Bajo las ramas del roble

El paraje donde se ubica el roure del Giol es muy especial. A los pies de este árbol magnífico suelo encontrar la inspiración y la calma que me permite ver las cosas con perspectiva. Pero, sobre todo, es un lugar precioso, donde lo mejor que uno puede hacer es observar y sentir.

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Sentado bajo las ramas del roble, veo comer al cernícalo.Arranca un pedacito de carne, levanta la cabeza, mira en torno y repite la operación.

Escucho el aleteo de los cuervos y sus graznidos, indolentes, burlones, alarmantes. 

Las aves cantarinas animan el ambiente con sus silbidos multicolores.

Un búho, o quizás un cárabo, ulula en el bosque, y el pico de un picapinos percute contra un tronco.

De vez en cuando, se oyen mugidos y cencerros, y las ocas de la granja cercana graznan escandalosas.

A lo lejos, saluda el cuco.

Un zumbido proclama la resistencia de las moscas ante el invierno cercano.

Una urraca anuncia su presencia, y el arrendajo responde ruidoso, mientras despliega su colorido vuelo.

La brisa sopla, y oigo el roce de las hojas caídas del roble. Ya no quedan muchas en el árbol.

Una bellota se rinde a la gravedad y golpea contra el suelo. Otra. Unos…

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«El hombre mojado no teme la lluvia»: las voces de los desposeídos de identidad

«Las afganas siguen sufriendo como siempre. Son víctimas de matrimonios forzados a muy temprana edad, algunas se ven obligadas a casarse siendo unas niñas, muchas soportan violencia doméstica y apenas tienen acceso a un asesoramiento legal. Es para alarmarse; hay una expresión que aún se usa en las áreas rurales que dice que una mujer debería tener su primera regla en casa de su marido, y algunos padres se empeñan en hacer que sus hijas lo cumplan». 

En agosto de 2021, los talibanes recuperaban por la fuerza el poder en Afganistán, veinte años después de la invasión estadounidense que debía liberar a la población de su opresión fundamentalista. La noticia ocupó portadas durante días y consternó, con razón, a amplios sectores de la sociedad occidental, que temía, sobre todo, por la represión contra las mujeres. Sin embargo, ese ente llamado comunidad internacional, que en función de lo que interese en el momento promueve guerras o hace la vista gorda, no tardó en acatar la situación, pues estos talibanes «son civilizados». Tres meses después, Afganistán no es noticia. Poco sabemos de la situación de sus mujeres, aunque no resulta difícil imaginarla. 

La cita con la que he empezado este artículo es de 2006, de la activista por los derechos de las mujeres afganas Massuda Jalal, una de las cientos de reflexiones que recoge la periodista Olga Rodríguez en El hombre mojado no teme la lluvia, 350 páginas compuestas por voces de Oriente Medio. Publicado en 2009, es un recorrido por la historia reciente de Irak, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Egipto y Afganistán a través de sus protagonistas; no los dirigentes políticos, sino las personas que han sufrido sus guerras, opresiones y represiones. Personas anónimas, parte de una masa que en Occidente carece de identidades individuales, y solemos agrupar en términos como «refugiados», «inmigrantes» o «víctimas», que acaban generando indiferencia. 

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Formar parte de aquello que da sentido a ser humano

El sábado por la noche estábamos muy nerviosos. Era la última jornada de la 10ª edición de la Muestra de Cine de Ascaso. La semana había sido muy intensa, accidentada los primeros días a causa de la lluvia y la inevitable improvisación, pero un ejemplo de trabajo cooperativo y convivencia siempre. Eso fue lo que me enamoró de este proyecto tan loco y tan maravilloso cuando lo descubrí en el verano de 2018. Eso y la simbiosis entre el cine, la amistad y la naturaleza.

