«El 13 de abril de 2023 se ha convertido ya en una de las fechas más significativas en mi vida. Puede que dentro de unos años no la recuerde, pero eso querría decir que la llegada a las librerías de Días de arañas, buitres y ovejas pasó sin pena ni gloria. Así que no, voy a ser optimista y voy a pensar que la seguiré recordando y que cuando lo haga, sobre todo, reviviré la sensación de euforia, salpicada con cierta inquietud y bastante entusiasmo, que me posee ahora».
Lo que recuerdo de aquellas fechas es, efectivamente, la ilusión por emprender el camino junto a una editorial seria, como ha demostrado ser Velasco Ediciones, y cierta presión por que el libro se vendiera. Ya había (auto)publicado varias novelas anteriormente, de modo que esta vez la ilusión no consistía solo en verla en los escaparates; ir de la mano de una editorial suponía subir de nivel. La presencia en las librerías la daba por hecha, así que el reto ahora se encontraba en ser capaces de llegar a lectores desconocidos; cuantos más, mejor.
Foto de familia en la Feria del Libro de Gijón.
¿Cuál es el balance? Positivo, desde luego. Aún no tengo números sobre ventas ni devoluciones, pero si me he de guiar por las sensaciones, son buenas. Al menos eso es lo que me trasladan las personas que la han leído. No quiero parecer presuntuoso, pero tampoco pecar de falsa modestia: ya sabía que la historia es buena y que está bien escrita. Siete años de trabajo han de servir para algo. Sin embargo, eso no es garantía de nada, porque cada lector es un mundo. Lo más positivo, que cinco meses después tengo la impresión de que todavía nos encontramos al inicio del camino, y eso, en una sociedad en la que nos estamos acostumbrando a que cualquier propuesta envejece a los cuatro días, me parece todo un logro.
Que iba a ser una tarde muy especial quedó claro desde el primer instante. Luego, durante la charla, Rosa Maria hablaría de «casualidades de la vida que no son casualidades» para buscarle una explicación a que ella se presentara con unos pendientes chulísimos, con los personajes de Pulp Fiction, Uma Thurman en una oreja y John Travolta en la otra, recreando la mítica escena en la que bailan You Never Can Tell, de Chuck Berry, y que yo lo hiciera con una camiseta estampada con esos mismos personajes recreando la misma escena. ¿Qué probabilidad había de que se diera semejante coincidencia? Porque lo que puedo asegurar es que no nos habíamos puesto de acuerdo.
Esto pasó el 31 de mayo, en FNAC Triangle de Barcelona, pero todo empezó casi seis meses antes, durante el V Congreso de Escritores de la AEN. Fue allí donde conocí a Rosa Maria Calaf. Sin aquel feliz primer encuentro, ella probablemente nunca habría sabido de mi existencia y, por tanto, no habría habido opción a proponerle que me acompañara en la presentación de Días de arañas, buitres y ovejas. Fue lo primero que ella recordó ante la estupenda audiencia que acudió a la convocatoria.
«Siempre es un placer que se publique un libro, y más si el autor es alguien al que estimas. Yo a Benjamín lo estimo. Nos conocimos hace muy poco, en Gijón, en el Congreso de la Asociación de Escritores Noveles, ahora Miguel de Cervantes; un foro muy valioso, donde encontré a un montón de mujeres y hombres entregados a la tarea literaria. Durante aquellos días se respiraba pasión, entusiasmo, compromiso… Eran incansables, y el que más, Benjamín, que estaba atento a todos los frentes, no se perdía una. Tuvimos una buena conexión, y yo tuve la inmensa fortuna de que el coloquio para el que me habían invitado fue con él. Vino muy preparado, muy leído desde hacía tiempo, con muchas citas, y eso no es frecuente. Tengo mucha experiencia en eventos de este tipo, y cuando te toca un compañero así es muy de agradecer».
