¿Qué puede más: el egoísmo o la empatía?

Miedoceno Forges

¿Es el ser humano bueno por naturaleza? ¿Es más poderosa la empatía o el egoísmo? ¿El ansia de poder o la voluntad de compartir? Viendo cómo está el mundo y haciendo un rápido repaso a la historia de la humanidad parece que las respuestas son evidentes.

El viernes pasamos el día con unos amigos y, tras la comida, surgió un interesante debate en torno a la naturaleza humana. El miembro masculino de la otra pareja defendía que las personas somos egoístas desde que nacemos; que el instinto de supervivencia es más poderoso que cualquier otro y que si tenemos la oportunidad haremos lo que esté en nuestra mano para satisfacer nuestras necesidades independientemente de cuál sea la situación de nuestros semejantes. Además, teniendo en cuenta el entorno social en el que crecemos, esas necesidades van aumentando, de forma que no nos conformamos con ver cubiertas las básicas, sino que siempre queremos más.

Es una visión poco optimista, desde luego, pero en mi opinión se acerca mucho a la realidad. Cuesta argumentar lo contrario teniendo en cuenta, como decía, nuestro bagaje como especie. El miembro femenino de la otra pareja se enfadó bastante con su compañero. Ella, igual que mi señora esposa, tiene una visión infinitamente más edulcorada sobre el ser humano. Ambas defienden que las cosas están cambiando y que llegará un momento (esperemos que no tarde mucho) en que el “bien” reinará sobre la Tierra. Reducido a términos tan simplistas puede resultar un pensamiento ridículo, infantil. No es mi intención burlarme de mi amiga y de mi compañera (más me vale). Ellas están convencidas de que las nuevas generaciones (por Dios, no confundir con los polluelos de gaviota… o aguilucho) desoirán los preceptos del poder y serán capaces de construir una sociedad basada en el respeto, la empatía y la igualdad. “Envidio” su fe en la humanidad y deseo de corazón que tengan razón, pero reitero que echando un ojo a lo que pasa en el mundo tal pensamiento lo más que puede aspirar es a convertirse en el guión de una película de Disney.

En los últimos años están surgiendo líneas de pensamiento filosóficas, religiosas, terapéuticas incluso que van en esa dirección. Incluso a nivel práctico está tomando fuerza un movimiento que plantea cambiar de forma radical los postulados económicos que dirigen y controlan el mundo. Se trata de la economía del bien común, una especie de capitalismo amable que, lejos de pretender el enriquecimiento obsesivo, el crecimiento sin más objetivo que el propio crecimiento, plantea un sistema en el que el objetivo sea el bienestar de la sociedad en su conjunto, evitando la acumulación de riqueza en unos pocos bolsillos, y premiando los comportamientos empresariales respetuosos con el medio ambiente y los derechos humanos, entre otras muchas cuestiones. Capitalismo social podría ser una buena denominación.

Yo no creo que el ser humano sea “malo” por naturaleza, aunque sí opino que hay individuos predispuestos a imponer su voluntad sobre el resto. Sólo así se explica la historia de la humanidad. Si nos fijamos en la naturaleza, la mayoría de seres vivos funciona así: el más fuerte se impone para garantizar la pervivencia de la especie. En el caso de las personas el más fuerte no tiene por qué ser el más poderoso físicamente, sino el que sea capaz de convencer al resto mediante las ideas… o el miedo.

Opino que aunque en una comunidad haya una mayoría de integrantes constructivos, cooperantes y empáticos, si se cuelan unos pocos elementos destructivos lo normal es que la paz desaparezca de esa comunidad. Siempre he pensado que el sistema sociopolítico ideal sería el anarquismo. Lejos de la connotación negativa que la palabra tiene hoy en día, se trata de una ideología que propugna la igualdad de todas las personas y que confía en la capacidad de autogestión del ser humano, cosa que haría innecesaria la existencia de figura de poder alguna. Desgraciadamente, el anarquismo es una utopía porque el ser humano ansía el poder. Cualquier comunidad que se rigiera por ideas anarquistas acabaría fracasando porque irremediablemente acabaría apareciendo quien reclamara el poder y a su alrededor quienes vieran la oportunidad de obtener su cuota.

