La mujer de la montaña

III Congreso de EscritoresEl año pasado por estas fechas escribí un cuento que se publicaría en el libro de relatos 40 colores, incluido el negro, una de las iniciativas de la Asociación de Escritores Noveles (AEN) para conmemorar su décimo aniversario. Inspirado (una vez más) por ese paraíso que es el Valle de Pineta y su entorno, lo titulé ‘La mujer de la montaña’. Es uno de los relatos de los que me siento más satisfecho, así que me apetecía compartirlo con quienes tengáis la paciencia de leer sus 3.400 palabras. Os dejo con el principio y, si os abre el apetito lector, al final podéis visitar el enlace donde lo encontraréis completo en pdf.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Circo de Pineta
Las impresionantes montañas que protegen el Valle de Pineta, un paisaje de cuento.   Foto: Benjamín Recacha

Me gusta sentarme junto a la ventana, sobre todo en invierno. A mediodía el sol inunda la oficina y entonces llega mi momento. Cierro los ojos y me dejo acariciar por la calidez de los rayos, que me transportan a aquellos días de mayo en la Sierra de Espierba.

Ha pasado mucho tiempo, pero aún hoy, cuando lo recuerdo, me entran las dudas sobre si fue un sueño.

Me levantaba temprano para caminar por el bosque. Me gustaba escuchar a mirlos, petirrojos y ruiseñores dándome los buenos días. Era la mejor compañía que por entonces podía esperar. En verdad, no deseaba otra.

El aire frío de la mañana me hacía sentir vivo. Agradecía aquellos zarpazos que se agarraban a mi cara y sentir cómo se abrían paso hasta los pulmones.

Había llegado hasta aquella diminuta aldea perdida en el Pirineo Aragonés rebotado de una lamentable experiencia laboral y una no menos lamentable relación (des)afectiva. En aquel momento detestaba a la especie humana y aborrecía la civilización, así que me había fabricado la ilusión de que podía apearme de ella.

La dueña de la casa donde me alojaba me recomendó la ruta. Se internaba en el bosque por la pista que, una hora de suave ascensión después, desembocaba en un apabullante mirador natural. Desde lo alto de la sierra se admiraban las imponentes moles pirenaicas y los verdes valles que, muy abajo, aparecían surcados por brillantes hilos de plata.

La primera vez me quedé allí embobado, disfrutando de la ausencia del tiempo. El desfile de las nubes juguetonas era el único síntoma de que no me encontraba dentro de una postal. Bueno, las nubes… y mis tripas, que al cabo de un rato me recordaron que necesitaba alimentarme, así que saqué el bocata de la mochila y lo degusté como el más delicioso de los manjares.

Los días siguientes el ingrediente de la sorpresa dejó paso al del deseo por regresar, y una semana después la excursión se había convertido en una necesidad vital.

Aquella mañana el bosque era el mismo, con sus educados habitantes alados, que saludaban a mi paso, las mismas ardillas que saltaban huidizas de rama en rama, la misma brisa que me hacía sentir vivo y el mismo sendero que conducía a la cima desde donde contemplar las moles calcáreas y las nubes con sus formas caprichosas.

Me senté en la misma roca, saqué el bocata y lo saboreé con el mismo placer de cada mañana. Aquella era una rutina muy diferente de la que había acabado despojándome de alicientes. En aquel momento lo que más deseaba era que cada jornada fuera una repetición de la anterior.

Y entonces la vi.

Si te apetece leerlo completo, aquí tienes el enlace.

III Congreso de Escritores: lecciones de vida

III Congreso de Escritores
De izquierda a derecha: Adrián Martín, José Ángel Jarné, José Luis Corral, Covi Sánchez, Emilio Lledó, Ramón Alcaraz, Toti Martínez, Benjamín Recacha, Antonio Garrido.

El domingo por la tarde mi cerebro había llegado al límite de almacenamiento mientras asistía a la charla número nisesabe del III Congreso de Escritores. A pesar del interés de lo que se estaba explicando, decidí salir de la sala para descansar la mente y acabar de despedirme de los buenos amigos que había hecho durante tres días inolvidables. En un rato ponía rumbo al aeropuerto de Asturias para regresar a Barcelona.

Y entonces, pocos minutos antes de marchar, recibo un sms de Vueling que me informa de que el avión no despegará hasta la mañana por culpa de la niebla. Así que me tengo que quedar una noche más. Os ahorro los detalles logísticos, que quedan resueltos rápidamente gracias a la eficiencia espectacular de un tipo que lleva incorporado de serie un radar con teléfono (responde al nombre de José Ángel), y a su ayudante, la mejor que nadie podría desear para la bendita locura que ha sido esta reunión de zumbados amantes de las letras (llamada Rebeca). También os ahorraré la surrealista conversación con la atención al cliente de la compañía aérea.

El caso es que el mal trago por retrasar unas horas el reencuentro con mi familia quedó compensado en parte por la oportunidad de prolongar la estancia en Gijón junto a gente estupenda, como los ya mencionados José Ángel y Rebeca, Covi, Adrián, Ramón, José Luis, y el resto de participantes en el congreso, la mayoría escritores que aspiran, como yo, a ganarse la vida con lo que más les gusta hacer. Seguir leyendo «III Congreso de Escritores: lecciones de vida»