El agradecido soy yo, porque en estos seis meses he vivido montones de experiencias memorables, empezando por aquellos días maravillosos en Asturias, y siguiendo (que no acabando, porque las aventuras continúan) por el regalo impagable de dialogar con una referente, quizá la principal en nuestro país, del periodismo íntegro, de ser entrevistado por ella con motivo de la presentación de mi última novela.
«Aunque me proponen muchas, yo acepto muy pocas presentaciones de libros, por una cuestión de tiempo», explicó. «Las que acepto tienen que ver con temas periodísticos, de relaciones internacionales, de derechos humanos…, pero no novela, que no es mi campo. En este caso, no lo dudé en absoluto, porque creo que en tu ficción, y en esta novela especialmente, tienes unos ramalazos tremendos de crónica periodística».
La entrevista se la había preparado a conciencia, como no podía ser de otra manera tratándose de la Calaf, pero es que lo había hecho mientras recorría Arabia Saudi en coche junto a su marido. Uno de los pocos países que le quedaban por visitar. No es que se preparara las preguntas, sino que leyó el libro, 450 páginas, en pdf, en una tablet, en los ratos de descanso de un viaje de 6000 quilómetros. Y no le bastó con eso, porque también se repasó mi trayectoria literaria, así que, para empezar, nos remontamos a los inicios.
«Pensaron muchos que durante la primera tormenta que se adelantó al otoño se abrieron las puertas del infierno y aquel carromato inmenso se había plantado allí, surgiendo de las tinieblas, desafiando las leyes de la naturaleza, rebosante de demonios que esperaban salir para tragarse a todos los habitantes del pueblo de San Antonio».
Las buenas prácticas de la escritura dicen que, para despertar el interés del lector, es muy importante crear un comienzo que atrape, que invite a querer descubrir qué ocurre a continuación. Claro, inmediatamente hay que alimentar las expectativas y desarrollar una historia a la altura del prometedor inicio. A mí me parece que, siendo objetivo, Ramón Alcaraz García presenta El fabuloso zoológico ambulante (Velasco Ediciones, 2023) con un principio impecable que nos prepara para degustar una novela corta repleta de aciertos.
Siguiendo con los aspectos formales, el primer gran acierto (aparte del jugoso comienzo) es la maestría con la que está escrita.
Encontrar el tono del narrador y hacer un uso adecuado del lenguaje son cuestiones primordiales, y Ramón juega con ambos elementos durante las 150 páginas del relato de una forma que, en mi opinión, revela lo mucho que se divirtió escribiéndolo. Inevitablemente, la diversión se traslada al lector, porque se trata, por encima de todo, de una historia divertida, que no frívola.
El siguiente gran acierto es la sutileza que impregna toda la trama. El autor demuestra una habilidad maravillosa para decir muchas cosas sin necesidad de escribirlas. Le basta con describir las escenas, con poner una palabra en boca de un personaje, con presentarnos una situación en apariencia poco prometedora de grandes aventuras, a partir de la cual se desencadenan todo tipo de absurdos.
En San Antonio, un lugar aislado del mundo por decisión propia (o eso creen sus habitantes, para quienes el pueblo donde viven es el centro del universo), se reproducen todos los arquetipos que podemos encontrar en cualquier comunidad humana y, por tanto, también los mismos patrones de conducta.
Ha pasado un mes desde el lanzamiento de Días de arañas, buitres y ovejas y, lo reconozco, estoy un poco ansioso por recibir el feedback de lectores y ver alguna repercusión en medios literarios (prensa, blogs, redes sociales… Lo que sea). La verdad es que estos últimos días han empezado a llegarme comentarios muy alentadores, principalmente de conocidos y familiares, pero también de algún lector nuevo e incluso de libreros.
Ahora bien, lo más motivador de todo es que ya tengo fecha para la primera presentación. Con el lanzamiento tan próximo a Sant Jordi/Día del Libro, había que esperar un tiempo, de modo que a mí me quedaba la sensación de que faltaba algo. El libro lleva circulando unas semanas, así que esa primera ocasión en que nos reuniéramos para hablar sobre él tenía que ser especial, y os aseguro que lo va a ser, porque voy a estar acompañado por una referente de generaciones de periodistas, nada menos que Rosa Maria Calaf.
