La inquietante sociedad de ‘Fahrenheit 451’

fahrenheit_451-785193Acabo de leer Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Es una novela de ciencia ficción publicada en 1953, pero resulta inquietante comprobar hasta qué punto la sociedad despersonalizada y deshumanizada que planteó el autor estadounidense hace sesenta años se asemeja al mundo actual.

La historia está ambientada en un futuro indeterminado en el que los libros están prohibidos y sus poseedores son perseguidos y castigados. Los bomberos han modificado radicalmente su función en la sociedad, y en vez de apagar incendios se encargan de quemar los libros que son descubiertos. Guy Montag, el protagonista, es un bombero perfectamente adaptado a una sociedad aparentemente feliz, donde la gente vive la vida a un ritmo frenético, continuamente bombardeada por estímulos superficiales, con la televisión como elemento central.

Los libros han sido denostados porque contienen ideas «subversivas» que «contaminan» la mente de las personas y les impiden «ser felices». El hecho de reflexionar, de pararse a pensar y poner una pausa en el endiablado ritmo diario de estimulación sensorial resulta inconcebible para la gente. Y es que leer sólo puede llevar a la angustia, a la decepción, a la infelicidad.

Las relaciones sociales son un ingrediente básico en esta sociedad de escaparate, pero se trata de relaciones absolutamente frías y vacías. La gente jamás se pregunta, ni a sí misma ni a sus personas cercanas, por cómo está, cómo se siente, qué espera de la vida. Ni siquiera se plantean su propio pasado.

Montag un día conoce a Clarisse, una joven vecina que es repudiada por la comunidad porque «piensa», porque hace preguntas, porque se detiene a observar su entorno. Es una joven espontánea, y es su espontaneidad y las preguntas que hace, lo que hacen «despertar» al bombero.

La novela es magnífica. Se lee en un abrir y cerrar de ojos. Está escrita desde la pasión y el convencimiento de defender unas ideas fundamentales: la libertad de expresión y el discurso crítico. Dos pilares básicos para sustentar cualquier sociedad democrática que se precie.

Otra novela inquietante por su actualidad, aun siendo incluso más antigua que Fahrenheit 451, es 1984, de George Orwell. La leí hace muchos años, siendo adolescente, pero mantengo el recuerdo de la sensación de desasosiego que me dejó. Ambas obras presentan sociedades opresoras parecidas. La de Orwell es incluso más asfixiante, pero el mundo que plantea Fahrenheit 451, quizás menos violento en su aspecto, resulta terrorífico. Y lo verdaderamente terrible es que quizás no estemos tan lejos de él.

Los libros no están prohibidos -no al menos en el mundo occidental-, no hay un ‘Gran Hermano’ que vigile cada uno de nuestros movimientos e ideas, pero, sin embargo, desde el poder sí hay una tentación creciente por difundir el pensamiento único. Los gobernantes se han adueñado de términos como ‘democracia’ o ‘Estado de derecho’, que utilizan una y otra vez para deslegitimar la libertad de expresión y el discurso crítico. Se criminaliza la contestación social, se hace un uso continuo del miedo y de la violencia «legítima» de Estado para reprimir la protesta. Se nos repiten una y otra vez los mismos conceptos, el mismo discurso vacío, para justificar lo injustificable.

Paralelamente, nos bombardean el cerebro con infinitos estímulos, gran parte de ellos huérfanos de contenido. Se nos «vende» que lo importante es la forma, no el fondo de las cosas, y que la vida hay que vivirla a toda velocidad porque si paramos un segundo nos perdemos montones de posibilidades de disfrute. Lo que ocurrió hace un minuto ya es historia. La prisa nos persigue, el tiempo es un valor al alza.

En Fahrenheit 451 el país está constantemente al borde de la guerra (aunque a la gente no parece preocuparle; de hecho, no tiene tiempo de pensar en ello). Hay una «resistencia» pacífica que espera su momento para cambiar las cosas, para devolver a los libros el lugar que merecen. Precisamente, la guerra entre Estados puede ser la oportunidad para ello. La aniquilación de las ciudades, donde se sustenta el sistema, significaría la oportunidad para un nuevo comienzo.

En nuestro mundo real la guerra sería el escenario más indeseable, pero está claro, cada vez urge más -las continuas noticias que ponen de manifiesto la podredumbre del sistema acentúan esa necesidad-, que hay que actuar. Tenemos que regenerar el modelo, no tanto «curar» la democracia como rediseñarla, porque ya se sabe que en aguas revueltas siempre hay pescadores con la caña a punto, no todos con buenas intenciones. Y estas aguas están muy revueltas.

4 comentarios sobre “La inquietante sociedad de ‘Fahrenheit 451’

  1. Gracias por la reseña, conocía el libro aunque todavía no lo he leído. Me has recordado que está en mi lista de lecturas pendientes, espero leerlo pronto. Por cierto, ¿lo has leído en inglés o traducido? Si has leído una traducción estaría bien mencionar al traductor o traductora, así ayudas a combatir el anonimato en el que trabajamos los traductores…

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    1. Gracias por el comentario, Mercè. Tienes toda la razón en lo que dices sobre los traductores, así que entono el mea culpa… El libro lo he leído en catalán (editorial Proa, edición de octubre de 2008). La traducción es de Jaume Subirana. Es una lectura muy recomendable, de verdad.

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