El otro día, en el primer ‘Salvados’ de la nueva temporada, Arturo Pérez Revete (que no sería mi modelo ideológico a seguir) dijo algo que resulta inquietante porque probablemente sea lo que acabe pasando. Era algo así como que la gente está esperando a que pase la crisis para volver a hacer exactamente lo mismo que hacía antes de quedarse a dos velas. Es decir, volver a comprarse un coche más grande, una tele más grande, una casa más grande, unas vacaciones más lejos… Espero que se equivoque y que hayamos aprendido algo de todo lo que estamos sufriendo.

Quienes dirigen el cotarro confían en que no aprenderemos nada y seguiremos comiendo de la sopaboba. Deberíamos ser muy conscientes de que nada volverá a ser igual. De que con las actuales reglas del juego tendrán que pasar décadas para que la mayoría de la sociedad pueda pensar en comprarse una tele más grande; de que seguirán apareciendo individuos oportunistas que se arrimarán al ascua del poder y que harán todo lo posible para que todo siga igual.

Yo creo en la bondad de las personas. Sé que hay gente que se alegra del bien ajeno porque lo compruebo a diario. Sé que la empatía es un sentimiento muy poderoso, y el día a día está lleno de ejemplos de personas que dedican su vida o lo que pueden de ella a procurar el bienestar de otras personas. La pena es que una bomba destruye en segundos lo que ha costado décadas construir. A ver quién encuentra la clave para eliminar el poder de las bombas, de quien manda lanzarlas, de quien manda fabricarlas. A ver quién encuentra la clave para evitar que el interés de unos pocos, muy pocos en realidad, se imponga sobre las necesidades, los deseos, las esperanzas de muchos, la abrumadora mayoría en realidad.

21 comentarios sobre “¿Qué puede más: el egoísmo o la empatía?

  1. Yo estoy con las féminas y con la naturaleza «buena» de los humanos, aunque bien es cierto que hay algunos predispuestos para infligir sufrimiento sobre los demás. Si miramos a nuestro alrededor, la gran mayoría de las personas con las que nos relacionamos, supongo que por la lógica de la afinidad, son «buenas» . Socialmente, es necesario fomentar el espíritu crítico para que no olvidemos este momento de crisis generalizada, lejos de eso, sirva para ese cambio del que hablas, que ya se está produciendo a pequeña escala.
    Sobre el modo de neutralizar las dañinas bombas, hay un libro delicioso: «Las bombas de paz», de mi amigo Juan Peláez (escritor y periodista), muy recomendable y que trata este tema como una deliciosa historia de creativida y esperanza.
    Un abrazo.

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    1. Me apunto el título. 😉
      Mi impresión es que vivimos en una paradoja continua. La empatía es una sentimiento inconsciente. Nos alegramos con las alegrías ajenas y nos entristecemos con las penas. Pero, en cambio, cuando racionalizamos nuestra relación con el entorno tendemos a defender lo nuestro, a pensar en nuestro bien antes que en cualquier otra cosa. Creo que hay un poso educativo que viene de muchas generaciones atrás que nos frena para mostrarnos como realmente nos gustaría. Es, por ejemplo, como cuando reprimimos una carcajada en un sitio público. ¿No resulta absurdo? Un abrazo!

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  2. En la naturaleza hay lucha de especies (de clases) y en la sociedad humana luchan los percebes y los salmones (¿recuerdas lo leído recientemente?). Fue a raíz de la imposicición ideológica del individualismo como forma de consumo, que la clase se diluyó en un conjunto de individuos luchando entre sí ante las risas y el provecho de quienes coparon el poder.