Será el miércoles 31 de mayo, a las 19 horas, en Fnac Triangle, junto a la plaça de Catalunya de Barcelona.
Conocí a Rosa en diciembre, en Gijón, en el V Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles. Compartimos una mesa redonda sobre el periodismo literario y varias horas de interesantísima charla informal. Hace unos días me atreví a hacerle la propuesta, y enseguida aceptó encantada. Está de ruta por Arabia Saudi, uno de los pocos países que le quedaban por visitar, y regresa el día 29, así que, por favor, espero que no haya ningún imprevisto.
Teniendo en cuenta que el papel de la prensa es uno de los elementos clave de Días de arañas, buitres y ovejas, tiene mucho sentido que una periodista tan vocacional y crítica con el devenir de los medios de comunicación sea quien me acompañe. Hablaremos de la novela, por supuesto, y estoy seguro de que saldrán otros temas muy interesantes. Yo estoy encantadísimo, porque escuchar a Rosa Maria Calaf es una delicia siempre.
Ah, y adelanto que, tras la puesta de largo en Barcelona, el fin de semana del 3 y 4 de junio estaré firmando en la Feria del Libro de Madrid. Además, pronto anunciaré fechas de presentación en Badalona y Caldes de Montbui.
Paso a paso. Para abrir boca, comparto el artículo que, gracias a la intermediación de mi editor, Cristian Velasco, publiqué hace unos días en Zenda Libros, en el que explico cositas sobre el proceso creativo de mi última novela.
¡Nos vemos el 31 en Fnac Triangle!
Sin personaje no hay historia. Cada vez que pienso en semejante obviedad, más cuenta me doy de lo importantes que son para mis historias los personajes que las pueblan. Alguna debió de surgir a partir de una idea o para desarrollar un tema que me motivaba, pero en la mayoría lo primero fue el personaje. Y Días de arañas, buitres y ovejas es el máximo exponente de esa manera de crear.
Es mágico cómo esos seres etéreos, modelados por la palabra, a menudo ni siquiera descritos, limitados en su existencia al marco que definen las páginas de un libro, se hacen con un espacio en el rincón del cerebro donde alojamos a quienes transitan por nuestro camino, con la misma entidad que las personas de carne y hueso, y ya no lo abandonan nunca. Cobran vida.
Jesús García, su esposa Meli, su hija Inés; Julia y Linares, sus compañeros policías; el comisario Sánchez, el inspector Pulido, la periodista Rita Palau, el Asesino de la Araña y un puñado de secundarios habitan ya ese lugar junto a docenas de colegas de mis historias anteriores y de las que sigo escribiendo.
Días de arañas, buitres y ovejas me acompaña desde hace una década. Antes de que pensara en escribirla, nació su protagonista, Jesús García, un inspector de policía entregado a Dios cuya misión es liberar al mundo del crimen. Arduo propósito en el que ya se empeñaba como secundario en mi segunda novela, Con la vida a cuestas.
Un día visité a García en su parcelita de mi cabeza y le pregunté si quería protagonizar una nueva aventura. Me apetecía profundizar en la relación con Inés, su brillante hija adolescente, y conocer mejor cómo compatibilizaba la devoción divina con su relación de pareja. ¿Qué sentía Meli, cómo procesaba las ausencias de su marido, el peligro constante al que debía enfrentarse por delegación del todopoderoso?
El 13 de abril de 2023 se ha convertido ya en una de las fechas más significativas en mi vida. Puede que dentro de unos años no la recuerde, pero eso querría decir que la llegada a las librerías de Días de arañas, buitres y ovejas pasó sin pena ni gloria. Así que no, voy a ser optimista y voy a pensar que la seguiré recordando y que cuando lo haga, sobre todo, reviviré la sensación de euforia, salpicada con cierta inquietud y bastante entusiasmo, que me posee ahora, a menos de una semana del feliz acontecimiento.
