‘Océano África’, crónicas desde el continente que no existe

Océano África - Xavier Aldekoa

Desde que escuché la entrevista que Javier Gallego le hizo a Xavier Aldekoa en ‘Carne Cruda’ tuve muy claro que Océano África era una lectura obligada. El periodista catalán lleva más de una década empapándose de ese océano inabarcable que, como decía Ryszard Kapuscinski, referente para todos los aventureros que, lápiz en mano, aspiran a descubrir sus tesoros, salvo por el nombre geográfico, no existe.

Ahora que he acabado la lectura compruebo que he marcado un montón de páginas donde aparecen reflexiones que merece la pena recordar. Pretendía salpicar este artículo con ellas, y lo haré, pero me voy a tener que cortar para no transcribir el libro prácticamente entero. No creo que ni al autor ni a la editorial Península les hiciera mucha gracia.

Océano África es un retrato de algunas de las numerosísimas caras que habitan el continente más estereotipado y, probablemente, más ignorado del planeta. No es un retrato paternalista ni escrito desde el rencor de quien ha vivido en primera persona multitud de situaciones que resultarían insoportables, por lo injustas, para la inmensa mayoría de quienes sólo nos acordamos de África cuando de vez en cuando las televisiones nos ofrecen imágenes de guerras y hambrunas. “Pobre gente”, nos lamentamos.

Xavier Aldekoa ha viajado al centro de esas catástrofes humanitarias, de las matanzas, de las hambrunas que han acabado con miles de personas, pero Océano África es mucho más que un magnífico reportaje de la tragedia. Es, sobre todo, la crónica personal de quien siente pasión por la riqueza y la diversidad humana de ese planeta tan desconocido.

Los capítulos dedicados a las guerras, en el Congo, la República Centroafricana, Somalia o Sudán del Sur, o a las hambrunas en Kenya, Yibuti y Somalia son estremecedores. No lacrimógenos, porque el autor no recurre en ningún momento a la sensiblería ni al chantaje emocional. Al contrario, procura ofrecer un relato lo más objetivo posible, sin que ello signifique renunciar a sus convicciones humanas. Leemos su crónica y las palabras transmiten escenas y sentimientos, los suyos, los de una persona que, pese a estar allí, a menudo lo único que puede hacer es observar y describir.

Esa sensación tan real de impotencia es difícil de sobrellevar, como la que debió sentir en una remota aldea de Sudán del Sur, aislada por la guerra y la sequía, donde las madres alimentaban a sus hijos con el “caldo” de la hierba hervida, cuando había hierba. “No tenemos nada. Por culpa de la guerra ahora hay más de nueve mil personas aquí y no hay nada que comer. Contadlo, por favor”, le pidió el líder de la comunidad. Y eso ha hecho.

El libro es muy didáctico, ayuda a entender fácilmente muchos de los males que asolan al continente, con varias referencias de historia y geopolítica que superan los tópicos a los que solemos recurrir en Occidente. Y también golpea a las conciencias. Aunque me temo que las que más deberían ser golpeadas no lo leerán nunca. No quieren saber, no les importa, de dónde proceden esos bonitos diamantes que lucen. Les da igual si para su obtención se arrasan aldeas y se esclaviza a niños.

Sin embargo, todos tenemos teléfonos móviles, aparatos electrónicos y repostamos gasolina. Para la fabricación de esos artilugios, imprescindibles ya en nuestras vidas, también se requieren valiosos minerales que se obtienen a menudo en minas ilegales o carentes por completo de medidas de seguridad, como las que hay en el Congo. “Aquellos hombres se jugaban la vida cada día en condiciones deplorables para poder sobrevivir. Eran el último eslabón de una cadena que empezaba en esas aldeas sin agua potable, electricidad, sanidad ni colegios y que, después de generar beneficios millonarios a intermediarios y multinacionales, terminaba en el cuello o en bolsillos de blancos como yo”.

El petróleo que multinacionales como Shell importan a Europa desde el delta del Níger ha destrozado por completo uno de los ecosistemas más bellos y de mayor diversidad del planeta, así como el modo de vida de miles de personas, abandonadas a su suerte o criminalizadas por el propio gobierno de Nigeria, que, según denuncia Xavier Aldekoa, se ha lanzado a una carrera por la modernidad faraónica gracias a los beneficios del oro negro a costa de dejar en la cuneta a amplias bolsas de población, condenadas a la marginalidad.

