III Congreso de Escritores: lecciones de vida

III Congreso de Escritores
De izquierda a derecha: Adrián Martín, José Ángel Jarné, José Luis Corral, Covi Sánchez, Emilio Lledó, Ramón Alcaraz, Toti Martínez, Benjamín Recacha, Antonio Garrido.

El domingo por la tarde mi cerebro había llegado al límite de almacenamiento mientras asistía a la charla número nisesabe del III Congreso de Escritores. A pesar del interés de lo que se estaba explicando, decidí salir de la sala para descansar la mente y acabar de despedirme de los buenos amigos que había hecho durante tres días inolvidables. En un rato ponía rumbo al aeropuerto de Asturias para regresar a Barcelona.

Y entonces, pocos minutos antes de marchar, recibo un sms de Vueling que me informa de que el avión no despegará hasta la mañana por culpa de la niebla. Así que me tengo que quedar una noche más. Os ahorro los detalles logísticos, que quedan resueltos rápidamente gracias a la eficiencia espectacular de un tipo que lleva incorporado de serie un radar con teléfono (responde al nombre de José Ángel), y a su ayudante, la mejor que nadie podría desear para la bendita locura que ha sido esta reunión de zumbados amantes de las letras (llamada Rebeca). También os ahorraré la surrealista conversación con la atención al cliente de la compañía aérea.

El caso es que el mal trago por retrasar unas horas el reencuentro con mi familia quedó compensado en parte por la oportunidad de prolongar la estancia en Gijón junto a gente estupenda, como los ya mencionados José Ángel y Rebeca, Covi, Adrián, Ramón, José Luis, y el resto de participantes en el congreso, la mayoría escritores que aspiran, como yo, a ganarse la vida con lo que más les gusta hacer.

Durante las horas previas se habían ido marchando algunas personalidades de las que dejan huella, como Antonio, Toti y Emilio, Don Emilio Lledó. Este tercer Congreso de Escritores será por siempre el congreso de Don Emilio, con mayúsculas, aunque él sea la antítesis del figurar, aunque durante los dos días que compartió con tantos aprendices procurara casi pasar desapercibido, no molestar, estar ahí para aprender. Sí, aprender. Creo que no me equivoco si digo que, a sus 89 años, ése sigue siendo el motor de su vida.

Emilio Lledó
Covi Sánchez, José Ángel Jarné y Emilio Lledó con su homenajeado cerebro.

Los ojos marinos, cristalinos, de Emilio Lledó brillan. Y sonríen. Y pienso que ésa es la clave de su longevidad, no sólo biológica, sino mental. El cerebro de Emilio Lledó (que muy acertadamente fue objeto de homenaje en la cena de bienvenida) es maravilloso. Visto y escuchado lo que he tenido el privilegio de ver y escuchar durante estos días, uno diría que en lugar de degenerarse con el paso del tiempo, el cerebro de Don Emilio no sólo se regenera, sino que va incrementando su capacidad. Y como mi amigo Adrián escribe en homenaje al profesor, en su compañía «lo único que deseo es escuchar».

Escuchar. Sin duda uno de los males de los tiempos que vivimos es que la gente no sabe hacerlo, desprecia los muchos beneficios que aporta el escuchar a las personas adecuadas. Durante mi estancia en Gijón he hablado, sin duda, pero sobre todo he escuchado con atención. A Emilio Lledó, a quien uno podría prestar atención indefinidamente, y a otros fenómenos, como el historiador y exitosísimo escritor José Luis Corral, el no menos exitoso Antonio Garrido, y la prolífica Toti Martínez de Lezea, cuyos libros se venden como rosquillas en Euskadi y Navarra. Un terremoto de mujer.

En el Congreso hemos compartido inquietudes, hemos conocido a otros autores que buscan la manera de hacerse hueco en el mercado, hemos recibido toneladas de información útil y hemos discutido. Nos hemos maravillado con la palabra de una figura del pensamiento de talla histórica, y los más afortunados hemos tenido la oportunidad de conocer la trastienda del mundillo editorial, institucional y político. Obviamente, voy a ser discreto, pero las charlas con José Luis Corral, por ejemplo, han sido como un cursillo acelerado de visita a las alcantarillas del sistema. «Vivimos en el país de la impostura», resumió (o algo muy parecido) en la última cena que compartimos, el domingo que yo debería haber tomado el avión hacia Barcelona.

Desde el mismo domingo empecé a pensar cómo enfocaría las crónicas sobre el evento. Tengo que dedicar un artículo a la mesa redonda que moderé, que irá acompañado con el audio; otro al acto de inauguración y al discurso extraordinario de Emilio Lledó; otro(s) a las distintas mesas redondas y charlas a las que asistí como público… ¿Y la crónica de ambiente? ¿La valoración del Congreso? ¿Los chascarrillos?