Debo reconocer que estas sensaciones eran más acentuadas diez años atrás, cuando preparaba la autopublicación de El viaje de Pau, mi primera novela. Pero aquello tenía mucho que ver, también, con la inconsciencia. Como no tenía ni idea del funcionamiento del sector editorial, me creía capaz de todo. De forma que mi euforia era mayor, al estar convencido (alimentado por la ignorancia) de que yo podía cambiar las dinámicas del mercado. Menudo juntaletras pretencioso.
Vale, un poco sí. Pero no me fue mal del todo. Obviamente, no cambié dinámica alguna; sin embargo, la experiencia fue muy enriquecedora, y me permitió aprender todo lo que ignoraba. Sobre esto he escrito de manera casi recurrente, así que no voy a insistir (al respecto, aprovecho para recordar que, junto a Toni Cifuentes, otro osado inconsciente de gran talento, escribimos un librito muy interesante que titulamos Cartas a un escritor, ¿cómo escribir un best-seller?).
Ahora es diferente. Días de arañas, buitres y ovejas es mi quinta novela, así que la ilusión por compartirla con el mundo carece de la frescura inocente de la primera vez, lo cual no tiene por qué ser negativo. Sí es la primera vez que me publica una editorial, Velasco Ediciones, con lo que estoy viviendo y voy a vivir de forma inminente nuevos desafíos. Al final, de eso se trata, de afrontar nuevos retos, de plantearte otras metas y experimentar nuevas aventuras.
A finales de 2012 había acabado de escribir El viaje de Pau, mi primera novela, a la que había dedicado un año muy intenso. No sabía nada sobre el mundo editorial, y mientras esperaba el veredicto de un pequeño certamen literario llamado Premio Alfaguara y/o la respuesta de sellos modestos como Planeta a los que, generosamente, había ofrecido la posibilidad de publicar mi ópera prima, me puse a chafardear en la blogosfera.
Llegué a la rápida conclusión de que un blog era un buen espacio para poner mis (siempre interesantes) reflexiones al alcance de ávidos lectores y, de paso, ir calentando el ambiente para cuando se publicase mi libro.
Fueron llegando algunas cartas de rechazo, intercaladas con sorprendentes propuestas en las que pretendidas editoriales me pedían compartir el esfuerzo económico que suponía un nuevo lanzamiento. Nada, 2500 eurillos por aquí, 4000 por allí. Con la mosca detrás de la oreja, empecé a sospechar que conseguir que te publicaran un libro o ganar un premio literario no era tan sencillo; y eso que la historia que yo había escrito era la bomba.
He de decir que, además de no saber nada del sector editorial, tenía una idea bastante vaga de lo que era una buena novela; aunque de esto no fui consciente hasta algún tiempo después.
Total, que en mis incursiones en la apasionante comunidad bloguera descubrí a un buen número de autores que autopublicaban sus obras. La gama de motivaciones era muy diversa: desde quienes ambicionaban petarlo con un ebook en Amazon, sin prestar mucha atención a cuestiones tan secundarias como la ortografía, el estilo o la coherencia; hasta quienes, adoptando una actitud profesional (por supuesto, prestando toda la atención a esas tediosas cuestiones secundarias), habían tomado el camino indie asumiendo todas las consecuencias. Eran auténticos militantes de la autopublicación.
También había quienes habían optado por ella como una opción puramente pragmática. Se trataba de una vía para dar a conocer sus obras mientras disfrutaban de la experiencia y aprendían todo lo posible durante el proceso.
No tardé en perder los prejuicios respecto a los autores indies. Conocí a algunos con mucho talento, que se movían con gran soltura al margen del circuito tradicional. De verdad, algunas de las mejores historias que he leído en mi vida las descubrí así.
Conclusión: la autopublicación era un camino muy legítimo, y hacerlo bien no sólo era una cuestión de respeto a uno mismo y a los posibles lectores, sino también una inversión a futuro. Desde luego, hacer las cosas lo mejor posible, siempre lo es.