Aquel año se me abrió el suelo bajo los pies, y aunque aún echo de menos sentir la tierra firme, también le he encontrado el gusto a saltar sin paracaídas (no desde muy alto). De hecho, cada vez soy más consciente de que, puesto que agarrarse a los recuerdos carece de sentido, saltar es mucho más divertido. Hay que aprovechar las oportunidades de formar parte de cosas que den sentido a ser humano. Es algo que me repito a menudo, pero la pereza y la autocompasión son enemigos paradójicamente seductores.

Creo, sin embargo, que el verano de 2021 marca un punto de inflexión. Primero, las casi dos semanas de cámping en Bielsa, junto a Albert, mi hijo, al pie de las sanadoras cumbres del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y luego los diez días en Ascaso.

Este año me estrenaba como responsable (voluntario) de la comunicación del festival, algo que me hacía mucha ilusión, aunque sabía que iba a tener que currar de lo lindo. La verdad es que he currado aún más de lo que pensaba, pero también he disfrutado más, he reído más, he aplaudido más, he abrazado más, incluso he cantado más… y he dormido menos.

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Violencia

El mundo que hemos creado es violento. Nos hemos acostumbrado a la violencia que se impregna en todo, que forma parte de nuestro estilo de vida. Nos hemos acostumbrado de tal manera, que somos insensibles a las atrocidades que aliñan nuestro día a día; la mayoría de las veces, ni siquiera somos conscientes de ellas.

Pero de igual manera que asimilamos la violencia ordinaria, la que deja a personas sin casa y las obliga a rebuscar entre la basura, la que acumula muertos en naufragios invisibles, la que se ceba en mujeres silenciadas y en niños indefensos, la violencia que emana de la necesidad de someterse a la esclavitud laboral, o la que deshumaniza a otros seres humanos para que nos parezca normal que carezcan de derechos humanos; de igual manera que asimilamos la violencia institucional como algo legítimo e incuestionable, esa violencia que se cobra los ojos de los inconformistas o que encarcela, amparándose en la ley, a quienes molestan, condenamos horrorizados la quema de contenedores y la rotura de escaparates.

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Motivos importantes para libros que importan

«Intercambiar libros importantes, el de una niña de nueve años y el de una mujer de cuarenta, el de un chaval de quince y el de una abuela de setenta, el de un hombre de cincuenta y el de una chica de veintidós, es un gesto sencillo, que, sin embargo, contiene una carga muy potente de esperanza en las personas. 

Porque el intercambio en sí no es lo más significativo. Tendríais que ver cómo se iluminan los rostros cuando les explico que hay que escribir el motivo por el que el libro es importante, y que a cambio recibirán el libro dedicado de otra persona. Eso lo cambia todo. Automáticamente, los mecanismos de la memoria se activan en busca de los recuerdos memorables relacionados con la lectura. Queremos hacer partícipe a un amigo invisible desconocido de nuestras vivencias, que comprenda por qué ese libro es memorable». 

Esto lo escribí en diciembre de 2018, mientras formaba parte del equipo de Libros que Importan en Barcelona. Fue gracias a aquella experiencia que conocí a Jorge Gonzalvo y a Atrapavientos. Unos días después, volví a vivir el intercambio de los «libros con alma» desde dentro, esta vez en Zaragoza, y me maravillé del entusiasmo con el que la gente se entregaba a la iniciativa. Desde entonces, mi historia de amor con la asociación maña no ha hecho más que crecer, hasta el punto de formar parte de su equipo docente y creativo. 

Como podéis imaginar, desde el inicio de la pandemia, Libros que Importan no ha podido celebrar ninguna edición presencial, ni en Zaragoza ni en las otras ciudades españolas que habían previsto hacerlo; incluso se habían concretado ediciones en varias ciudades europeas y americanas. 