El volumen de información recopilada es tal que me ha costado bastante decidir por dónde empezar, así que lo he hecho por este post-pupurrí, del que aún queda tela por cortar.

Lo primero, que debería haber hecho ya, es felicitar con toda la efusividad de la que los bits son capaces a la Asociación de Escritores Noveles (de la que —atención, noticia— la última palabra será sustituida próximamente por otra que dé cabida también a los autores que ya no son noveles), por haber organizado un Congreso de un nivel que se me antoja imposible superar.

Cuando José Ángel me llamó hace más de un año para invitarme a participar pensé que quizás exageraban un poco con tanta previsión, pero después de vivirlo, y teniendo en cuenta que yo no era más que un insignificante engranaje de la cadena, lo comprendo perfectamente. Había mucho que preparar. El equipo organizador puede estar muy orgulloso porque todo (al menos hasta donde yo conozco) ha salido a pedir de boca.

III Congreso de Escritores
De visita turística en el impresionante complejo de la Laboral.

En lo personal, me llevo mucho más de lo que he dado. Y no es que yo haya sido rácano, sino que la avalancha de atenciones, consejos, buenas vibraciones y experiencias enriquecedoras ha sido desbordante. Esperaba aprender, conocer en persona a buena gente, llevarme recuerdos agradables, hacer algún contacto… pero es que todo se ha multiplicado por mil.

Por encontrar alguna pega, la bruma persistente que me impidió tomar alguna foto decente de la playa de San Lorenzo. La verdad es que podría haberlo hecho el viernes por la tarde, pero me quedé en la habitación descansando y leyendo (acabé El último paraíso, de Antonio Garrido; muy recomendable), y cuando salí del hotel ya había oscurecido. En cualquier caso, me he quedado con las ganas de pasear con calma por Gijón, una ciudad con mucho encanto.

Esa misma noche empezó a llenarse a marchas forzadas el depósito de los recuerdos imborrables, pues fui uno de los privilegiados que tuvimos el honor de compartir la cena de bienvenida al Congreso de Escritores con Emilio Lledó. Yo me había propuesto entregarle un ejemplar dedicado de El viaje de Pau, ignorante aún de lo accesible que iba a ser el destinatario. Lo hice al acabar la velada, pero podría haberlo hecho en cualquier otro momento, pues compartimos una segunda cena y varios ratos memorables.

Lo recibió muy agradecido y tuvo el detalle de asegurar que lo leería y que le gustaría. Sé que fue sincero; no hay duda de que ésa era su intención. Lo que pasa es que cuando se marchó el domingo por la mañana lo acompañaba una caja repleta de libros de otros compañeros de letras admirados, como yo, por su sabiduría, su calidad humana y su fino sentido del humor. La mejor manera que tiene un escritor de mostrar agradecimiento es regalando sus libros. Y yo me he sentido tan agradecido durante los tres días disfrutados en Gijón, que he regalado unos cuantos.

Espero que también se venda alguno. En el stand que la librería La buena letra montó en el congreso hubo ejemplares de Con la vida a cuestas, y gracias a la buena disposición de Rafa, uno de esos libreros que tanto ayudan a autores independientes as myself, en las estanterías del establecimiento gijonés también está disponible El viaje de Pau.

Yo me he traído conmigo varios libros: La venganza esquiva, de Adrián Martín Ceregido; Diez voces narrativas, recopilatorio de los diez años del Premio Luis Adaro de relato, regalo de la AEN a los congresistas; 40 colores, incluido el negro, volumen de relatos escritos por los socios de la AEN en conmemoración del décimo aniversario de la entidad, del que yo formo parte con el cuento La mujer de la montaña; e y todos callaron, de Toti Martínez de Lezea.

Qué mujer, Toti. Empezó a escribir a los 49 años y diecisiete después acumula casi medio centenar de obras, siendo la autora vasca (es de Vitoria-Gasteiz) que más libros vende. Vive de ello y, sin embargo, como ella misma dijo en un discurso apasionado (e improvisado, se “abalanzó” sobre el atril en un descuido de José Ángel, y como para pararla luego…) que maravilló a todos los presentes en la sala, «aquí no me conoce nadie».

Es cierto. Tampoco tengo la impresión de que Antonio Garrido sea especialmente conocido y, sin embargo, sus novelas se venden por miles en todo el mundo. Es curioso el funcionamiento del aparato mediático, como curioso (por no decir ridículo) es que la literatura histórica que ha llevado a José Luis Corral a vender cientos de miles de sus novelas, no sea considerada literatura por los puristas. Menudo hatajo de resentidos y envidiosos. Lamento si algún lector se ofende; a mí me ofenden la estupidez y la pretendida superioridad intelectual.

