Golondrinas

Siempre te ha gustado observar las acrobacias aéreas de las golondrinas. Seguir su vuelo te llevaba con ellas a las alturas, donde, entre átomos de aire, el espejismo del orden natural parecía menos volátil.  

Desde niño te sentiste fascinado por la capacidad mágica de las aves de conquistar el cielo. La silueta de una rapaz entre las nubes te aceleraba el pulso y te hacía brillar las pupilas. La acompañabas con la mirada hasta que no era más que un puntito negro sobre fondo azul o se perdía tras la cresta de una montaña.  

No hace tanto que aún volabas en sueños, braceando para ganar altura. Cuando estabas bien arriba, te dejabas caer en picado y te deslizabas en vuelo rasante sobre el suelo.  

Como las golondrinas.  

Aunque ellas ya apenas se acercan a tierra. Ni siquiera aquí, en el valle de Pineta, tu paraíso.  

Nunca has dejado de venir, y a pesar de haber sido testigo año a año de la transformación, te duele ver el Monte Perdido sin resto de hielo, te duele tanto como el día que su glaciar se declaró extinto. Te duele ver la otrora estruendosa cascada del Cinca convertida en un chorro escuálido; te duele no ser capaz de encontrar un reguero de agua en el desierto de guijarros que es ahora el cauce del río.  

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No veo la salida

El año pasado, durante el primer confinamiento, publiqué un texto de mi padre, Benjamín Recacha López, en el que reflexionaba en torno a la gestión de la pandemia y mostraba la misma inquietud que sentíamos muchos. Durante estos meses, ha seguido escribiendo, y hace unos días mi madre me envió por whatsapp (él no tiene teléfono móvil) unas fotos con su última creación, que también comparto.

Nos vimos por última vez el día de Reyes. Viven en el campo, a dos comarcas de distancia, y por el momento somos «responsables», aunque su única vida social consista en ver a su nieto y a sus dos hijos.

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Copo de nieve y Lázaro Hunter en «El callejón de las once esquinas»

El callejón de las once esquinas
Portada del cuarto número de «El callejón de las once esquinas», obra del fotógrafo ruso Valdimir Fedotko.

Hace algo menos de un año escribí un cuento ambientado en una Groenlandia futura sin hielo. Viendo el camino autodestructivo que llevamos, no sería tan descabellado. Obviamente, si Groenlandia se deshiela significará que buena parte del planeta habrá quedado bajo el océano y que lo que quede aún fuera del agua será desierto. Ante semejante panorama, la humanidad superviviente, y que pueda permitírselo, huirá desesperada a las pocas zonas del norte donde aún se pueda vivir.

La Groenlandia de mi cuento, que titulé Copo de nieve (Aputsiaq en groenlandés, el nombre del niño protagonista), se ha convertido en una isla verde y superpoblada, que no deja de recibir inmigrantes que huyen de la miseria y la sequía.

Pero no todo son malas noticias. La historia mantiene un punto de esperanza y una pincelada de magia. La escribí para presentarla a un certamen literario. Lo intenté en un par, sin éxito, así que cuando María Jesús Pueyo me invitó a participar en el cuarto número de El callejón de las once esquinas, necesité pensarlo muy poco para enviarle el que considero que es mi mejor relato hasta el momento.

Es un cuento largo, de unas 3.200 palabras, del que me siento muy satisfecho, y más ahora que ya está disponible on line en El callejón de las once esquinas. La revista tiene una pinta estupenda, algo totalmente lógico teniendo en cuenta la profesionalidad de su consejo editorial, que encabeza María Jesús (Patricia Richmond para los seguidores de su carrera literaria). Seguir leyendo «Copo de nieve y Lázaro Hunter en «El callejón de las once esquinas»»