El reconocimiento (o el amor) que nos mueve

Cómo cambian nuestras necesidades de reconocimiento en función de las etapas vitales en que nos encontramos inmersos. Recuerdo cuando me quemaban las ideas en la cabeza y en las yemas de los dedos, y aprovechaba cualquier hueco en la agenda para escribir una nueva entrada en el blog. Continuamente encontraba motivos para aparecer por aquí, convencido de que el mundo «necesitaba» leer mis opiniones sobre casi cualquier tema de actualidad. Fue una buena época; supongo que aún me quedaba la suficiente ingenuidad en el depósito como para creer que el mundo se podía empezar a cambiar desde un rincón remoto de Internet.

También tenía mucha ilusión por dar a conocer mis proyectos personales. Me había aventurado a escribir novelas y autopublicarlas, y me veía capaz de ir a contracorriente en lo que se refiere al mercado editorial. Aunque agotadora, no me puedo quejar de la experiencia. Fue realmente enriquecedora, y me dio la oportunidad de conocer a gente muy maja y muy interesante. Las experiencias (e ilusiones, en todos los sentidos) compartidas se retroalimentan.

El otro día le contaba a una amiga una de mis teorías sobre la humanidad (conforme me hago más mayor, me da por filosofar): todo lo que hacemos en este mundo está movido por la necesidad de reconocimiento. En verdad, creo que le dije «por el amor», pero entre risas y cervezas sonaba menos cursi que aquí escrito. No, en serio, estoy convencido de ello; necesitamos sentirnos queridos, y eso incluye cualquier forma de reconocimiento: unos likes en Instagram, unas decenas de visualizaciones en WordPress, el aplauso de los miembros de un grupo de Whatsapp, y, por supuesto, los equivalentes físicos, que parece que ya sólo importe lo digital/virtual.

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Agradecido

Sólo llevo un par de años impartiendo talleres de escritura creativa, pero cada vez que finaliza uno siento lo mismo: por una parte, un enorme agradecimiento a las personas que han compartido su tiempo conmigo durante un puñado de semanas considerable, y por otra, pena porque se acaba. No sé cómo sería si se tratase de mi actividad profesional principal. Yo no me considero profe de escritura; de hecho, una de las primeras cosas que les digo a quienes se apuntan es que yo no les puedo enseñar a escribir, ni lo pretendo. Lo único que espero es que descubran qué necesitan expresar y de qué modo, y que lo hagan con total libertad. 

Me parece absurdo que alguien sea tan pretencioso como para decirle a otra persona, a otro ser creativo, que no debe escribir de una manera determinada, sino hacerlo de la supuestamente correcta. Claro que existen muchas herramientas para aplicar al proceso creativo, y mi papel consiste poco más que en ponerlas al alcance de quienes no es que no las conocieran (que también), sino que no se habían planteado cómo utilizarlas. 

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Tres citas y un encuentro inesperado 

Al publicar el relato, WordPress me ha avisado de que era mi post número 100 para ‘Salto al reverso’. Así que estoy de celebración. No tenía ni idea, pero, teniendo en cuenta lo poco que me prodigo en los últimos tiempos, me ha parecido bonito.

La culpa la tienen el maravilloso cortometraje ganador del Oscar El limpiaparabrisas y la preciosa canción We Might Be Dead by Tomorrow, de Soko: «If you are not ready for love, how can you be ready for life?». Por cierto, que el vídeo de una historia de amor tan bonita tenga restricción de edad lo dice todo sobre la moral hipócrita que contamina la sociedad.

https://youtu.be/KvCGzwCrjlw

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Otoño

—Si no estás preparado para el amor, cómo puedes estar preparado para la vida…

—¿Esa no es la letra de una canción de Soko?

—Sí, la escuché por primera vez hace un par de semanas, y no dejo de hacerme la pregunta.

—Es chula. Pero, la verdad, no creo que estemos preparados para la vida.

—¿A qué te refieres?

—A que no vivimos, sino que pasamos los días sin plantearnos que la vida es otra cosa, o debería serlo.

—¿Esto no es vida? ¿Podríamos estar en un sitio mejor que este? Una tarde de otoño, sentados en la arena, escuchando las olas, oliendo el mar…, mirando cómo sonríen tus ojos.

—¿De verdad sonríen?

—Bueno, tienes unos ojos bonitos y… Vale, me siento bien y me he venido arriba demasiado pronto. Vuelvo a mi pregunta: ¿no es esto vida?

—Nadie soportaría una existencia totalmente vacía de distracciones, y, sin embargo…

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Bajo las ramas del roble

El paraje donde se ubica el roure del Giol es muy especial. A los pies de este árbol magnífico suelo encontrar la inspiración y la calma que me permite ver las cosas con perspectiva. Pero, sobre todo, es un lugar precioso, donde lo mejor que uno puede hacer es observar y sentir.

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Sentado bajo las ramas del roble, veo comer al cernícalo.Arranca un pedacito de carne, levanta la cabeza, mira en torno y repite la operación.

