La bailarina

Aline Baños - Denis Cintra
Aline Baños – Autor: Denis Cintra

Estaba cansada. Agotada. Aquella noche había estado a punto de quedarse en casa. Tras ocho horas bregando con una variada gama de caras y voces agrias había salido asqueada de la oficina de atención al cliente de la gran superficie comercial donde trabajaba. «Menos mal», se decía, «todavía tengo trabajo», y así se sacudía la pesada sensación de fracaso, de vacío intelectual que la invadía cada día al final de la jornada laboral.

Su hermano, un sol de hombre, la había animado a que pusiera su mejor sonrisa y acudiera a la cita semanal con la clase de danza oriental. Pol dormía como un angelito. «Vete, Noe, no te preocupes. Ya sabes que el niño estará bien conmigo». A Pere le debía mucho, empezando por la sensatez. A sus 21 años era la persona más madura y responsable que conocía, y no lo había tenido nada fácil. Hacía menos de un año del accidente de Laia, y ahí estaba, ayudándola a superar lo suyo. Nunca había conocido a una pareja mejor avenida. Estaban hechos el uno para el otro, tan simpáticos, tan cariñosos, tan vitales, tan guapos… Es verdad, tenía que reconocer que los había llegado a envidiar e incluso a aborrecer a ratos, sobre todo desde “lo suyo”.

Mientras se cambiaba de ropa recordó la escena, jamás se le borraría. Estaba en el sofá, meciendo a Pol, embobada contemplando aquella carita redonda, perdiéndose en aquellos ojos enormes que la observaban curiosos. Cuando Ramón llegó del trabajo y se sentó en la silla, junto a la mesa, se dio cuenta enseguida de que algo no iba bien. Él esperó a que dejara al bebé, ya dormido, en la cuna y entonces, antes siquiera de darle un beso a su esposa, dijo: «Noe, esto no funciona… Tenemos que hablar».

Sintió que le clavaban un cuchillo en el corazón. Sentimientos encontrados se sucedieron a velocidad de vértigo. «Menudo cretino, será poco original… ¿Pero qué he hecho? ¿Qué he hecho mal? Será cabrón».

—Noe…

—¿Qué pasa, me dejas preñada y como no te gusta el resultado te largas?

—No, no tiene nada que ver.

—¿Desde cuándo?

—¿Desde cuándo qué?

—No te hagas el inocente. Todos los tíos sois iguales, tarde o temprano acabáis igual.

—No hay otra.

—¡Ja! Eso se lo cuentas a tu prima.

—Te lo juro, no hay otra mujer. Simplemente… Lo siento, Noe, pero… —la miró a los ojos y ella tuvo la certeza de que jamás podría volver a sentirse tan triste, tan vacía, como en aquel instante— ya no te quiero.

Notó cómo las lágrimas le resbalaban por la cara. Lloraba en silencio, repitiéndose una y otra vez aquella sentencia cruel, irreversible. Ramón acercó la mano a su rostro, quería acariciarlo, demostrar que el verdugo no era un monstruo… Pero fue un error. Aquel movimiento fue la espoleta que desencadenó la explosión.

—¡No me toques, desgraciado! ¡No me toques! ¡Déjame en paz! ¡Lárgate, no quiero verte nunca más!

El lloro silencioso se transformó en un llanto histérico, en una avalancha de indignación ante la cual a Ramón no se le ocurrió otra cosa que oponer un lánguido «Noe, vas a despertar al niño». Y aquello fue el colmo.

—¿Ahora te acuerdas del niño? ¿Ahora? —Por un segundo recuperó la compostura, lo justo para poner fin a aquella escena—. Haz el favor de marcharte. Esta ya no es tu familia.

Para entonces Pol lloraba con desespero. Ramón estuvo a punto de decir algo más, pero en el último momento agachó la cabeza y salió por la puerta. Noe cogió a su hijo en brazos y lo abrazó contra el pecho. El pequeño se tranquilizó enseguida y se volvió a quedar dormido mientras su madre retomaba el llanto silencioso.

La irrupción en el vestuario de sus compañeras de danza la devolvieron al presente. Acabó de ponerse la ropa de baile y se dirigió a la clase junto a dos jóvenes universitarias que pese al desolador panorama del país hacían animados planes sobre las próximas vacaciones.

Pronto harían una exhibición de lo ensayado durante el curso. Sería un número con público, pero a ella no le apetecía demasiado. Desde que Ramón se marchó se sentía como avergonzada, como si llevara una marca en la frente que revelaba sin lugar a dudas que había sido abandonada junto a su bebé. La gente que lo sabía tendía a mostrarse compasiva con ella, demasiado compasiva. Aquellas miradas de comprensión caritativa la incomodaban muchísimo. Ella sola se bastaba y sobraba para autocompadecerse.

