El abrazo del hogar

Valle de Pineta
El Valle de Pineta en su esplendor primaveral

7 de junio

«Estoy aquí. Estoy en casa». Lo repito varias veces, paseando la mirada por la pradera donde pasé los veranos más felices de mi vida, paseándola por los bosques que forran esas montañas apabullantes, que me siguen pareciendo tan imposibles como el primer día, aquel verano de 1980. Tenía seis años y me parecía que mis padres me habían metido en el escenario de un cuento. No era posible que existiera un lugar así.

Me siento en la roca que siempre ha estado ahí, cerca del rincón donde instalábamos la canadiense azul, el rincón del quejigo que era hogar de nuestro amigo el lirón, nuestro rincón. «Estoy en casa», vuelvo a decir en voz alta, único huésped humano de la pradera que en verano era el hogar feliz de un puñado de familias agradecidas por la hospitalidad de la señora Pineta.

Valle de Pineta
El macizo de Monte Perdido desde los llanos de la Larri

Las últimas semanas no han sido muy buenas para mí. Regresar al hogar era una necesidad. Hogar es una palabra importante. Como amor, amistad, familia, dignidad. La vida queda coja cuando falta alguna de esas. Uno sabe que se encuentra en su hogar cuando se siente abrazado por el entorno, y yo en Pineta me siento protegido por un abrazo interminable. Es una gran suerte contar con un sitio así; no creo que sea tan habitual. Seguir leyendo «El abrazo del hogar»

La mujer de la montaña

III Congreso de EscritoresEl año pasado por estas fechas escribí un cuento que se publicaría en el libro de relatos 40 colores, incluido el negro, una de las iniciativas de la Asociación de Escritores Noveles (AEN) para conmemorar su décimo aniversario. Inspirado (una vez más) por ese paraíso que es el Valle de Pineta y su entorno, lo titulé ‘La mujer de la montaña’. Es uno de los relatos de los que me siento más satisfecho, así que me apetecía compartirlo con quienes tengáis la paciencia de leer sus 3.400 palabras. Os dejo con el principio y, si os abre el apetito lector, al final podéis visitar el enlace donde lo encontraréis completo en pdf.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Circo de Pineta
Las impresionantes montañas que protegen el Valle de Pineta, un paisaje de cuento.   Foto: Benjamín Recacha

Me gusta sentarme junto a la ventana, sobre todo en invierno. A mediodía el sol inunda la oficina y entonces llega mi momento. Cierro los ojos y me dejo acariciar por la calidez de los rayos, que me transportan a aquellos días de mayo en la Sierra de Espierba.

Ha pasado mucho tiempo, pero aún hoy, cuando lo recuerdo, me entran las dudas sobre si fue un sueño.

Me levantaba temprano para caminar por el bosque. Me gustaba escuchar a mirlos, petirrojos y ruiseñores dándome los buenos días. Era la mejor compañía que por entonces podía esperar. En verdad, no deseaba otra.

El aire frío de la mañana me hacía sentir vivo. Agradecía aquellos zarpazos que se agarraban a mi cara y sentir cómo se abrían paso hasta los pulmones.

Había llegado hasta aquella diminuta aldea perdida en el Pirineo Aragonés rebotado de una lamentable experiencia laboral y una no menos lamentable relación (des)afectiva. En aquel momento detestaba a la especie humana y aborrecía la civilización, así que me había fabricado la ilusión de que podía apearme de ella.

La dueña de la casa donde me alojaba me recomendó la ruta. Se internaba en el bosque por la pista que, una hora de suave ascensión después, desembocaba en un apabullante mirador natural. Desde lo alto de la sierra se admiraban las imponentes moles pirenaicas y los verdes valles que, muy abajo, aparecían surcados por brillantes hilos de plata.

La primera vez me quedé allí embobado, disfrutando de la ausencia del tiempo. El desfile de las nubes juguetonas era el único síntoma de que no me encontraba dentro de una postal. Bueno, las nubes… y mis tripas, que al cabo de un rato me recordaron que necesitaba alimentarme, así que saqué el bocata de la mochila y lo degusté como el más delicioso de los manjares.