«Cuando entré en la Academia lo hice acompañada de los secundarios. Son los personajes clave de cualquier novela. Sin secundarios, no hay novela; son quienes contribuyen a crear la personalidad del protagonista. El personaje poco visible es el que permite que el héroe se defina. En su trato con los secundarios, se configura el retrato de su personalidad».
Revisando las notas que tomé durante el V Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles, me encuentro con esta joya de Soledad Puértolas, una de las muchas que nos regaló tanto en su conferencia inaugural como durante la charla que mantuvo con el editor Cristian Velasco.
Los personajes secundarios son mi debilidad. Me encanta crearlos, dotarlos de una entidad que haga querer al lector saber más de ellos, quedarse incluso con las ganas de continuar su historia, aunque ni yo mismo la conozca. De hecho, un personaje secundario de mi segunda novela, Con la vida a cuestas, es el protagonista de Días de arañas, buitres y ovejas, que muy pronto será libro gracias a la complicidad, precisamente, de Velasco Ediciones. Y lo es porque yo mismo me quedé con las ganas de saber más de su historia.
«Cuentas de los personajes lo que sabes de ellos, y cuando acaba la novela te das cuenta de que conoces cosas que no has podido explicar. Eso es un poco triste, porque significa que durante la escritura de la obra no los hemos llegado a conocer bien. Es inevitable que los personajes se te escapen», decía Soledad Puértolas.
Si escribes, quizás te haya pasado que alguien que haya leído alguna de tus historias te pregunte cómo sigue la trama de tal o cual personaje, que puede que hayas dejado intencionadamente abierta; bien porque no tiene un interés particular para la trama principal, bien porque precisamente el interés radica en no resolverla, bien porque no tienes ni idea de cómo continúa. A mí eso me parece mágico; que un ser de ficción adquiera tal relevancia en la mente del lector, que lo llegue a sentir casi (o sin casi) como una persona real, que incluso se preocupe por su futuro. El futuro de un ser ficticio. ¿No es fascinante?
La semana pasada escribía: «Me gusta que los personajes que creo me acompañen toda la vida», y me gusta porque cada uno de ellos es de verdad un compañero, mucho más que una creación accesoria para dar sentido a una historia. «En el momento en que surgen los personajes, dejamos de estar solos. Es una compañía extraña, pero enriquecedora, porque los vamos conociendo conforme avanzamos juntos», le contaba la académica de la lengua a Cristian Velasco.
Pienso en cómo enfocar este artículo y se me acumulan tantas imágenes, sonidos y sensaciones diferentes, todas positivas, que no sé por dónde empezar. Había ganas de Congreso. Habían pasado cuatro años y medio desde el anterior, que se dice pronto, y ya tocaba volver a vernos en persona, que las pantallas, por útiles que sean, todavía no son capaces de recrear el placer que supone una charla cara a cara, y mucho menos un abrazo, o mil. Y espero que nunca lo logren.
El Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles (que, ahora sí, parece que va a perder definitivamente la N a cambio de una M y una C) es un evento especial. Por el nivelazo de las ponencias, sí; porque se celebra en Gijón, y todo lo que sea viajar a Asturias ya es un gran punto a favor; pero, sobre todo, por la conexión humana que es capaz de generar. El derroche de emociones que se experimenta en tres días resulta de una intensidad difícilmente comparable con nada que haya vivido anteriormente. Y si en las ediciones anteriores quedé maravillado, lo de este año ha sido la bomba.
Soledad Puértolas y Cristian Velasco
Podría hablar de la magistral conferencia inaugural de Soledad Puértolas, que nos contagió a (casi) todos los asistentes unas ganas tremendas de releer El Quijote en busca de esos aliados (aliadas, sobre todo) del ingenioso hidalgo que tan deliciosamente nos descubrió, o de la conversación literaria posterior que mantuvo con el editor Cristian Velasco. Sin duda, fueron dos de los momentos más destacados del Congreso.
