El elevado coste de ser conscientes de la injusticia 

Europa se rinde de nuevo al belicismo. Pasan los años, los avances tecnológicos nos dejan boquiabiertos, pero hay algo que no cambia: la guerra. Armas más modernas, con el mismo objetivo: matar. La industria armamentística dirige el mundo, y hay que alimentarla para que siga generando dividendos. En vez de recurrir a todos los medios posibles para detener los conflictos vigentes, «nuestros» gobernantes nos avisan de que debemos prepararnos para los que vendrán, de modo que hay que invertir en «defensa»; es decir, en misiles, aviones de combate, bombas, tanques y toda clase de armamento. «Defensa», bonito eufemismo. «La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza», escribió George Orwell en 1984, cada vez menos distopía y más profecía. 

Ya hablan abiertamente de una guerra contra Rusia. No basta una década de enfrentamientos en Ucrania —sí, empezaron mucho antes de la invasión rusa, con años de bombardeos y destrucción de la región del Donbass por parte del propio ejército ucraniano—, los malditos intereses geoestratégicos determinan que hay que continuar enviando armas para que la gente se siga matando indefinidamente.  

Uno de los libros más maravillosos que he leído en los últimos años es La vida anterior de los delfines, de Kirmen Uribe (Seix Barral. 2022). En él, el autor relata su investigación sobre la vida de la intelectual húngara, activista por los derechos sociales, Rosika Schwimmer, una mujer excepcional que, entre otras cosas, impulsó el movimiento feminista internacional que luchó con la palabra por detener la Primera Guerra Mundial, y que antepuso siempre su conciencia pacifista a su propio bienestar. 

A finales de abril de 1915, en el Congreso Internacional de Mujeres celebrado en La Haya, Rosika pronunció un apasionado discurso a favor de la paz, en un momento en el que los jóvenes enviados al frente caían como moscas. «Quienes han muerto en el campo de batalla son hijos de todas nosotras. No son personas anónimas, sino hijos nuestros en plenitud de sus vidas, repletos de sueños y esperanzas malogrados; hijos nuestros que ya nunca más podrán sentir el calor del sol sobre sus rostros, ni contemplar la belleza de la luna llena; cientos de miles de jóvenes a los que no les queda nada, y por quienes nosotras debemos darlo todo; por ellos y por quienes no se resignan ante la barbarie». 

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