Hablaba de Toti. El viernes la tuve enfrente durante la cena. Todo fue muy tranquilo hasta que pronuncié las siguientes palabras: «Dolores Redondo», y descubrí que no tiene en muy buen concepto la popularísima Trilogía del Baztán que ha llevado a la autora donostiarra a ventas millonarias de sus novelas y a ganar el Planeta… uy, que eso forma parte de la trastienda… (Cuántas anécdotas jugosas sobre suculentos premios literarios que me voy a autocensurar…)

El caso es que a partir de la discusión sobre Redondo (a mí me entusiasmaron las dos primeras novelas de la trilogía, pero la tercera me decepcionó profundamente), el debate se animó. Yo no me corto; al contrario, me encanta discutir (siempre con respeto) cuando mi interlocutor demuestra capacidad de argumentación e ingenio. Y Toti los atesora a raudales. Su único problema es que es incontenible. «Me encanta el teatro», se justificaba.

Además de disfrutar de la compañía de fenómenos como Toti, José Luis, Antonio (un tipo muy cercano, serio en apariencia pero realmente divertido) o Ramón Alcaraz (profesor de escritura, sobre cuya charla dedicada a los errores que no debe cometer un escritor hablaré en otro artículo), también me hizo mucha ilusión encontrarme con autores tan anónimos como yo, que peleamos por nuestra cuota de protagonismo. Es el caso del ya referido Adrián Martín (un tipo prudente, tan majo como lo imaginaba), Margarita Pedrayes, que sorprendió a todos con su jam session gaitera en el llagar de Trabanco (se me hace la boca agua al recordar los manjares que nos sirvieron regados con la sidrina de la casa), o Merche Sáenz, autora de la divertida y muy entretenida Estricnina, a quien me hizo mucha ilusión saludar al acabar la mesa redonda que moderé.

Bueno, llevo 1.800 palabras y es el momento de poner un punto y seguido. Durante los próximos días (o semanas, teniendo en cuenta el mucho material disponible) iré publicando las crónicas del III Congreso de Escritores de la AEN, una experiencia que tengo la sensación, muy potente, de que va a suponer un punto de inflexión importante en mi carrera literaria. Aún es pronto. Tengo que dejar que las sensaciones reposen y reflexionar. Os iré contando.

14 comentarios sobre “III Congreso de Escritores: lecciones de vida

  1. Hola Benjamín,
    Me he movido por esa ciudad y he vivido, junto a Covi y Jose, instantes similares a los tuyos. Momentos, para mí, inolvidables.
    Gracias por compartirlos.
    Un besazo.

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  2. Hola, Benjamín!!

    Qué suerte haber podido participar en ese congreso!! Muchas gracias por compartir tus experiencias. Estaré a la espera de las demás entradas sobre el congreso que tienes planeado publicar.

    Abrazos,

    Mayte

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  3. Me ha encantado. Me estoy poniendo al día con tus crónicas y me estoy proponiendo, además, escribirte ya mi carta. He comenzado a meterme un poco en esto del submundo literario (yo mismo he sacado un poco la basura en mi última pequeña presentación aquí en Antequera) y me encantaría que algún día me contaras algunos chismes. Seguros que tendremos tiempo algún día.
    Me hubiera encantado vivir lo que viviste y, como dices, te llevas una cantidad enorme de información y de buenas cosas. Es lo más importante. En este mundo hay que escribir bien, pero (y creo que es mucho más importante de lo que uno piensa) tener buenos contactos. Te sigo leyendo. ¡Un abrazo!

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    1. Los contactos son un elemento fundamental. Sin duda. Y la suerte. Pero como ese ingrediente es imposible controlarlo, hay que basarlo todo en la constancia y la calidad. Eso es lo que te puede llevar a dar con los contactos adecuados. Hay mucha tela que cortar. Me encantaría compartir en una larga charla las muchas cosas que aprendí y que, por prudencia, no debo airear aquí…
      También tengo muchas ganas de leer esa carta pendiente y conocer tus impresiones sobre esa incursión en el submundo literario. Llevas demasiado tiempo en silencio… 😛
      ¡Un abrazo!

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      1. Ahora mismo acabo de terminar de escribirte la carta. He alcanzado las 2000 palabritas y me dejo muchas cosas en el aire. No me da tiempo de montarla, así que lo dejaré para mañana. Tenía ganas de contarte cosas y también de agradecerte que, después de estos dos años y pico de carteo (más lo que llevamos cada uno en el blog), sigamos en el empeño y no nos cansemos de contarnos cosas. Tengo menos tiempo por el curso que estoy haciendo y escribo un poco menos que antes, pero sigo en la brecha. 😛
        Anotado queda esa quedada para airear las mierdecillas del mundo literario. Te cuento una estrategia comercial en la carta. No sé si la conoces, pero es otra de esas cosas que me hace pensar que el mundo literario está más descompuesto y huele peor de lo que uno piensa.

        ¡Un abrazo! Pronto esa carta. 😉

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