Pero si en Atrapavientos nos gusta decir que somos creativos, este era el momento de demostrarlo. Así que después del verano nos pusimos a trabajar en el diseño de la edición más especial de Libros que Importan. La condición indispensable era que, aunque el intercambio no pudiera llevarse a cabo de forma presencial, los libros debían poder cambiar de manos, y debían ser ejemplares físicos; y así llegamos a una solución híbrida, que combina la inscripción online con el envío de los ejemplares por correo postal. 

«No va a funcionar», auguraron algunos. Ya veremos. Dentro del equipo hemos hecho una porra. De momento, no voy a dar números. Sí diré que, en mi opinión, ya es un éxito haberlo puesto en marcha. Desde el 8 de febrero, la participación está abierta a través de la plataforma Jotform. El formulario se rellena en menos de cinco minutos, y me atrevo a decir que una persona que no haya utilizado nunca un ordenador o un teléfono móvil lo puede completar sin problemas. 

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No veo la salida

El año pasado, durante el primer confinamiento, publiqué un texto de mi padre, Benjamín Recacha López, en el que reflexionaba en torno a la gestión de la pandemia y mostraba la misma inquietud que sentíamos muchos. Durante estos meses, ha seguido escribiendo, y hace unos días mi madre me envió por whatsapp (él no tiene teléfono móvil) unas fotos con su última creación, que también comparto.

Nos vimos por última vez el día de Reyes. Viven en el campo, a dos comarcas de distancia, y por el momento somos «responsables», aunque su única vida social consista en ver a su nieto y a sus dos hijos.

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Realidades cuánticas

Los talleres de escritura de Atrapavientos son un estupendo disparadero creativo. El último relato que he compartido en Salto al reverso surgió de un ejercicio en Desatrancos, S.A., el taller de mi colega Antonio J. Cuevas, guionista y verdadero maestro en el arte de afrontar con ingenio la hoja en blanco.

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Photo by Ehud Neuhaus on Unsplash

Lo primero que me hizo sospechar que algo raro pasaba fue que abrí la puerta con solo medio giro de llave. La cerradura no estaba echada, y a aquella hora nunca había nadie. 

Pensé que quizás mamá había vuelto antes del trabajo;no había otra opción, porque yo estaba seguro de haber cerrado al salir por la mañana. ¿O había olvidado hacerlo?Dejé las llavesen el recibidor, me quité los auriculares, yla músicaproveniente del interior del piso resolvió la duda enseguida. Mamá estaba allí… con losFooFightersa todo trapo.

Vale, aquello sí que era raro. Mamá había hecho pellas del curro paraescuchar mi grupo favorito, el mismo que le provocaba escalofríoscada vez que entraba en mihabitación. «Pero hijo, ¿cómo puedes estudiar con esa música infernal?». «Me ayuda a concentrarme», le respondía, y, horrorizada,regresaba sobre sus pasos con la mano en la sien y losojos en blanco.

Pues ahí la…

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La búsqueda de la voz literaria

Photo by Toa Heftiba on Unsplash

Cuando decidimos sentarnos ante un teclado o un cuaderno y empezar a escribir, las posibilidades son infinitas. El único límite lo marca nuestra imaginación, por eso no deberíamos ponernos barreras colocándonos en la posición de los posibles lectores. Escribir preocupado por el qué dirán, o con la intención de gustar, no es extraño, pero en mi opinión supone desaprovechar el inmenso potencial de nuestras neuronas.

Los ejemplos de historias que calcan otras historias son innumerables, hasta el punto de casi conformar todo un género literario, el de las novelas carentes de personalidad, las que nacen al calor de un éxito comercial y se reproducen con el único propósito de hacer picar a los lectores del original.

Entre esos clones hay textos bien escritos, e incluso algunos «triunfan» (otro día hablamos sobre qué significa triunfar en literatura), pero sospecho que los que acaban en el olvido a la velocidad que vive una mosca del vinagre son muchísimos más.

