‘Visiones tras el velo’: mirar más allá de lo evidente

Marta Edda - Benjamín Recacha
Momento en que me hice con mi ejemplar dedicado de ‘Visiones tras el velo’ (la chica del centro no sé quién es).

Como autor (casi) anónimo que soy, consciente de lo complicado que es asomar la cabeza en el mundo editorial y de los ánimos que infunde que se reconozca el trabajo de uno, me gusta leer libros de otros compañeros tan anónimos como yo. No siempre los disfruto (como no disfruto de todos los de autores consolidados), y me duelen los ojos cuando tropiezo con obras mal editadas (también sucede con las que llevan sellos reconocidos), pero de vez en cuando aparece una joya que, quizás por inesperada, disfruto el doble.

Es el caso de Visiones tras el velo (Célebre Editorial, 2019), la primera novela de Marta Edda Laiz, joven coruñesa que tuve el placer de conocer en diciembre en Valencia, con motivo de la Hispacón, y que ya he incluido en el listado «leer todo lo que publique».

Visiones tras el velo es el primer libro de la saga que protagoniza Rafael Keller, un tipo de los que en la vida real la inmensa mayoría de la gente procura evitar o, a lo sumo, trata con esa lástima condescendiente tan dolorosa para quienes la sufren. Es lo que sin usar eufemismos llamaríamos enfermo mental. Esquizofrénico, acosado desde la infancia por visiones continuas de monstruos terribles, epiléptico y, para colmo, tartamudo. Un miserable de manual, de esos que, como decía, preferimos mantener bien apartados.

Menudo protagonista, ¿no? ¿Acaso a Marta no se le ocurrió uno menos atractivo? Me la imagino devanándose los sesos por dar con el antihéroe menos entusiasmante de la historia de la literatura fantástica… ¿Quizás no quiere vender libros?

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En la luna (fantástica) de Valencia (1ª parte)

La PAE en Hispacón 2019
La alineación de la PAE en Valencia: Iván Albarracín, Gemma Solsona, yo, Greta Mustieles, Jose Bonilla y Júlia Díez (falta Manu Gris, que se había fugado a una charla).   Foto: Sylvia Sanz

El viernes 5 escribí un tuit en el que anunciaba que me iba a la Hispacón de Valencia con el firme propósito de pasarlo en grande junto a mi familia literaria de la Plataforma de Adictos a la Escritura (PAE), con quienes las risas están siempre aseguradas. El caso es que poco después mi admirado José Ángel Jarné, siempre con la tecla a punto, me sugería como respuesta al mensaje que tomara buena nota de todo para redactar una de esas crónicas que tanto aprecia mi otra gran familia literaria, la de la Asociación de Escritores Noveles (AEN), y yo, que soy un chico aplicado, me pertreché con boli y libreta, dispuesto a apuntar todo lo interesante que llegara a mis oídos.

Pues bien, Jose, lamento decirte que durante las tres jornadas en el Museo de Ciencias Naturales no escribí ni una letra. Pero no te preocupes, que crónica hay. Esta. En entrega doble. Menos profesional que las de los Congresos de Escritores a las que os tengo (mal) acostumbrados, pero creo que va a ser entretenida. Por cierto, que me muero de ganas de volver a Gijón, así que ya estamos preparando el V Congreso, que toca en 2020.

Vaya por delante que la Hispacón es una reunión de autores y aficionados a la literatura de fantasía, terror y ciencia ficción, géneros de los que yo conozco poco. Tampoco estoy al día del mundillo ni de las movidas que generan afinidades y recelos entre quienes suelen frecuentar foros similares, así que acudía a Valencia con los ojos y las orejas abiertos, dispuesto a aprender, a conocer a gente maja y, sobre todo, lo más importante, a reír mucho. Y debo decir que todos los objetivos se cumplieron con creces. El de las risas, el que más. Compartiendo (mini)apartamento con Manu, María, Gemma, Greta y Ender (la reencarnación del Fújur de la versión cinematográfica de La historia interminable; es un perrazo tan enorme como simpático), era complicado no lograrlo. Seguir leyendo «En la luna (fantástica) de Valencia (1ª parte)»