    Mientras esto no cambie, la cosa irá a peor. Y es difícil que cambie.

    Salud.

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    1. Yo también lo pienso, por lo menos a nivel global. Sí que confío más en que se vayan produciendo cambios a pequeña escala. Por ejemplo: puede parecer una tontería, pero los avances que estoy haciendo con mi novela se los debo en gran parte a la colaboración desinteresada de personas, como tú, que no tienen la más mínima obligación de implicarse en ello. Aunque seamos recelosos por naturaleza o por herencia, queremos tener motivos para cooperar con otras personas. Saludos!

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  3. Es muy difícil encontrar personas que, sin conocerte, decidan ayudarte. A no ser que busquen algo a cambio y vayan a salir beneficiados del trueque. Y desgraciádamente en esta vida me doy más cuenta de que cada vez nos necesitamos más los unos a los otros para salir de según qué situaciones difíciles. Sin ir más lejos las ONG’s necesitan más voluntarios y más ingresos para poder salir adelante y seguir ayudando a los más necesitados.Ojalá el futuro sea así como planteas al final de tu texto y comprendamos que no somos enemigos unos de otros. Pero ya verás que estará el lobo con piel de borreguito de turno que sacará las fauces para aprovecharse. Este mundo es así. Una pena.

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    1. La teoría y el análisis de nuestra historia nos dice que, efectivamente, las cosas funcionan así, pero como le decía a Verónica, mi experiencia personal contradice el cliché. A mí sí que me está ayudando la gente, incluso desconocida, a llevar adelante mi proyecto personal/profesional. Vale, gran parte de esa ayuda es básicamente moral, pero no exclusivamente, y, en cualquier caso, la valoro mucho, porque nadie está obligado a prestarme siquiera su tiempo. Insisto en que las personas estamos predispuestas a apoyar a otras personas, si bien el poso cultural y el contexto social nos «obligan» a ser desconfiados.
      Desde luego, siempre habrá oportunistas y gobernantes que para mantener el status quo hagan lo posible por que nos miremos con recelo. Saludos!

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  4. Apoyo mutuo y competencia feroz: ambas, digamos cualidades, forman parte de nuestra naturaleza. El primero no niega a la segunda. Sin embargo creo que el individuo tiene que esforzarse para que prevalezca la empatía, solidaridad, o como queramos decir, en esa lucha interna a la que nuestra naturaleza y cultura nos someten. Saludos.

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    1. Estoy de acuerdo. Siendo sólo egoístas sería imposible que la especie humana hubiera tenido tanto éxito. El contexto cultural determina cuál de las cualidades se impone, y en la actualidad, como dices, debemos hacer lo que esté en nuestra mano para relegar al egoísmo. Difícil, sin duda, porque este capitalismo salvaje nos ha inculcado durante demasiado tiempo que lo que importa es ser mejor (tener más) que el vecino. Saludos.

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  5. Hola Benjamín!

    Yo estoy con las chicas… después de que le preguntes si son más egoístas o empáticas cuando se trata de el bienestar de sus hijos.

    En la mas profunda maldad de la guerra, es sus rincones más aterradores encontrarás la naturaleza del ser humano. Tan despiadadamente egoísta como para matar por un trozo de pan y tan dolorosamente altruista como para dárselo a su hijo y después morir de hambre.

    Cuestión de perspectiva. Saludos!

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    1. No sé por qué tu comentario se había colado en la bandeja de spam…
      El ejemplo que pones es demoledor, desde luego. La prueba irrefutable de que los humanos vivimos en una paradoja terrible y absurda. Con lo fácil que sería invertir el dinero de las guerras en procurar el bienestar de las personas… Un abrazo!