Optar por ese camino me parece legítimo, pero supone renunciar a la honestidad creativa y a la apasionante aventura que empieza al preguntarnos: «¿cuál es mi voz literaria?». Es la pregunta que deberíamos hacernos en cuanto empezamos a deslizar la punta del bolígrafo sobre el papel —a teclear, para los menos románticos—. La respuesta no llegará de forma inmediata. En realidad, puede que nunca la hallemos del todo, porque el proceso de aprendizaje y, por tanto, de configuración de nuestro estilo personal, va a estar en constante evolución.

Y eso es lo que a mí me parece que convierte al viaje creativo en algo tan excitante. Sea cual sea el motivo que te empuja a contar historias, tanto si sueñas con el reconocimiento de miles de lectores como si únicamente pretendes divertirte, no deberías renunciar a contar la verdad; es decir, a dejarte llevar por tus inquietudes, a hacerle caso a tu imaginación.

Si te apetece leer el artículo completo, te invito a que lo hagas en el blog de Atrapavientos, donde los miembros del equipo docente reflexionamos cada dos semanas sobre escritura, lectura y creatividad.

Domingo, 24 de enero de 2021: aprender a perder la prisa

Photo by Eduardo Olszewski on Unsplash

¡Hola, Toni!

He tardado más de lo que pensaba en responder a tu última carta, pero aquí estoy, coincidiendo con el octavo aniversario de ‘la recacha’. Igual un día acabamos lanzando la segunda parte de Cartas a un escritor: ¿Cómo se escribe un best-seller? Quizás entonces ya debamos responder a la pregunta.

En realidad, no creo que podamos hacerlo nunca, ni siquiera pueden quienes de verdad los escriben (aunque las estanterías, físicas y virtuales, estén repletas de libros que pretenden vender la fórmula), por eso me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que se lanza a la escritura con la esperanza de resolver la cuestión de la manutención mediante sus textos.

Todos los que escribimos y publicamos aspiramos a ello, claro. Es algo de lo que hemos hablado a menudo, y mi conclusión es la misma de siempre: si quieres ganar dinero con la literatura, asegúrate de escribir lo mejor posible. Sabemos que eso no es suficiente, y sabemos también que, en ocasiones, ni siquiera es necesario.

Hay libros muy malos que se venden muy bien. No es algo que podamos evitar, y, sinceramente, no debería ocuparnos ni un segundo. No sirve de nada lamentar cómo funciona el mercado editorial, más allá de la agradable pero inútil sensación que produce la autocompasión.

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Nos hemos acostumbrado

Valle de Pineta
La imagen del Valle de Pineta no tiene nada que ver con el texto, pero le aporta el color que le falta. Foto: Benjamín Recacha

Nos acostumbramos a todo. Recuerdo que al principio de la pandemia se me hacía inconcebible tener que llevar mascarilla en todas partes. Ahora lo difícil es pensar que dejaremos de llevarla en algún momento. A lo que no me acostumbro es a tener las gafas permanentemente empañadas. Pero qué le vamos a hacer. 

En realidad, lo de la mascarilla es casi una anécdota. Imagino que a la gente le proporciona cierta sensación de seguridad y de ser responsables. Si llevas mascarilla, puedes actuar casi con normalidad, como si no hubiera pandemia. Y eso, la verdad, me resulta chocante. ¿Cómo es posible que, si la inmensa mayoría de la gente cumple con las normas de prevención, los contagios continúen disparados? 

Yo no tengo ni idea, pero me sigo preguntando por qué, si la manera de detener el avance de una enfermedad contagiosa es evitar la interacción entre personas, y si de verdad es tan importante poner freno a esta pandemia, no estamos todos confinados como aquellas dos semanas en que incluso se cerraron las empresas. ¿No sería esa la manera más efectiva de conseguirlo? 

Aclaro que lo último que deseo es seguir viviendo encerrado, pero mis deseos resultan irrelevantes si de verdad (y el de verdad es el matiz clave en todo esto) queremos detener la pandemia. 

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