Insectos comunes

Nariz

Soy un insecto. “¡Insecto!”, me gritan por la calle. Total, por acercar mi prominente nariz más de la cuenta a los cuellos rosados, morenos, pálidos, descubiertos o cubiertos de melenas rubias, morenas, castañas, pelirrojas, plateadas incluso; cuellos sobre todo femeninos. Pero me malinterpretan. El mío es un interés exclusivamente científico. No hay motivación sexual alguna, ni la menor pizca de perversión, en mi interés olfativo por mis congéneres.

Al principio no discriminaba mis objetivos. Cual bella mariposa, simpática mariquita o apreciada abeja, iba volando de cuello en cuello, inundando mis fosas nasales de mil y un aromas que me hacían viajar al maravilloso reino de las fragancias. Era como introducirme en las páginas de una novela para dejarme transportar a mundos fantásticos y desconocidos.

Sin embargo, la tercera vez que me reventaron la nariz de un puñetazo, tuve que aprender a seleccionar dónde la metía. Descarté a la mayor parte de los hombres, a las mujeres acompañadas (por hombres, qué obsesión con sacar a pasear los puños), a los niños… Vamos, que mi universo olfativo quedó sensiblemente reducido, básicamente a mujeres solas o acompañadas de otras mujeres. No suelen pegar.

“¡Insecto!”, me espetan con desprecio, sin sospechar que no me ofenden en absoluto. También me llaman puerco, enfermo, pervertido, cerdo asqueroso, cabróndemierda e hijodelagranputa. Honestamente, eso ya es pasarse un poco. Yo sólo olfateo; nada de meter mano, ni siquiera un tímido piropo que pudiera dar lugar a malentendidos.

Porque, insisto, lo mío es sólo interés científico.

Esos insectos comunes que todo el mundo desprecia viven en una orgía aromática sin fin. Yo los admiro. ¿Cómo no hacerlo? Son máquinas perfectas de captar fragancias. Quiero aprender de ellos; necesito hacerlo. Mi nariz guía mis pasos y, aunque reconozco que no pocas veces me ha hecho llorar de dolor (esos puños intolerantes…), por nada del mundo cambiaría un modo de vida con el que me siento plenamente realizado.

Como esos insectos, intrépidos seres que deben sortear mil y un obstáculos para obtener su recompensa olfativa —y gustativa, no olvidemos que ambos sentidos están íntimamente relacionados—, yo disfruto de la vida. ¿O acaso se puede alcanzar la felicidad sin tener que hacer frente a las más elevadas dificultades? (Esos puños…)

Qué enorme placer, que sensación de triunfo, que sucesión de imágenes que aparecen cual revelación mística al alcanzar el objetivo, ese cuello que llama insistente desde la distancia…

“¡Insecto!” ¡Sííííííííí!, respondería, presa del éxtasis, aspirando profundamente, flotando en algún mundo sugerente. Pero no, todavía no he alcanzado el nivel de perfección insectívora. Todavía conservo el pudor humano, esa corrección tímida que me obliga a contener mi entusiasmo y a alejarme encogido y en silencio, aguantando la respiración para conservar el aroma mágico.

No soy un bicho raro. Me insultan y me agreden, pero también, de vez en cuando, he logrado alcanzar el súmmum, lo que la ignorancia humana denomina “experiencia extrasensorial”. A veces pasa, acercas con delicadeza la nariz a la piel ajena, aspiras con cuidado, y notas cómo las moléculas olorosas ascienden entusiasmadas, acariciándote los conductos olfativos. Pero eso no es lo mejor. Lo que conduce al súmmum, a la explosión de placer, es tener la certeza de que ese cuello cuyo vello se eriza, cuya epidermis celebra el encuentro, pertenece a otro “insecto”.

Obviamente, tan feliz coincidencia sólo puede acabar con el intercambio apasionado de fragancias corporales, sin pudor, sin vergüenza, sin sentir el desprecio de la ignorancia.

Tercer ejercicio del creciente grupo de experimentación literaria ‘Insectos comunes’. En esta ocasión, el único requisito era que el relato estuviera inspirado en el concepto «insectos comunes». A continuación, los relatos del resto de miembros del club:

Angelo’s Universe

Autotomía Relatos

Relatos Magar

LaRataGris

Cerdo Venusiano

Letras Que Se Mueven

Universos Jean Rush

10 comentarios sobre “Insectos comunes

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