Océano África está impregnado de la esencia de esa enorme caja de sorpresas. No puedo dejar de transcribir la explicación del propio autor sobre lo que le motiva a querer descubrir más de ella: “Yo viajo a África para explicar que una niña congolesa se ata bolsas de plástico en los pies porque no tiene zapatos. Para intentar entender que en el Congo la gente no mata por salvajismo, mata por interés. Por el poder. Como en cualquier parte del mundo. Y para contar también que hay gente que no mata. Personas anónimas que, cuando todo se hunde a su alrededor, deciden proteger a los suyos, arriesgarse a ayudar al vecino y aceptar que pueden morir en el intento. Personas que sólo quieren vivir sus vidas y que les dejen en paz. Personas que, cuando el mundo se va al infierno, eligen tener el valor de ser seres humanos. Hay millones de personas así en África”.

Como los pigmeos del Camerún o los san del desierto del Kalahari, dos de las civilizaciones más antiguas de África (y, por tanto, del planeta), culturas riquísimas, con una concepción del mundo que gira en torno a la naturaleza y, por tanto, está muy alejada de la “modernidad”, del “progreso”, cuyo modo de vida está siendo erradicado por los gobiernos de Camerún y Botsuana. Cómo no, los intereses económicos asociados a la explotación de los recursos naturales están detrás. Y es triste comprobar cómo el pueblo pigmeo es víctima, además, del racismo de otros pueblos indígenas, como los bantúes, que ni los consideran humanos. La ignorancia, por desgracia, es una plaga extendida por todo el planeta.

A pesar de todo, Océano África no es un relato triste. Está plagado de anécdotas divertidas, de escenarios extraordinarios, de historias que son todo un descubrimiento para el lector, porque desmontan tópicos y, lo más importante, dotan de individualidad a cada uno de los habitantes del continente.

Los africanos no son unos seres desgraciados que merecen básicamente nuestra compasión, son personas, con sueños e inquietudes, que, como cualquier persona “normal”, aspiran por encima de todo a vivir en paz. Océano África les pone cara, les da voz y pide respeto por ellos.

Acabo con un último fragmento del libro, en el que Xavier Aldekoa reivindica el papel de la mujer africana, principal víctima de la violencia más descarnada porque es el pilar principal de la vida en el continente.

La mujer africana es el héroe olvidado de África. Porque no sólo es, aunque invisible, el motor del continente, sino que también es su pieza más fiable: una mujer africana jamás desaprovecha una oportunidad para sacar adelante a los suyos.

África no está perdida, está esperando a que las mujeres ocupen el sitio que les corresponde”.

9 comentarios sobre “‘Océano África’, crónicas desde el continente que no existe

  1. Te agradezco nos comentaras este libro, es un tema en el que me interesa profundizar. Con tu permiso lo compartiré, es importante que tengamos presente a África y a todos los que necesitan ser apoyados, de lejos o de cerca. Saludos.

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  2. Pues, con las palabras que le has dedicado, se antoja echarle un ojo. Ciertamente de África sólo nos llegan imágenes estereotipadas, pero no diría que sólo de África. ¿Qué sabemos de Australia, por ejemplo? ¿O qué hemos oído de Rusia, salvo las guerras, la mafia y esas cosas? Creo que esta clase de material hacen un bien inmaterial al mundo al mostrarnos que no todo es como nos lo cuentan. Podremos o no creer a su crónica, pero supongo que nadie podrá negar que es un contrapunto.
    Buena recomendación.
    Un saludo, Benjamín.

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    1. Las personas somos muy dadas a estereotipar. De ahí nacen los prejuicios. Supongo que, en parte, es un mecanismo de «defensa», para no sentirnos culpables por no interesarnos por lo que ocurre en otros lugares.
      Es un libro magnífico, basado en experiencias personales, sin pretensión de sentar cátedra, sino, simplemente, de reflejar una realidad desconocida para muchos.
      Un abrazo.

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