El precio de los derechos humanos

Los derechos humanos son un privilegio de quienes pueden pagarlos. Todo en el mundo capitalista tiene un precio, incluso las vidas de las personas. Hay vidas sagradas, atentar contra las cuales puede desencadenar guerras, y las hay que no valen absolutamente nada. De hecho, ni siquiera se consideran vidas humanas, de modo que se puede prescindir de ellas por miles, porque en el mercado internacional del precio de la vida no cotizan. De estas, cada día se consumen incontables, sin que ello afecte al rumbo ni al ritmo del mercado, víctimas de la explotación, de la hambruna, de la ausencia de atención médica, de la violencia física y, sobre todo, de la violencia de un sistema insensible al dolor de los miserables. Y, por supuesto, están las vidas que desaparecen bajo las bombas.

En Gaza está en curso un genocidio que, tanto como por su crudeza, duele por la indiferencia que buena parte de la sociedad occidental está demostrando. Reconozco que creía que los gobiernos europeos dirían basta después de los primeros días de bombardeo, aunque ello no fuera obstáculo para que Netanyahu y su corte de fanáticos asesinos siguieran adelante con su plan para arrasar Gaza y completar la anexión definitiva del territorio palestino. Durante estas semanas ha quedado meridiano que, salvo honrosas excepciones, la sociedad israelí está plagada de supremacistas deseosos de borrar del mapa a «esos seres subhumanos que merecen ser tratados como cucarachas».

El sionismo es una ideología tan repugnante como el nazismo; no lo digo yo, que sí, sino esas honrosas excepciones que mencionaba, como el periodista Gideon Levy o el profesor Norman Finkelstein. En Israel parecen estar dispuestos a repetir con sus vecinos palestinos el holocausto del que fueron víctimas millones de judíos. Pocas cosas más repugnantes que los grupos de sionistas que se concentran en algún promontorio junto al muro que los separa de Gaza para jalear los bombardeos sobre la población civil, o los colonos que matan, queman cosechas, destruyen casas o las roban a sus propietarios en Cisjordania (donde no existe Hamás), con total impunidad.

Les da igual que las imágenes de las atrocidades que cometen se difundan por todo el mundo y que el número de muertos crezca día a día hasta cantidades obscenas, más de 11000 ya en un mes, a los que hay que sumar los desaparecidos bajo los escombros de las casas, escuelas y hospitales bombardeados. Les da igual porque tienen carta blanca. Ha quedado clarísimo que pueden exterminar a todo un pueblo; hagan lo que hagan seguirán contando con el apoyo de quienes deciden qué vidas cuentan.

Las imágenes de las ejecuciones indiscriminadas, porque es lo que son, ejecuciones, y del desplazamiento forzoso de cientos de miles de personas, que huyen de los misiles a ningún sitio, superan en crueldad a lo que podríamos ver en la más retorcida de las películas. Duele imaginar qué sienten los niños palestinos al ver los cuerpos destrozados de sus amigos, de sus padres, de sus hermanos; al ser conscientes de que ni siquiera pueden sentirse seguros arropados por sus familias. ¿Cómo explicarles que un ejército invasor quiere matarlos? ¿Por qué? ¿Qué han hecho para merecer un castigo tan monstruoso? Y no son víctimas colaterales, son el principal objetivo de los bombardeos: Israel quiere matar niños, y lo hace muy bien. Cualquiera que justifique eso, poniéndole todos los peros que quiera, lo único que merece es desprecio.

En estas semanas los seres despreciables crecen como setas. No solo los que directamente aplauden el genocidio, quienes consideran que los niños de Gaza no son humanos, sino los que oponen el miserable «¿y lo del 7 de octubre, qué?» o los que apelan al comodín de los «escudos humanos», como si eso atenuara lo que significa matar niños. La cosa es muy sencilla: ¿justificas el asesinato de niños? Que cada uno se responda a sí mismo, pero si dudas te quiero bien lejos de mí. Por cierto, yo condeno el asesinato de cualquier persona inocente, sea de donde sea, y lo cometa quien lo cometa. Es decir, si el ataque de Hamás hubiera causado una sola víctima, lo condenaría también. Es más, ni siquiera estoy a favor del asesinato de quien tiene las manos manchadas de sangre.

Eso sí, si invades mi tierra, si pretendes acabar conmigo y con los míos, si me cortas el suministro de alimentos, de agua y de servicios básicos, me voy a defender. Y no podemos pretender explicar esta historia sin tener en cuenta los 75 años de abusos que Israel lleva cometiendo contra el pueblo palestino. De hecho, la fundación del Estado sionista ya arrastraba muchos años de manos manchadas de sangre, las de los grupos terroristas que sí decapitaban a bebés (palestinos) y los arrojaban a hornos, entre otras salvajadas. Con una sencilla búsqueda en Google podéis encontrar montones de testimonios de soldados israelíes, arrepentidos algunos, como los que crearon la organización Breaking the Silence, muy crítica con la ocupación de Palestina.

