Voy a hablar de libros que me han marcado como lector, y espero que también como escritor. Hay muchos, sin duda, pero me voy a centrar en tres: ‘Mi familia y otros animales’, de Gerald Durrell; ‘La princesa prometida’, de William Goldman; y ‘Locuras de Brooklyn’, de Paul Auster.
El primero lo leí en el instituto. Ya sabéis: hay que hacer un trabajo sobre un libro, lo dejas para última hora y te encuentras el último día leyendo hasta las tantas y picando a máquina (sí, entonces los trabajos se hacían con máquina de escribir) en la cocina de madrugada para no molestar al resto de la familia… Menudo tostón… Pero no. Lo sorprendente es que en esta ocasión no fue ningún tostón, sino posiblemente uno de los trabajos más agradecidos de mi vida de estudiante. Recuerdo estar leyendo en la cama partiéndome de risa, con la mano tapándome la boca para ahogar las carcajadas. Años más tarde lo volví a leer, sin la presión de tener que acabarlo y de hacer el trabajo posterior antes del amanecer, y me pareció tan delicioso como entonces.
El escritor y naturalista Gerald Durrell explica con un exquisito sentido del humor y las descripciones más entretenidas que haya leído nunca las peripecias de su familia en la isla griega de Corfú, durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial. El Gerry preadolescente descubre en aquella isla el amor por la naturaleza y empieza a coleccionar todo tipo de bichos que provocarán montones de situaciones hilarantes, ya que el resto de la familia no comparte ese amor incondicional por mantis religiosas, tarántulas, serpientes y animalitos semejantes. Además, irán a apareciendo en escena personajes de lo más peculiar, casi todos lugareños de costumbres bastante chocantes para una acomodada familia inglesa. ‘Bichos y demás parientes’ y ‘El jardín de los dioses’, tan recomendables como el primero, completan la trilogía.
‘La princesa prometida’ lo leí un tiempo después de haber visto la película, un icono del cine de aventuras de los 80. La peli está muy bien; de hecho, también es una de mis preferidas, pero es que el libro es infinitamente mejor. William Goldman, afamado guionista de Hollywood, autor, entre otras, de la magnífica ‘Dos hombres y un destino’, atribuye la autoría de ‘La princesa prometida’ a un supuesto autor llamado S. Morgensten, quien, por supuesto, es invención suya. Es un delicioso cuento de aventuras, con princesas, piratas, reyes malvados, seres fantásticos, héroes y villanos despreciables, repleto de ironía y escrito con un sentido del humor que provoca que devores las páginas con una sonrisa permanente en la cara. También lo he leído varias veces… Creo que pronto volveré a hacerlo*.
Con ‘Brooklyn follies’, traducido como ‘Locuras de Brooklyn’, descubrí a Paul Auster. Ya había leído ‘Tombuctú’, pero entonces no era aún consciente de la categoría literaria de su autor. La novela está escrita desde el punto de vista de un hombre mayor al que le descubren un cáncer sin perspectivas de curación. En vez de hundirse decide recuperar el tiempo perdido y disfrutar lo que le quede de vida. La forma de hacerlo es retomar el contacto con su hijo y poner en práctica esa rara cualidad humana a menudo tan menospreciada: la sociabilidad. Así, Paul Auster relata la vida cotidiana de las personas sencillas que habitan el barrio donde vive el protagonista, sus interacciones, sus anhelos, sus inquietudes, y lo hace con una habilidad exquisita. El libro se lee solo. Está repleto de diálogos ágiles y siempre interesantes y envuelto en una atmósfera de agradable optimismo. Es una de esas novelas que cuando la acabas te hace sentir mejor persona, a gusto con la vida y contigo mismo. Resulta curioso, porque normalmente los personajes de Auster son seres atormentados, con historias personales muy chungas y muy escépticos respecto a lo que les pueda deparar la vida.
Y eso es todo amigos… Empezaba esta reflexión diciendo que esperaba que estos tres libros marcaran mi aventura como escritor. Ojalá fuera capaz de reunir la habilidad narrativa de Durrell, el sentido del humor de Goldman y la agilidad de Auster, su facilidad para presentar a los personajes y transmitir sus inquietudes.
*Efectivamente, poco después de escribir el post empecé a leérselo a mi hijo de cuatro años antes de dormir. No tardé muchas noches en acabarlo y aún de vez en cuando el peque me pide «el cuento de Buttercup».
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