Esta semana ha comenzado en Buenos Aires el juicio al Plan Cóndor que las dictaduras argentina, chilena, boliviana, peruana, brasileña, uruguaya y paraguaya llevaron a cabo durante los años 70 y 80 para aniquilar toda oposición democrática. Entre los que se sientan en el banquillo de los acusados, un total de 25 represores, se encuentra el exdictador argentino Jorge Rafael Videla. En Argentina ya se han desarrollado procesos similares durante los últimos años, que han determinado la condena de varios responsables de las atrocidades que se cometieron durante la dictadura, entre ellos el propio Videla. Ahora, por primera vez, se juzga la estrategia coordinada de los diferentes regímenes.
Cada vez que leo una noticia de este tipo me invaden dos sentimientos contrapuestos. Por una parte, la satisfacción de comprobar que, aunque tarde, por fin los criminales acaban pagando sus crímenes. Por otra, la vergüenza y la indignación de vivir en un país donde asesinos mayores que los que se juzgan en Argentina jamás serán ni tan siquiera reprendidos públicamente por su actuación durante 35 años de dictadura. Y lo peor no es eso -siendo inimaginablemente grave-, sino que miles de víctimas de la represión franquista permanecen todavía hoy en el anonimato oficialista, condenadas al olvido «para no abrir viejas heridas». Las cunetas están repletas de cadáveres invisibles y los cementerios llenos de fosas comunes con los restos de seres humanos que probablemente nunca recuperarán su identidad.
Aquí nos atrevemos a dar lecciones de moralidad y nos apropiamos de conceptos como democracia, descalificando a la ligera realidades que sólo conocemos de oídas. Nos atrevemos a llamar dictador a una persona que ganó limpiamente todas las elecciones a las que se presentó, olvidando que aquí tuvimos un dictador de los de verdad, que se hizo con el poder tras una guerra y que gobernó con mano de hierro, asesinando y represaliando a todo aquel que se atrevía a pensar diferente. Un dictador que jamás ha sido condenado por sus actos. Miembros de su régimen continúan hoy en día ejerciendo actividades públicas. Uno de ellos, alabado por su talante democrático tras morir en enero de 2012, fue durante años el líder de la oposición y presidente de una comunidad autónoma. Pero en Venezuela existe un régimen dictatorial. Inaudito.
No pretendo alabar la obra y milagros de Hugo Chávez, entre otras cosas, porque no dispongo de la información necesaria para hacerlo. Yo no he estado nunca en Venezuela ni conozco a nadie que haya estado, así que lo único que puedo decir es que Chávez fue un presidente democrático, porque su pueblo lo quiso así. Si su política fue buena o un desastre, no lo sé. Lo que sí es incuestionable es que mucha gente que vivía en la miseria antes de su llegada ahora llora su muerte.
De todas formas, este post no va sobre Chávez, sino sobre la vergonzosa doble moral que calzamos en España. No tenemos legitimidad para descalificar democracias ajenas cuando la nuestra está construida sobre una mentira. Nuestra democracia no ha roto jamás con la dictadura que la precedió, y es una vergüenza que dirigentes políticos aboguen por el olvido en pro de la unidad y el progreso. Claro que sí. Total, que haya unos pocos de miles de familias que nunca encontrarán la paz, que jamás podrán olvidar que les arrebataron a su padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hijo, hija, etc., no es más que un pequeño daño colateral que con el tiempo desaparecerá. Y tienen razón, porque cuando todos los que mantienen el recuerdo abierto mueran ya no habrá quien reclame justicia.
Quiero aprovechar este espacio para compartir el prólogo que he incluido en mi novela ‘El viaje de Pau’, donde el rescate de la dignidad, la búsqueda de esa justicia sistemáticamente negada a los perdedores de la contienda, es un tema fundamental. Espero que os guste.
«El viaje de Pau empezó hace unos cinco años, en el autobús que me llevaba del trabajo a casa, de Montcada i Reixac a Badalona. Tenía una nueva libretita que había editado la Generalitat con motivo del Día internacional contra la violencia machista y un día decidí que era un buen lugar donde comenzar a explicar la historia de Pau.
