El reconocimiento (o el amor) que nos mueve

Cómo cambian nuestras necesidades de reconocimiento en función de las etapas vitales en que nos encontramos inmersos. Recuerdo cuando me quemaban las ideas en la cabeza y en las yemas de los dedos, y aprovechaba cualquier hueco en la agenda para escribir una nueva entrada en el blog. Continuamente encontraba motivos para aparecer por aquí, convencido de que el mundo «necesitaba» leer mis opiniones sobre casi cualquier tema de actualidad. Fue una buena época; supongo que aún me quedaba la suficiente ingenuidad en el depósito como para creer que el mundo se podía empezar a cambiar desde un rincón remoto de Internet.

También tenía mucha ilusión por dar a conocer mis proyectos personales. Me había aventurado a escribir novelas y autopublicarlas, y me veía capaz de ir a contracorriente en lo que se refiere al mercado editorial. Aunque agotadora, no me puedo quejar de la experiencia. Fue realmente enriquecedora, y me dio la oportunidad de conocer a gente muy maja y muy interesante. Las experiencias (e ilusiones, en todos los sentidos) compartidas se retroalimentan.

El otro día le contaba a una amiga una de mis teorías sobre la humanidad (conforme me hago más mayor, me da por filosofar): todo lo que hacemos en este mundo está movido por la necesidad de reconocimiento. En verdad, creo que le dije «por el amor», pero entre risas y cervezas sonaba menos cursi que aquí escrito. No, en serio, estoy convencido de ello; necesitamos sentirnos queridos, y eso incluye cualquier forma de reconocimiento: unos likes en Instagram, unas decenas de visualizaciones en WordPress, el aplauso de los miembros de un grupo de Whatsapp, y, por supuesto, los equivalentes físicos, que parece que ya sólo importe lo digital/virtual.

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‘Ocho minutos’ en Vivir del cuento

Mi colega Robert Sendra, periodista y escritor como yo, se ha lanzado a la aventura del podcast con ‘Vivir del cuento’, un espacio de audiorrelatos en el que he tenido el privilegio de ser la primera firma invitada. La propuesta me hizo mucha ilusión, y, visto el resultado, no podría sentirme más satisfecho. Primero, porque el relato que presenté, Ocho minutos, creo de verdad que gana mucho en versión sonora. El montaje preparado por Robert transmite muy bien el ambiente que yo imaginaba al escribirlo, y su locución adopta el tono perfecto.

El segundo motivo de mi satisfacción es la entrevista que complementa al audiorrelato. Hablamos de muchas cosas relacionadas con la escritura y lo que la rodea. Fue una charla muy distendida, y me parece que vale la pena escucharla, no porque sea yo el protagonista, sino porque creo que quienes sienten el gusanillo de la escritura pueden sentirse identificados/as.

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