Escucho el aleteo de los cuervos y sus graznidos, indolentes, burlones, alarmantes. 

Las aves cantarinas animan el ambiente con sus silbidos multicolores.

Un búho, o quizás un cárabo, ulula en el bosque, y el pico de un picapinos percute contra un tronco.

De vez en cuando, se oyen mugidos y cencerros, y las ocas de la granja cercana graznan escandalosas.

A lo lejos, saluda el cuco.

Un zumbido proclama la resistencia de las moscas ante el invierno cercano.

Una urraca anuncia su presencia, y el arrendajo responde ruidoso, mientras despliega su colorido vuelo.

La brisa sopla, y oigo el roce de las hojas caídas del roble. Ya no quedan muchas en el árbol.

Una bellota se rinde a la gravedad y golpea contra el suelo. Otra. Unos…

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«El hombre mojado no teme la lluvia»: las voces de los desposeídos de identidad

«Las afganas siguen sufriendo como siempre. Son víctimas de matrimonios forzados a muy temprana edad, algunas se ven obligadas a casarse siendo unas niñas, muchas soportan violencia doméstica y apenas tienen acceso a un asesoramiento legal. Es para alarmarse; hay una expresión que aún se usa en las áreas rurales que dice que una mujer debería tener su primera regla en casa de su marido, y algunos padres se empeñan en hacer que sus hijas lo cumplan». 

En agosto de 2021, los talibanes recuperaban por la fuerza el poder en Afganistán, veinte años después de la invasión estadounidense que debía liberar a la población de su opresión fundamentalista. La noticia ocupó portadas durante días y consternó, con razón, a amplios sectores de la sociedad occidental, que temía, sobre todo, por la represión contra las mujeres. Sin embargo, ese ente llamado comunidad internacional, que en función de lo que interese en el momento promueve guerras o hace la vista gorda, no tardó en acatar la situación, pues estos talibanes «son civilizados». Tres meses después, Afganistán no es noticia. Poco sabemos de la situación de sus mujeres, aunque no resulta difícil imaginarla. 

La cita con la que he empezado este artículo es de 2006, de la activista por los derechos de las mujeres afganas Massuda Jalal, una de las cientos de reflexiones que recoge la periodista Olga Rodríguez en El hombre mojado no teme la lluvia, 350 páginas compuestas por voces de Oriente Medio. Publicado en 2009, es un recorrido por la historia reciente de Irak, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Egipto y Afganistán a través de sus protagonistas; no los dirigentes políticos, sino las personas que han sufrido sus guerras, opresiones y represiones. Personas anónimas, parte de una masa que en Occidente carece de identidades individuales, y solemos agrupar en términos como «refugiados», «inmigrantes» o «víctimas», que acaban generando indiferencia. 

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Formar parte de aquello que da sentido a ser humano

El sábado por la noche estábamos muy nerviosos. Era la última jornada de la 10ª edición de la Muestra de Cine de Ascaso. La semana había sido muy intensa, accidentada los primeros días a causa de la lluvia y la inevitable improvisación, pero un ejemplo de trabajo cooperativo y convivencia siempre. Eso fue lo que me enamoró de este proyecto tan loco y tan maravilloso cuando lo descubrí en el verano de 2018. Eso y la simbiosis entre el cine, la amistad y la naturaleza.

Aquel año se me abrió el suelo bajo los pies, y aunque aún echo de menos sentir la tierra firme, también le he encontrado el gusto a saltar sin paracaídas (no desde muy alto). De hecho, cada vez soy más consciente de que, puesto que agarrarse a los recuerdos carece de sentido, saltar es mucho más divertido. Hay que aprovechar las oportunidades de formar parte de cosas que den sentido a ser humano. Es algo que me repito a menudo, pero la pereza y la autocompasión son enemigos paradójicamente seductores.

Creo, sin embargo, que el verano de 2021 marca un punto de inflexión. Primero, las casi dos semanas de cámping en Bielsa, junto a Albert, mi hijo, al pie de las sanadoras cumbres del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y luego los diez días en Ascaso.

Este año me estrenaba como responsable (voluntario) de la comunicación del festival, algo que me hacía mucha ilusión, aunque sabía que iba a tener que currar de lo lindo. La verdad es que he currado aún más de lo que pensaba, pero también he disfrutado más, he reído más, he aplaudido más, he abrazado más, incluso he cantado más… y he dormido menos.

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Violencia

El mundo que hemos creado es violento. Nos hemos acostumbrado a la violencia que se impregna en todo, que forma parte de nuestro estilo de vida. Nos hemos acostumbrado de tal manera, que somos insensibles a las atrocidades que aliñan nuestro día a día; la mayoría de las veces, ni siquiera somos conscientes de ellas.

