
Me gustan las sonrisas. ¿A quién no? De verdad, me encanta cuando alguien me sonríe sinceramente y, por supuesto, me encanta sonreír. Los dos estados que generan más empatía son el llanto y la risa. Desde luego, me quedo con la segunda. La sonrisa de una desconocida, o desconocido, por, pongamos por caso, no poneros de acuerdo en quién se mueve hacia qué lado para evitar la colisión puede arreglar el día más catastrófico. ¿No os ha pasado nunca?
Una sonrisa de las que multiplican por dos el tamaño de la boca y muestran la dentadura al completo es el mejor remedio contra los males. Pero no me refiero a esas sonrisas forzadas a las que recurrimos por obligación, para quedar bien. Ésas no valen. Tienen que ser sinceras, frescas, reales. Como las de un niño, como las de tu hijo que se deshace de risa por las cosquillas. Bueno, eso más que sonrisas son carcajadas; anda que no llenan.
Una sonrisa de agradecimiento; de reconocimiento, la que ponemos cuando nos encontramos de forma inesperada con alguien a quien apreciamos, a quien queremos pero no vemos todo lo que nos gustaría. Y las sonrisas del otro reconocimiento, las que exteriorizan la alegría y el orgullo por el éxito, por insignificante que sea.
Las sonrisas de pura alegría son las mejores. Ser testigo de esas sonrisas lo hacen reconciliar a uno con la humanidad. La de una madre que acaba de serlo, la de un padre cuyo hijo le dice sin rubor esas palabras mágicas que a todos nos encanta escuchar: “te quiero”, la que precede a un abrazo de puro amor entre amigos… Lo habitual es que esas sonrisas vayan acompañadas de lágrimas, lágrimas que en estos casos también tienen poderes curativos.
Nos encanta sonreír y, en cambio, la gente se corta mucho de hacerlo. La actual norma dominante de comportamiento en público parece ser poner cara de pez, si puede ser un pez un poquito asqueado, y no importunar a nadie con expresiones faciales inadecuadas. Con lo bien que nos sentiríamos sonriéndonos unos a otros.
Estar puteado, asistir perplejo al espectáculo diario del que formamos parte involuntariamente, no es excusa para vetarnos las sonrisas. No les demos el gusto de permitirles arrebatarnos también eso.
¿Cuáles son vuestras sonrisas preferidas?
Las de los niños, en general, más los tuyos claro, pero en general las de los crios.
Este año tuve el honor de hacer de Gaspar en la cabalgata del pueblo, es cansado porque son muchas horas, pero ver esas miradas y esas sonrisas te pagan (de hecho es lo único que cobré) la ilusión con mayúsculas, luego la vida nos hace ajoporros, pero ains la niñez y sus sonrisas..
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Sí, los niños en su inocencia infinita tienen la virtud única de hacernos felices… y de sacar al monstruo que llevamos dentro diez segundos después. Gracias por comentar!
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Magnífico, profe. Has tocado mi fibra sensible, ¡que bello es gozar una sonrisa!
Pues para ahí van tres sonrisas para tu casa. Un abrazo
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Bienvenidas son. Abrazos a repartir por esa casa tan risueña! 😉
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¡Salud!
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¿Mis preferidas? Todas. Pero si me fuerzas a hacer un ranking van a tope las de los niños.
Y para nuestros niños interiores dejo aquí unas… 🙂 🙂 🙂
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Esos niños interiores que no crezcan nunca. Qué sería de nosotros si perdiéramos la espontaneidad y la frescura. Gracias por pasarte por aquí con tus sonrisas. Un abrazo!
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La sonrisa hace que se abran muchas puertas, son verdaderos puentes entre desconocidos y son como tiernos abrazos en los que queremos.
He estado unos días de viaje y me he llevado tu libro, ha sido un buen compañero. Me está gustando mucho, sobre todo cuando es la crónica del padre en su diario, unas palabras llenas de sabiduría, has sabido dar una voz especial.
Una sonrisa y un abrazo Benjamín
Cristina
P.d. Tienes una familia encantadora, te la mereces
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Muchas gracias, Cristina. Eres muy amable. Me alegro de que te esté gustando el libro y comparto al 100% tu reflexión acerca de las sonrisas.
La verdad es que sí, tengo una familia encantadora. Tú tampoco vas mal servida. 😉
Un abrazo!
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😊😊😊
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