Vergüenza

Vergüenza. Indignación, impotencia, rabia, pero sobre todo vergüenza es lo que siento al ver, una vez tras otra, cómo las fuerzas del «orden» descargan su violencia gratuita sobre personas que reclaman justicia. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha conseguido en los últimos meses paralizar un buen número de desahucios, aunque a menudo haya sido a costa de recibir una buena ración de mamporros y de unas cuantas detenciones arbitrarias.

Vergüenza, la que no tienen nuestros dirigentes políticos, es lo que siento al comprobar la impasibilidad con la que Rajoy, el presidente «plasmado», y sus secuaces asisten día tras día al drama humano que acontece en este país.

Vergüenza por tener un presidente cobarde, incapaz de dar la cara ante la ciudadanía, que se refugia bajo el ala de su organización manifiestamente corrupta (como otras, qué vergüenza) y que se protege tras un aparato de televisión, cual ridículo sucedáneo del Gran Hermano de Orwell. Y vergüenza, mayor si cabe, por el servilismo y la indignidad de mis compañeros de profesión, sumisos y obedientes ante la pantalla de la vergüenza.

Vergüenza por la bajeza moral de quienes, cómplices de los verdugos trajeados y armados con maletín, pretenden hacerse las víctimas; de quienes se atreven a, sin que se les caiga la cara de vergüenza (la que no tienen), calificar de terroristas y de fascistas a quienes reaccionan ante la impasibilidad oficial y salen a la calle a defender la justicia social y a señalar a los enemigos de la democracia, la real, la que tendría que ser, no la de las élites que jamás van a sufrir las consecuencias de su propia insensibilidad, de su nula empatía, de su vergonzoso alejamiento de la realidad. Qué vergüenza.

Vergüenza. De los anuncios de Bankia, de las falsas promesas y de las mentiras, del «y tú más», de la impunidad, de los silencios cómplices, de la sumisión ante «los mercados», de los recortes, de la renuncia al futuro de toda una generación, del maltrato a la educación y la sanidad públicas, de un sistema que no defiende el interés general ni protege a los débiles, de la soberbia de quienes se consideran por encima del bien y del mal, y de quienes se autoadjudican la legitimidad para actuar como les dé la gana amparándose en unos resultados electorales. Vergüenza de quienes proclaman su patriotismo a los cuatro vientos, con una mano en el pecho y la otra en la cartera, lista para emigrar a Suiza.

Vergüenza. De este país de pandereta.

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