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  6. Muy interesante, si es que no hay nada como las buenas compañías para que surjan temas interesantes.
    Eso sí, personalmente creo que juntar términos como «naturaleza» y «bueno/malo» inducen a confusiones irresolubles. Mientras que la naturaleza parece obrar por un instinto programado, los conceptos de bueno y malo provienen de un estadío que se escapa de lo natural: la cultura. Una característica propia y única de la humanidad, más arriba de lo social, compartida por otras especies animales.

    Y dentro de la cultura, está la la moral. Por este motivo, creo que a lo natural no se le puede poner la etiqueta de bueno/malo, simplemente es. Esos son conceptos humanos, y creo también que somos una mezcla de luces y sombras, somos buenos y malos al mismo tiempo. La moral es un producto humano, una invención con un propósito.

    Estudios en las áreas de antropología, arqueología y psicología demuestran que tenemos la capacidad para el mal, claro que sí. Y también que somos la especie más solidaria, que gracias a la ventaja de la cooperación y colaboración hemos llegado hasta aquí.

    Cierto es que debemos aspirar a algo más, y aquí sí que me refiero moralmente. Me imagino esta clase de debates en los diversos mandamases, copa y puro en mano, concluyendo con un «a quién le importa» y risotadas. Citando a Sun Tzu y Maquiavelo como filósofos de referencia.

    Por mi parte, creo que tenemos el potencial de ser «buenos». Parece que ser malo es fácil y que lo justifica todo. «Es que somos así». Y lo que crees es lo que creas, profecía autocumplida que justifica cualquier tropelía. Tenemos el potencial de ser como queramos ser. 😉
    Gran post, un abrazo!!

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  7. Esta entrada no te la podías perder. Ya estaba tardando el comentario del psicólogo, jajaja! Muy de acuerdo con todo lo que dices. Está claro que bueno o malo son conceptos inventados por las personas y que dependen del contexto cultural, pero una vez asimiladas las convenciones culturales no tenemos, como dices, justificación para no intentar cambiar las cosas. En nuestra cultura es inadmisible robar, matar, humillar, ser corrupto (bueno, hasta no hace mucho no tanto), empobrecer a tus semejantes, pero en cambio son cuestiones que están a la orden del día, mientras que parece que es de ingenuos soñadores querer hacer «el bien», aunque las personalidades políticas y empresariales se llenen la boca con ello haciendo gala de un ejercicio constante de cinismo.
    Creo que el deterioro moral de la sociedad, perpetrado a conciencia por las clases dominantes, ha conseguido que se instale una sensación de derrota generalizada entre la gente, que se ve sin ánimos ni fuerzas para dar la vuelta a la situación y, por tanto, mayoritariamente prefiere dejarse llevar y procurar simplemente por lo suyo.
    Pero todos tranquilos, que como cantaba Fifth dimension, entramos en la era de Aquarius… Más de 40 años llevamos esperando…

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  8. La verdad es que yo creo que hay de todo. Hombres buenos por naturaleza y otros que hacen daño aún sin querer. Ambos moldeables, creo yo.

    Pero también creo que las actitudes son contagiosas, así que vamos a probar a dar sin esperar nada, salvo convertir esa actitud en una epidemia.

    Lo malo es que las actitudes egoístas suelen estar acompañadas de orgullo, lo que hace creer que ese es el camino correcto. En fin, que cada uno ponga su granito de arena, a ver si conseguimos hacer un montoncito.

    ¿Ingenua? ¡Pues vale!
    Bss!

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    1. Está claro que el cambio tiene que empezar a pequeña escala, desde cada uno de nosotros, sin fijarnos ni desanimarnos por lo que hacen los demás. Puede ser una tarea desesperante, pero no podemos confiar en que la transformación de esta sociedad egoísta y aparentemente insensible vaya a surgir desde arriba. La decisión es sencilla: o aceptamos la realidad a la que nos han conducido y nos comportamos como «buenos» ciudadanos sumisos o nos rebelamos, lo que no necesariamente significa hacerlo a lo bruto, sino desde nuestro entorno inmediato. Un abrazo!

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