Resulta curioso cómo la música que de pequeño detestaba ahora me parece imprescindible. Recuerdo las mañanas de los fines de semana despertándome con la aburrida voz de Paco Ibáñez, que más que cantar hablaba sobre un soso rasgado de guitarra; o con aquellos tipos extraños que se hacían llamar Triana, que no se sabía si cantaban flamenco o rock, pero que en cualquier caso hablaban muy mal. Eso sí, las carátulas de los discos eran muy chulas. Mi hermano y yo pedíamos a mi padre que quitara aquella música rara. Preferíamos con mucho las divertidas e ingeniosas canciones de La Trinca.