Voces para no olvidar a Palestina 

«Los palestinos amamos la vida, pero la vida no ama a los palestinos. Parece que seamos zombis». Son palabras de la periodista Asmaa al-Ghoul, exiliada en Francia desde 2016, una de las participantes en la mesa redonda ‘Voces de Palestina’, que tuvo lugar el lunes 27 en el Centre de Cultura Cotemporània de Barcelona (CCCB), coorganizada junto al PEN Català, l’Institut Català Internacional per la Pau y el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed). Tras la guerra de 2014, en que los bombardeos israelíes mataron a 1263 personas (según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU), Asmaa al-Ghoul tuvo que esperar un año y medio para conseguir el permiso que le permitió salir de Gaza. «Me fui a Francia para vivir en paz, escribí un libro sobre la libertad y ahora me doy cuenta de que la libertad no es posible para los palestinos»

El libro es A Rebel in Gaza, donde narra sus experiencias cubriendo como periodista los bombardeos sobre la Franja desde 2008, sus enfrentamientos con Hamas por las políticas fundamentalistas que aplica especialmente contra las mujeres y en el que denuncia tradiciones familiares tan terribles como los crímenes de honor contra las mujeres jóvenes. «Gaza nunca ha vivido en paz; como mucho, nos hemos movido en una situación gris. Llevamos 16 años completamente aislados por el bloqueo de Israel, que no respeta ningún acuerdo», explicó.  

Cada una de sus intervenciones apretaba más el nudo en la garganta del público reunido en el Auditorio del CCCB. La desesperanza y la desesperación vestían cada palabra. «Biden y el resto del mundo occidental no nos ven como personas. El terrorismo de Israel no se condena. Netanyahu se refiere a nosotros como animales sin derechos. Nos cortan los suministros básicos y las comunicaciones. ¿Acaso no tengo derecho a saber si mi familia sigue viva?». 

Durante las siete semanas de bombardeos indiscriminados, de ataques a hospitales, escuelas y refugios humanitarios, Israel ha matado a más de 20 000 personas, entre ellas más de 8 000 niños, según el Euro-Mediterranean Human Rights Monitor. «Esta guerra me devuelve a 2014, vuelvo a escuchar el ruido de las bombas y las voces de mis familiares que murieron, y ahora han matado a mi prima y a parte de su familia mientras preparaba la comida». La bomba destruyó el edificio. Tres de los hijos de la prima de Asmaa se salvaron porque habían salido a buscar agua. 

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El precio de los derechos humanos

Los derechos humanos son un privilegio de quienes pueden pagarlos. Todo en el mundo capitalista tiene un precio, incluso las vidas de las personas. Hay vidas sagradas, atentar contra las cuales puede desencadenar guerras, y las hay que no valen absolutamente nada. De hecho, ni siquiera se consideran vidas humanas, de modo que se puede prescindir de ellas por miles, porque en el mercado internacional del precio de la vida no cotizan. De estas, cada día se consumen incontables, sin que ello afecte al rumbo ni al ritmo del mercado, víctimas de la explotación, de la hambruna, de la ausencia de atención médica, de la violencia física y, sobre todo, de la violencia de un sistema insensible al dolor de los miserables. Y, por supuesto, están las vidas que desaparecen bajo las bombas.

En Gaza está en curso un genocidio que, tanto como por su crudeza, duele por la indiferencia que buena parte de la sociedad occidental está demostrando. Reconozco que creía que los gobiernos europeos dirían basta después de los primeros días de bombardeo, aunque ello no fuera obstáculo para que Netanyahu y su corte de fanáticos asesinos siguieran adelante con su plan para arrasar Gaza y completar la anexión definitiva del territorio palestino. Durante estas semanas ha quedado meridiano que, salvo honrosas excepciones, la sociedad israelí está plagada de supremacistas deseosos de borrar del mapa a «esos seres subhumanos que merecen ser tratados como cucarachas».

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