«Fue bonito mientras duró». Las palabras de Guillermo Fernández Vara, líder extremeño del PSOE, resumen el pensamiento de buena parte de las ‘vacas sagradas’ del partido socialista respecto a su relación con el PSC. En los últimos días, desde que a Pere Navarro se le ocurriera pedir la abdicación del rey pocos minutos antes de la intervención de Alfredo Pérez Rubalcaba en el debate del estado de la nación, pesos pesados como Alfonso Guerra no han ocultado su escaso aprecio hacia los ‘hermanos’ catalanes. «No me siento en absoluto representado ni en esto ni en nada por el señor Navarro», dijo entonces el histórico número 2 del felipismo. Cuando ayer los diputados del PSC decidieron votar a favor de la resolución que presentaron CiU e ICV-EUiA para pedir el inicio de un proceso que culmine con una consulta vinculante en Catalunya sobre el derecho a decidir, el propio Guerra, con el apoyo de otros miembros relevantes del PSOE, puso abiertamente sobre la mesa la ruptura de una relación que dura 35 años.
Más Fernández Vara. Esta mañana ha asegurado que el acuerdo con el PSC sólo será posible si comparte la ‘E’ de España. Y ha añadido que, de hecho, el peso que tiene la familia socialista catalana para el resto del partido le está influyendo negativamente a nivel estatal: «Para sacar más escaños en Cataluña, hemos sacado muchos menos en otros sitios. Si fuéramos más fuertes en otros sitios, no tendríamos tanta dependencia del PSC».
Más allá de que pueda tratarse de reacciones en caliente, que en los dos personajes citados no lo creo, lo que está claro es que la convivencia entre PSC y PSOE parece cada vez más complicada. La cuestión catalana está dinamitando unas relaciones que ya hace tiempo que no andaban muy finas. Desde las filas catalanas aseguran que el PSOE comparte el modelo de Estado federal, en el que Catalunya tendría un encaje mucho más justo en España y, ciertamente, desde Madrid, en boca del secretario general del partido de vez en cuando se han oído tímidos acercamientos a esa idea, aunque también otras figuras relevantes se han mostrado claramente reacias a iniciar el camino de la reforma constitucional en ese sentido. Vamos, que la sensación que tengo es que ‘contentar’ a Catalunya no es una prioridad para el PSOE. Se trata más de un engorro que de una convicción.
Y luego está la postura de la, no lo olvidemos, candidata del PSC en las pasadas elecciones generales, Carme (¿o debería poner Carmen?) Chacón, que evita apoyar la decisión de voto de sus compañeros catalanes porque no quiere contribuir a la «ruptura» de España. Primero, apoyar la celebración de una consulta sobre la independencia en Catalunya no significa estar a favor de la independencia. No entiendo esa oposición cerril a que se escuche a la ciudadanía. En Gran Bretaña han acordado la convocatoria de un referéndum sobre la independencia de Escocia y lo que está haciendo el gobierno británico es defender con argumentos constructivos que lo mejor para Escocia es permanecer en el Reino Unido. ¿Por qué no hacen lo mismo en España? Esto forma parte de otro debate, pero es precisamente esa postura intransigente la que está alimentando las posiciones independentistas.
Siguiendo con el ‘caso Chacón’, lo que sí que hay que reconocerle a la mujer es la coherencia de poner el escaño a disposición del partido. Pere Navarro ya ha dicho que renunciar o no a él es una decisión de la diputada. No parece que le haga mucha ilusión tener que comerse este (otro) marrón.
Y ahí va mi humilde, ignorante y más que probablemente equivocada opinión: las ideas del sector catalanista del PSC (aparentemente mayoritario) no pegan ni con cola con las de un PSOE que en buena parte aún vive anclado en el concepto de España de hace 30 años. No tengo la más mínima esperanza en que este PSOE vaya a abordar a corto plazo la necesidad de una reforma valiente de la Constitución. Creo que la manera de pensar de tipos como Fernández Vara, donde la ‘E’ de España pesa más que la ‘S’ de socialismo (la ‘O’ de obrero hace tiempo que se perdió en el camino), está muy extendida en el ADN del partido al que representa, demasiado como para pretender cambiarla.
Así que lo más lógico sería que el PSC, si no quiere seguir diluyéndose en el panorama político catalán, rompiera definitivamente con el hermano español. El PSC dubitativo actual, que nadie que no sea militante sabe muy bien a qué juega, está condenado a la irrelevancia. Sí, la gente que continúa creyendo que el PSC es el PSOE de Felipe González les seguirá votando, pero también continuará sufriendo la fuga del voto de izquierdas y catalanista hacia opciones como ICV, ERC o las CUP. Por otro lado, esa postura ambigua respecto al soberanismo también le está costando perder apoyos en beneficio de una opción mucho más clara como es Ciutadans.
La situación es complicada, pero me atrevo a sugerir que la decisión más coherente, no sólo para el PSC, sino también para la izquierda catalana no necesariamente independentista, sería formar una gran coalición progresista junto a ICV-EUiA, manteniendo cada formación su propia identidad. El PSOE se presentaría en Catalunya con su propia marca, con lo que se pelearía con Ciutadans e incluso con el PP por los votos españolistas. Imagino que lo que no es más que una ingenua sugerencia de un humilde ciudadano de izquierdas, no nacionalista, que sigue confiando en la política para construir un sociedad más justa, a la práctica debe resultar más complicado que subir el Everest en bermudas, porque, claro, lo olvidaba, en el juego de la política hay muchos egos y orgullos que satisfacer.