Junto a Gonzalo Moure y Mónica Rodríguez
Podría referirme a la maravillosa charla entre Mónica Rodríguez y Gonzalo Moure, dos de los principales autores de literatura infantil y juvenil del país, que nos acercaron a la creatividad inagotable de niños y niñas y cómo a través de las historias se conectan mundos tan diferentes como el que viven los refugiados saharauis y los escolares españoles.
José Luis Martín Nogales, María Jesús Mena y José Luis Díaz
Podría poner en valor la crítica literaria, a través del diálogo tan exquisito que protagonizaron el crítico y escritor José Luis Martín Nogales, la escritora y librera María Jesús Mena (¿para cuándo la próxima espicha?) y el escritor (y amigo, cuánto talento tienes) José Luis Díaz Caballero; o podría reproducir la charla entre la profesora universitaria y biógrafa Anna Caballé y, de nuevo, el editor Cristian Velasco (uno de los grandes descubrimientos como moderador, y algo más, ahora iré con ello), gracias a la cual muchos de los asistentes seguro que van a mirar la literatura biográfica con otros ojos.
«Cuando se derrumbó la catedral de París y quedó al descubierto un sarcófago oculto desde hace siglos…, un superhéroe sin poderes… adquiere la telepatía». Risas, vítores y aplausos. El juego de las premisas disparatadas lo ha vuelto a conseguir. Tres grupos de creadores; uno encargado de los detonantes, otro de los personajes, y un tercero de las acciones. Cinco minutos para que escriban todo lo que se les ocurra. Pasado el tiempo, nos reunimos y las leemos respetando el orden; no vale buscar la que mejor encaje. El caso es que casi siempre encajan, y dan lugar a premisas hilarantes para crear historias. La particularidad en esta ocasión es que los participantes en el juego escriben en pijama y zapatillas… y que son más de las cinco de la madrugada. «Al descubrir que la máquina de café había decidido dejar de añadir azúcar…, un chaval que duerme dentro de la máquina de vending… dona toda su ropa». Maravilloso.
El valiente grupo de jóvenes apasionados por las letras participa en La peligrosa noche de escritura. Eso significa que han acudido a la convocatoria de Atrapavientos en el Espacio Joven de la Fundación Ibercaja de Zaragoza. Llevan escribiendo desde las diez de la noche, y el reto es continuar haciéndolo hasta las ocho de la mañana. Han consumido cantidades de chuches, bombones y otros dulces que jamás confesarán a ningún dentista; han exprimido la máquina de café que Eboca ha puesto a nuestra disposición de forma gratuita durante toda la velada; y aún queda el chocolate con churros que tan generosamente servirá el equipo del Espacio Joven cuando el cielo empiece a clarear y los párpados amenacen con caer definitivamente. Ah, y Mamen ha repartido mandarinas de una enorme bolsa de malla que nadie sabe cómo ha llegado hasta aquí.
—¡Esprint de escritura! —anuncia Lucía casi a las siete.
Sólo llevo un par de años impartiendo talleres de escritura creativa, pero cada vez que finaliza uno siento lo mismo: por una parte, un enorme agradecimiento a las personas que han compartido su tiempo conmigo durante un puñado de semanas considerable, y por otra, pena porque se acaba. No sé cómo sería si se tratase de mi actividad profesional principal. Yo no me considero profe de escritura; de hecho, una de las primeras cosas que les digo a quienes se apuntan es que yo no les puedo enseñar a escribir, ni lo pretendo. Lo único que espero es que descubran qué necesitan expresar y de qué modo, y que lo hagan con total libertad.
Me parece absurdo que alguien sea tan pretencioso como para decirle a otra persona, a otro ser creativo, que no debe escribir de una manera determinada, sino hacerlo de la supuestamente correcta. Claro que existen muchas herramientas para aplicar al proceso creativo, y mi papel consiste poco más que en ponerlas al alcance de quienes no es que no las conocieran (que también), sino que no se habían planteado cómo utilizarlas.