Ha sido un viaje largo, sobre todo porque ha sufrido largas interrupciones. Anteriormente ya había iniciado lo que pretendía que fueran novelas, pero pronto acababa por quedarme sin argumentos. Esta vez, sin embargo, estaba bastante seguro de que iba a acabarla. Y la oportunidad llegó al quedarme en paro.
Al principio el viaje de Pau iba a ser muy sencillo. Un cambio de vida: dejar la ciudad y su rutina frenética pero monótona por la tranquilidad de un pueblecito de montaña. Tenía claro que ese pueblecito iba a ser Bielsa y su valle de Pineta, el lugar donde pasé los veranos más felices de mi infancia y adolescencia, y que siempre consideraré el sitio más bonito del mundo, forrado de bosques interminables y coronado por montañas impresionantes.
Empecé a buscar información sobre la vida de los pastores en el Pirineo Aragonés y entonces topé con la Bolsa de Bielsa. Al principio creí que se trataba de algún tipo de mercado de ganado, pero en realidad fue uno de los episodios de la Guerra Civil más destacados de los que ocurrieron en el Pirineo. La Bolsa fue el último reducto de resistencia de la República en Aragón, en el que la población civil jugó un papel fundamental. Unos 7.000 milicianos sin recursos materiales aguantaron durante meses el hostigamiento continuo del poderoso ejército franquista, refugiados entre las montañas, pero atrapados entre el fuego enemigo y la frontera francesa, que fue cerrada al abastecimiento militar.
Cuando la situación se volvió insostenible, la 73 división republicana decidió retirarse a Francia, evacuando antes a la población civil, miles de personas que cruzaron la frontera a través de montañas de más de 2.500 metros de altura, dejando atrás pueblos abandonados que serían arrasados por las bombas fascistas.
Tal descubrimiento histórico me dio argumentos para construir una trama más compleja que la original, de forma que el viaje de Pau sería no sólo un desplazamiento físico, sino también temporal, pero, sobre todo, un viaje interior que le supondrá al protagonista un impagable aprendizaje humano. En este recorrido tienen un papel primordial Sandra, una joven vital y espontánea, pero que arrastra una situación personal muy dura, y, sobre todo, Diego, el pastor.
El viaje de Pau es una historia de amor por la vida y por la naturaleza, un homenaje a las gentes del monte, y un reclamo de justicia para todas aquellas personas, miles en toda España, que todavía no saben qué pasó con sus familiares represaliados por la dictadura. La Guerra Civil acabó hace más de 70 años, pero hay mucha gente que, lamentablemente, aún hoy en día sufre sus consecuencias sin que los poderes públicos muestren el más mínimo interés por curar sus heridas.
Sólo gracias a las iniciativas surgidas desde la sociedad civil está siendo posible que algunas de esas víctimas por fin obtengan las respuestas que siempre se les han negado en aras de una supuesta paz que, en realidad, sólo disfrutaron los vencedores de aquella terrible contienda.»
No me lo pierdo, gracias por tus reflexiones, Benjamin. en cuanto pueda me lo compro, y me has sorprendido muy agradablemente con la banda sonora de tu «trailer» acerca del libro, con la canción de Vetusta Morla, -Los dias raros; Intentaré escucharla en completo. Gracias chico.,
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Hola, Greta. Muchas gracias por tu comentario. A ver si puedes comprar pronto el libro, tú y mucha gente, claro, je, je… De momento lo están evaluando (eso espero) las editoriales a las que lo he enviado. Es un proceso lento. Pero, de un modo u otro, lo acabaré publicando, si no puede ser en papel, pues en formato e-book. En cuanto a Vetusta Morla, te recomiendo encarecidamente cualquiera de sus canciones. Ha sido un descubrimiento bastante reciente para mí, y se ha convertido en uno de mis grupos favoritos. Saludos!
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