Los días siguientes el ingrediente de la sorpresa dejó paso al del deseo por regresar, y una semana después la excursión se había convertido en una necesidad vital.

Aquella mañana el bosque era el mismo, con sus educados habitantes alados, que saludaban a mi paso, las mismas ardillas que saltaban huidizas de rama en rama, la misma brisa que me hacía sentir vivo y el mismo sendero que conducía a la cima desde donde contemplar las moles calcáreas y las nubes con sus formas caprichosas.

Me senté en la misma roca, saqué el bocata y lo saboreé con el mismo placer de cada mañana. Aquella era una rutina muy diferente de la que había acabado despojándome de alicientes. En aquel momento lo que más deseaba era que cada jornada fuera una repetición de la anterior.

Y entonces la vi.

Si te apetece leerlo completo, aquí tienes el enlace.

Tres semanas de imágenes y sensaciones para el recuerdo

Valle de Pineta - Faja de Tormosa
La Faja de Tormosa, una de las rutas más espectaculares en el Valle de Pineta.   Foto: Lucía Pastor

Tres semanas de viaje dan para explicar muchas cosas. Aunque quede la sensación, como con todo lo que se disfruta, de que han pasado demasiado rápidas.

Vacaciones es sinónimo de descubrimiento, da igual que sea en lugares ya conocidos; de dejarse guiar por los sentidos para impregnarse de paisajes, sonidos y aromas. Vacaciones para mí significa, sobre todo, sumergirme en la naturaleza. Pero también es el momento de compartir experiencias, de conocer a y reencontrarse con personas que lo hacen a uno reconciliarse con la especie humana.

Este verano ha sido pródigo en ambos ingredientes: mucha naturaleza y buena gente.

Mi intención es escribir varios artículos sobre las experiencias vividas, porque, igual que ocurrió el año pasado, el material disponible, en recuerdos e imágenes, es muy amplio. Seguir leyendo «Tres semanas de imágenes y sensaciones para el recuerdo»

En el reino de las marmotas

Chisagüés
Chisagüés, punto de partida de la excursión.   Foto: Benjamín Recacha

Siguiendo la carretera de Bielsa a Francia, pronto llegamos a Parzán y, justo después, aparece un desvío a la izquierda que conduce al pueblecito de Chisagüés. Encajonado entre montañas, nos abre la puerta a uno de los paisajes más increíbles del Pirineo Aragonés: el valle del río Real, escoltado por las Sierras de Espierba y de Liena, y con los colosos de Robiñera y la Munia como telón de fondo.

Fue la última excursión que hicimos el verano pasado, un colofón perfecto a unas vacaciones fantásticas. Unos días antes, el amigo José María Escalona, impulsor de la recuperación de la memoria histórica a través del magnífico Museo de Bielsa y que tanto me ayudó con mi primera novela, El viaje de Pau, nos habló de la excursión a Ruego, adonde se podía subir en todoterreno por la pista que parte desde Chisagüés.

Allí, en lo alto de la Sierra de Liena, se encuentran las antiguas minas de hierro, y las vistas sobre el circo de Barrosa y el mismo valle del río Real deben ser espectaculares. Digo deben porque no llegamos hasta arriba. No tenemos un todoterreno y sí un niño de seis años, al que le encanta retozar por la montaña, pero hasta un cierto límite. Seguir leyendo «En el reino de las marmotas»

Añadiendo postales a los paisajes de mi vida

Sierra de las Tucas
Las moles de las Tucas desde la Sierra de Espierba.   Foto: Benjamín Recacha

Llegar a Bielsa es llegar a casa, y recordar las vacaciones en ese paraíso que es la comarca del Sobrarbe oscense es sentirme de nuevo allí. Han pasado ya cinco meses, pero conservo el recuerdo muy vivo. Fueron unos días preciosos, como cada mes de agosto, en los que revisitamos rincones que forman parte del paisaje de mi vida, y en los que descubrimos nuevas joyas. Y es que las montañas que circundan el maravilloso Valle de Pineta son la puerta de entrada a incontables obras de arte de la madre naturaleza, que vale la pena degustar con los sentidos bien abiertos. Seguir leyendo «Añadiendo postales a los paisajes de mi vida»