Pero de igual manera que asimilamos la violencia ordinaria, la que deja a personas sin casa y las obliga a rebuscar entre la basura, la que acumula muertos en naufragios invisibles, la que se ceba en mujeres silenciadas y en niños indefensos, la violencia que emana de la necesidad de someterse a la esclavitud laboral, o la que deshumaniza a otros seres humanos para que nos parezca normal que carezcan de derechos humanos; de igual manera que asimilamos la violencia institucional como algo legítimo e incuestionable, esa violencia que se cobra los ojos de los inconformistas o que encarcela, amparándose en la ley, a quienes molestan, condenamos horrorizados la quema de contenedores y la rotura de escaparates.

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Motivos importantes para libros que importan

«Intercambiar libros importantes, el de una niña de nueve años y el de una mujer de cuarenta, el de un chaval de quince y el de una abuela de setenta, el de un hombre de cincuenta y el de una chica de veintidós, es un gesto sencillo, que, sin embargo, contiene una carga muy potente de esperanza en las personas. 

Porque el intercambio en sí no es lo más significativo. Tendríais que ver cómo se iluminan los rostros cuando les explico que hay que escribir el motivo por el que el libro es importante, y que a cambio recibirán el libro dedicado de otra persona. Eso lo cambia todo. Automáticamente, los mecanismos de la memoria se activan en busca de los recuerdos memorables relacionados con la lectura. Queremos hacer partícipe a un amigo invisible desconocido de nuestras vivencias, que comprenda por qué ese libro es memorable». 

Esto lo escribí en diciembre de 2018, mientras formaba parte del equipo de Libros que Importan en Barcelona. Fue gracias a aquella experiencia que conocí a Jorge Gonzalvo y a Atrapavientos. Unos días después, volví a vivir el intercambio de los «libros con alma» desde dentro, esta vez en Zaragoza, y me maravillé del entusiasmo con el que la gente se entregaba a la iniciativa. Desde entonces, mi historia de amor con la asociación maña no ha hecho más que crecer, hasta el punto de formar parte de su equipo docente y creativo. 

Como podéis imaginar, desde el inicio de la pandemia, Libros que Importan no ha podido celebrar ninguna edición presencial, ni en Zaragoza ni en las otras ciudades españolas que habían previsto hacerlo; incluso se habían concretado ediciones en varias ciudades europeas y americanas. 

Pero si en Atrapavientos nos gusta decir que somos creativos, este era el momento de demostrarlo. Así que después del verano nos pusimos a trabajar en el diseño de la edición más especial de Libros que Importan. La condición indispensable era que, aunque el intercambio no pudiera llevarse a cabo de forma presencial, los libros debían poder cambiar de manos, y debían ser ejemplares físicos; y así llegamos a una solución híbrida, que combina la inscripción online con el envío de los ejemplares por correo postal. 

«No va a funcionar», auguraron algunos. Ya veremos. Dentro del equipo hemos hecho una porra. De momento, no voy a dar números. Sí diré que, en mi opinión, ya es un éxito haberlo puesto en marcha. Desde el 8 de febrero, la participación está abierta a través de la plataforma Jotform. El formulario se rellena en menos de cinco minutos, y me atrevo a decir que una persona que no haya utilizado nunca un ordenador o un teléfono móvil lo puede completar sin problemas. 

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No veo la salida

El año pasado, durante el primer confinamiento, publiqué un texto de mi padre, Benjamín Recacha López, en el que reflexionaba en torno a la gestión de la pandemia y mostraba la misma inquietud que sentíamos muchos. Durante estos meses, ha seguido escribiendo, y hace unos días mi madre me envió por whatsapp (él no tiene teléfono móvil) unas fotos con su última creación, que también comparto.

Nos vimos por última vez el día de Reyes. Viven en el campo, a dos comarcas de distancia, y por el momento somos «responsables», aunque su única vida social consista en ver a su nieto y a sus dos hijos.

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Realidades cuánticas

Los talleres de escritura de Atrapavientos son un estupendo disparadero creativo. El último relato que he compartido en Salto al reverso surgió de un ejercicio en Desatrancos, S.A., el taller de mi colega Antonio J. Cuevas, guionista y verdadero maestro en el arte de afrontar con ingenio la hoja en blanco.

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Photo by Ehud Neuhaus on Unsplash

Lo primero que me hizo sospechar que algo raro pasaba fue que abrí la puerta con solo medio giro de llave. La cerradura no estaba echada, y a aquella hora nunca había nadie. 

Pensé que quizás mamá había vuelto antes del trabajo;no había otra opción, porque yo estaba seguro de haber cerrado al salir por la mañana. ¿O había olvidado hacerlo?Dejé las llavesen el recibidor, me quité los auriculares, yla músicaproveniente del interior del piso resolvió la duda enseguida. Mamá estaba allí… con losFooFightersa todo trapo.

Vale, aquello sí que era raro. Mamá había hecho pellas del curro paraescuchar mi grupo favorito, el mismo que le provocaba escalofríoscada vez que entraba en mihabitación. «Pero hijo, ¿cómo puedes estudiar con esa música infernal?». «Me ayuda a concentrarme», le respondía, y, horrorizada,regresaba sobre sus pasos con la mano en la sien y losojos en blanco.

Pues ahí la…

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