barcelona; y todos contentos por poder contar la anécdota.
Desde luego, que Víctor del Árbol lo pete con su última novela no es anecdótico, sino fruto del trabajo de muchos años, de agarrarse al sueño de estremecer con la literatura y de sentir que cada nueva historia que ofrece al mundo es la primera, la más especial. Eso al menos es lo que transmite, pero claro, uno puede agarrarse a un sueño y luchar muy duro por hacerlo realidad, pero si carece de la habilidad para, en este caso, contar historias, poco hay que hacer. Víctor tiene ese don, y otro que me parece casi tan valioso: sabe contagiar su pasión, por eso es normal que no quede ni una silla libre en la enorme librería barcelonesa y que tanta gente haga cola para que le firme el libro, pero sobre todo para intercambiar unas palabras que saben que no sonarán a hueco. Seguir leyendo «Víctor del Árbol reivindica en ‘Antes de los años terribles’ el derecho a las segundas oportunidades»→
Mis novelas son como ríos, en los que el cauce principal se va nutriendo de los afluentes que son las tramas de los personajes secundarios. La foto está tomada en el Cañón del Río Sil, en agosto de 2016.
Me han llegado las primeras críticas de los lectores cero a los que envié Días de arañas, buitres y ovejas, mi última novela.
De quienes me han escrito, cuatro ya la han leído entera y otros cuatro llevan más o menos la mitad.
La valoración general es muy positiva, no tanto porque les haya gustado como por la cantidad de comentarios y sugerencias que me hacen.
Contar con lectores cero sólo tiene sentido si estás dispuesto a que destripen tu obra y la cuestionen con la misma libertad que si la hubieran escrito ellos. Es un ejercicio muy sano de honestidad por parte del lector y de humildad por parte del autor, quien debe abrir la mente de par en par para sacar provecho del trabajo desinteresado y nada sencillo de quienes leen con ánimo de contribuir a la mejora de la obra. Seguir leyendo «Un ejercicio de humildad literaria»→
Momento de relax en «Libros que importan». Nuria hace unas fotos buenísimas.
Esta mañana me he emocionado gracias a los libros. No por nada que yo haya leído, sino por la magia tan maravillosa que un puñado de hojas encuadernadas y envueltas para regalo son capaces de generar.
Ha sido una magia tan sencilla y tan limpia, que durante un par de minutos ha cautivado a todos los que éramos testigos del encantamiento sin ser conscientes entonces de que asistíamos a un momento memorable.
La prostitución es uno de esos asuntos incómodos que a menudo preferimos ignorar porque no existe una única solución, y, aún menos, que sea viable: «Lo que pasa en los bajos fondos, es cosa de los bajos fondos» parece ser la reflexión de una mayoría.
Pero por mucho que hagamos la vista gorda o defendamos posturas intransigentes en Twitter, la cosa es que la prostitución existe y va a continuar existiendo, e, independientemente de cuáles sean nuestros dilemas morales, hay muchas personas, sobre todo mujeres, que se ganan la vida con ella, y ni todas son víctimas de trata, ni todas son desgraciadas que se han visto obligadas a comerciar con su cuerpo como medida desesperada para malvivir.
Por aquel entonces acababa de iniciar el camino sin fin que es la aventura literaria. Llevaba la mochila cargada de ilusiones e interrogantes, como el Pau de la portada (obra, como ya sabéis, de mi hermano Fran) del libro que me acompañaba.
También me acompañaba una elevada dosis de ingenuidad, consecuencia del desconocimiento del mundo donde me estaba metiendo. Cinco años después soy menos ingenuo, pero creo que serlo en aquel momento me ayudó.
Cualquiera que escriba con la intención de publicar, y más si lo hace de forma independiente, sabe que lo tiene crudo para conseguir un mínimo de visibilidad. Yo lo intuía, pero tenía la esperanza de que si me movía mucho algún día saldría del anonimato. Soñaba con que El viaje de Pau se convirtiera en un pelotazo, así que ideé un montón de estrategias y me apunté a todos los bombardeos que se me pusieron a tiro (qué belicista me está quedando esto), y la verdad es que no se me dio mal la cosa.