Estamos siendo testigos de un genocidio porque lo están contando los periodistas palestinos atrapados en Gaza. Israel los asesina por decenas como represalia, pero la cantidad de imágenes, vídeos y testimonios explícitos es tal que ni el más nazi de los jueces podría negar lo que ocurre. Es tremendo. La rabia que siento es tan inmensa como la impotencia por saberme inútil. Las imágenes son aterradoras, pero lo es aún más la cobardía de los gobiernos occidentales. Cobardes es lo mejor que se puede decir de ellos, porque en buena parte son más que colaboradores necesarios, con papel estelar para Estados Unidos (cómo no) y Alemania (vaya, otro genocidio patrocinado por la raza aria, menudo sorpresón).

Ese «Israel tiene derecho a defenderse» es ya un insulto a la inteligencia, pero sobre todo un menosprecio vergonzoso a las vidas de los más de dos millones de personas atrapadas en un campo de exterminio. La conclusión me devuelve al primer párrafo: son vidas que no valen nada. Son vidas de gente de piel y pelo oscuro ensortijado, que forman parte de esa gigantesca amalgama que conforman los pobrecitos desgraciados sin identidad, sin derecho a la individualidad y, por tanto, sin sueños, sin inquietudes… sin sentimientos verdaderamente humanos. Total, son moros, ¿no? Los israelíes, en cambio, responden al patrón físico y cultural europeo; «son de los nuestros», seres civilizados, ordenados, educados. ¿Qué importancia tendrá que hagan cosas nazis? En realidad, solo se están defendiendo, ¿verdad?

La ilusión de los valores europeos ha sido definitivamente arrojada a la alcantarilla de la historia. Las sociedades occidentales han perdido cualquier legitimidad para condenar nada. Si sus gobernantes (salvo contadas excepciones) no solo son incapaces de ponerse del lado de la víctima en un caso tan clamoroso sino que apoyan explícitamente al agresor y su discurso, que aplaudiría el mismísimo Hitler, ¿con qué autoridad moral van a censurar nada de lo que decida hacer el próximo iluminado?

Solo el pueblo salva al pueblo. Nada se puede esperar de las clases dirigentes, de quienes lo único que defienden es la perpetuación de los privilegios de quienes deciden el precio de las vidas. Y aunque el futuro se presenta muy gris, cada vez más negro, para los que seguimos defendiendo que ninguna vida tiene precio la respuesta de la sociedad civil es lo único que puede conseguir pararles los pies a los mercaderes de la muerte.

Millones de personas en todo el mundo están mostrando su apoyo al pueblo palestino de múltiples formas, desde manifestaciones en las calles, concentraciones frente a empresas y organismos que apoyan los crímenes de Israel, la apelación directa a políticos, la denuncia de la parcialidad de los grandes medios de comunicación occidentales, hasta el boicot en el envío de armas, poniendo el cuerpo para evitar la circulación de camiones y el desatraque de barcos. Incluso los trabajadores de algunos puertos, como el de Barcelona, han decidido no estibar material bélico.

Para acabar, entre esos millones de personas, quiero destacar la posición firme e inquebrantable en la defensa de la paz de la comunidad judía antisionista, que, incluso dentro de Israel, y a pesar del desprecio de sus compatriotas, no ceja en el empeño de reclamar el alto el fuego y defender la vida y la dignidad de los palestinos, entre los que también hay, por cierto, cristianos y judíos. Por si aún no había quedado claro, esto no es una guerra por motivos religiosos, si bien Netanyahu y su corte de sádicos (uno de sus ministros ha llegado a defender el uso de armas nucleares contra Gaza) hacen referencias continuas al Antiguo Testamento y a su derecho divino sobre la tierra que están invadiendo.

Ah, y los palestinos, igual que los judíos, son un pueblo de origen semita.

Ojalá esta pesadilla acabe pronto y los culpables, Netanyahu y Biden a la cabeza, acaben en el banquillo de la Corte Penal Internacional, aunque no reconozcan su legitimidad. Mientras, seguiremos denunciando el genocidio y reclamando la libertad del pueblo palestino.

3 comentarios sobre “El precio de los derechos humanos

  1. Después, o al mismo tiempo, el tiempo lo dirá, de los palestinos nos tocará el turno a bolleras y maricones, a comunistas y socialistas, a negros y gitanos…

    Lo de Gaza recuerda a la Desbandá en la carretera de Málaga a Almería bombardeada por fascistas italianos, esos a los que exaltan Abascal, Almeida, Ayuso y Aznar.

    Salud

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