La labor social de los medios

barcenasAsistimos a un goteo continuo de casos de corrupción política y empresarial que está minando la confianza de la ciudadanía en este sistema disfrazado de democracia en el que vivimos. La situación es indignante y de lo más desmoralizante. Todos hablan de buenas intenciones, coinciden en que hay que tomar medidas para detener esta avalancha y recuperar la confianza del electorado, insisten en que la mayoría de los políticos es honrada… pero aprovechan la mínima oportunidad para echarse en cara las vergüenzas ajenas. El «y tú más» debería ser proclamado ‘fiesta nacional’, como los toros.

Ante tal panorama, cada vez cuesta más encontrar argumentos para ser optimista. Pues bien, voy a exponer uno: el papel de denuncia que están ejerciendo algunos medios de comunicación. Independientemente de los intereses partidistas y/o empresariales que les empujen a ello, es incuestionable que las informaciones que están apareciendo en los medios estos últimos meses están contribuyendo a abrir los ojos a la sociedad ante la orgía de desmanes a costa de lo público que durante años han estado gozando dirigentes políticos y empresariales. Las sospechas que podíamos tener (presuntamente) se están confirmando.

Está claro que la crisis que esa minoría privilegiada y sinvergüenza sólo conoce de oídas nos ha hipersensibilizado y ya no toleramos prácticas ilícitas que hasta hace poco se consideraban normales, inevitables. El hecho de que políticos manifiestamente corruptos hayan continuado ganando elecciones tampoco ha contribuido «mucho» a revertir la situación. Hemos sido una sociedad demasiado complaciente y cortoplacista, y debemos entonar el mea culpa por ello. Hasta que el lobo no ha acabado con la mitad del rebaño no hemos empezado a reaccionar.

El periodismo tiene una labor social que cumplir. Los medios deben informar y, desde luego, deben hacerlo objetivamente, pero ello no significa que tengan que aceptar lo que les cuentan los canales oficiales como verdades absolutas. El periodista tiene que informar desde la objetividad, pero con espíritu crítico, ya que entre sus funciones principales se encuentra la fiscalización de la actuación del poder. Ahora parece como si de golpe el cubo de la basura se hubiera llenado hasta el borde y, como nadie cambia la bolsa, los residuos rebosan.

Los medios han empezado a tirar de ese brick que sobresale, de aquel trozo de servilleta usada, de los restos del plato que se rompió el otro día… y se han encontrado con todo tipo de porquería debajo.

Algunas de las noticias que se han difundido últimamente son directamente basura, sin otra intención que la de desacreditar. El juego sucio, lamentablemente, no es ninguna novedad. Pero otras son fruto de un meticuloso trabajo de investigación. El caso Bárcenas y los sobresueldos en el PP; las prácticas neofeudales del vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández, en sus empresas; las escuchas ilegales presuntamente encargadas por el PSC para sacar los trapos sucios de CiU; el caso de las adjudicaciones de estaciones de la ITV que salpica al secretario general de CDC, Oriol Pujol; el (presunto) tráfico de influencias en la privatización de la sanidad en Madrid… Son algunos de los escándalos destapados recientemente por los grandes grupos mediáticos.

El Mundo y El País parecen competir por la próxima exclusiva. Está claro que no les ha dado un ataque repentino de compromiso social. Hay muchos intereses económicos y partidistas detrás, pero la realidad es que de su trabajo -denunciar las irregularidades que cometen los dirigentes políticos y empresariales- nos beneficiamos como sociedad, aunque sólo sea para despertar de nuestro letargo conformista.

Personalmente, creo que estos grandes medios han reaccionado empujados en parte por la labor incansable de movimientos sociales como el 15M, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (por cierto, enhorabuena por demostrar que la movilización social puede dar frutos incluso haciendo rectificar al partido que gobierna con mayoría absoluta), y multitud de activistas sociales anónimos que actúan en las redes sociales. Los medios tradicionales se han dado cuenta de que ya no es suficiente con hacer la crónica de la jornada. La inmediatez y el poder de difusión de Internet convierte en informador a cualquiera, así que la noticia es hoy más efímera que nunca. La prensa tradicional tiene que ofrecer un valor añadido, que debe pasar necesariamente por el periodismo de investigación.

En este punto me gustaría destacar el magnífico trabajo que, con recursos irrisorios, llevan a cabo pequeños medios como la revista ‘Cafè amb llet’, la primera en denunciar las irregularidades (presuntamente) cometidas por el ex alcalde de Lloret de Mar y diputado por CiU, Xavier Crespo -ahora cazado haciendo negocios con la mafia rusa-, quien (presuntamente) perpetró junto a otros políticos cercanos a CiU y el PSC un vergonzoso «desfalco» en la sanidad pública catalana.

Por último, no puedo pasar por alto el papel que en esta labor de concienciación social está desarrollando el programa ‘Salvados’. Jordi Évole, con su estilo simpático y campechano, saca los colores, semana tras semana, a quienes se aprovechan de los recovecos legales (e ilegales) de nuestra maltratada democracia para hacerse de oro a costa de la ciudadanía de a pie, que durante tanto tiempo ha permanecido inmutable ante los abusos del poder. Que un programa de reportajes consiga más de cuatro millones de espectadores la noche del domingo es el mayor de los brotes verdes para nuestra democracia. Es la señal de que por fin la gente quiere saber qué está pasando y quiere exigir responsabilidades a quienes nos han metido donde estamos. Que no se quede sólo en un brote.

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