Los tres primeros meses fueron terribles. Cayó en un mar de apatía y desesperanza y llegó un momento en que ni se planteaba salir de él. Su familia hacía todo lo posible por que se mantuviera a flote. Intentaban darle ánimos, sobre todo Pere y Laia, pero aquello era aún peor, porque veía en ellos, en la pareja perfecta, todo lo que ella estaba segura que nunca más volvería a tener.

Gracias a su familia Pol se mantuvo sano y feliz. A ella lo que la mantenía cuerda era el trabajo. Ese mismo empleo anodino que ahora la asqueaba la había salvado en parte de caer aún más bajo. La rutina le iba bien… y entonces Laia tuvo el accidente. Montaba una moto de gran cilindrada, de esas que cuando aceleran parece que van a despegar. Se empotró contra un camión que se había saltado un semáforo. Murió al instante. Eso es lo que dijeron los médicos, porque ni siquiera sus padres pudieron verla. Noe llegó a asumir parte de culpa por lo ocurrido. Tenía la horrible sensación de que sus celos habían tenido algo que ver.

Ahí estaba Dámaris, la profe. Un cuerpo envidiable, repleto de curvas que se movían de una forma tan sensual al ritmo de la música que en más de una ocasión le había llegado a poner la piel de gallina.

—Bueno, chicas, vamos a ver si recordáis todo lo que hemos estado ensayando.

La música empezó a sonar y su cerebro la llevó junto a Pere. Cómo había sufrido… Pasó dos días encerrado en su habitación, alejado del mundo, llorando, sintiendo un dolor inmenso, recordando. Al tercer día se presentó en casa de Noe con una maleta. «Hola, hermanita. Me vengo a vivir contigo y con mi sobrino. Nos sentará bien a los tres». Parecía imposible, pero había asumido la pérdida y estaba dispuesto a seguir adelante con su proyecto vital. Y no es que simplemente hubiera interiorizado la muerte de su novia y pretendiera dar la imagen de que estaba bien y no pasaba nada, no. Hablaba de Laia con frecuencia, sin dolor, sin nostalgia, siempre con una sonrisa. La homenajeaba viviendo, con naturalidad, mientras se trazaba su propio camino.

Así que a Noe no le quedó más remedio que levantar cabeza y empezar a superar “lo suyo”. Si Pere se había repuesto a una pérdida tan traumática en tiempo récord, ¿cómo iba ella a continuar atormentándose por una simple ruptura?

Notó cómo la música la llenaba, cómo la melodía la acariciaba, y se dejó llevar… Con cada giro que daba aquellos recuerdos que la incordiaban se iban alejando, diluyéndose en el tiempo. Se sentía bien. Su cuerpo obedecía a aquellos sonidos estimulantes y se iba llenando de energía.

«Vete a bailar, Noe. Siéntete viva. Déjate abrazar por la música y deja que tu cuerpo hable con ella».

Cuánta razón tenía su joven pero sabio hermano. Ya estaba en plena conversación, giro tras giro, contorneo tras contorneo. Todos los músculos de su cuerpo hablaban, podía escuchar su alegría. Estaban felices porque por fin volvían a sentirse libres.

13 comentarios sobre “La bailarina

  1. Precioso relato Benjamín!. La dureza de las situaciones propias nos hace aislarnos en un mar de sufrimiento y dudas, creyéndonos únicos. Y una mirada más allá de nuestro refugio, nos muestra que no somos los únicos y que cada uno lleva «lo suyo». Afortunadamente, cada crisis es una oportunidad de crecimiento. Orientarse hacia la belleza, en este caso de la danza, puede salvarnos de la vida…

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  2. Creo que por muy dura que sea tu vida, o aburrida, o gris, y precisamente para ayudar a cambiar esa percepción, es necesaria la empatía pero también la autoestima. Y para que crezca la autoestima hay que hacer cosas que a uno le gusten, le llenen, le hagan sentirse realizado. Gracias por tus palabras.

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    1. Menudo «elogiazo», David. Me guardo tu comentario en «favoritos». Con relatos como éste intento transmitir emociones, está claro, y el hecho de recibir un feedback como el tuyo es el mejor premio que pueda desear. Gracias!

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  3. Por fin he podido leerlo!!! Un 10 amigo, me encanta como describes que con cada giro los recuerdos se iban alejando, porque en realidad es así. Danzar es contactar con la música, fluir y desonectar del mundo. Yo empecé la danza oriental para olvidar las penas del corazón y la pasión por ésta termino curando y llenando mi alma. Te escribiré un mail prontito quiero comentarte una cosa. Saluditos, Ana Belén.

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    1. Te prometo que cuando empecé a escribirlo pensé en ti (no por la historia personal, por supuesto, que, evidentemente, no conozco, sino por tu pasión por la danza), y estaba seguro de que te iba a gustar. Espero con impaciencia ese e-mail. 😉 Un abrazo!

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