Prefiero un mundo con tigres, lobos y elefantes

Tigre al Acecho_800En los últimos días se han producido tres hechos que me han animado a dedicar esta entrada a los animales en peligro de extinción y a la protección de la naturaleza en general: una noticia publicada en ‘El País’ el 26 de febrero sobre el regreso del lobo ibérico a la Comunidad de Madrid; un vídeo colgado en la web de la Fundación Oso Pardo en que se observa a estos magníficos animales activos en pleno invierno en la Cordillera Cantábrica; y la entrevista que el programa ‘Singulars’ de Televisió de Catalunya dedicó la semana pasada al director del programa de especies de World Wide Fund for Nature (WWF), Carlos Drews.

La naturaleza es una de mis grandes pasiones. Disfruto cuando estoy en la montaña o en medio de un bosque, rodeado de árboles, oyendo el sonido de las hojas agitadas por el viento, relajándome con el canto de los pájaros y con el borboteo de las aguas nerviosas de los riachuelos. Confieso que me emociono cuando diviso un águila u otra rapaz surcando el cielo, y no digamos si tengo la suerte de toparme con una serpiente, un lagarto, un lirón, una ardilla, una marmota o incluso un sapo. Divisar en la distancia un sarrio me pone al borde de la taquicardia, y siempre he pensado que si un día tuviera la fortuna de ver un lobo o un oso en su entorno natural me sentiría inmensamente feliz.

No concibo que alguien encuentre placer en matar un animal salvaje a sangre fría. No entiendo qué mérito puede haber en derribar a un elefante, un lobo, un oso, un león o un rinoceronte mediante un arma de fuego. Esa ansia destructiva ha llevado al ser humano a extinguir multitud de especies, y aún hoy en día hay un gran número al borde de la desaparición. Gracias a que existen organizaciones como WWF, Greenpeace y otras menos conocidas, así como mucha gente anómima concienciada, todavía podemos disfrutar en estado salvaje de tigres, rinocerontes, ballenas azules, orangutanes o linces ibéricos, aunque su supervivencia depende de un precario equilibrio que en cualquier momento, si bajamos la guardia, podría romperse.

Dos ejemplos cercanos de especies en peligro son, además del lince, el oso pardo y el lobo ibérico. La recuperación de la población de lobo vuelve CanisLupusSignatusa chocar con el recelo del ser humano. Tras haberlo llevado al exterminio hace algunas décadas, este cánido paradigma de la superación y la supervivencia está reconquistando territorios de los que había sido expulsado sin miramiento alguno. Pero no lo va a tener nada fácil para consolidarse, pues el hombre no está dispuesto a permitirlo. La convivencia del lobo con las actividades ganaderas no es fácil, desde luego, pero sería bueno que desde las instituciones públicas se buscaran soluciones imaginativas, como hacen las organizaciones ecologistas, para hacerla posible. El lobo es patrimonio de todos, y ahora que tenemos la oportunidad de corregir errores del pasado no podemos permitirnos volver a repetirlos. Desde luego, autorizar su caza no me parece una buena solución.

Algo parecido se podría decir del oso. Su expansión no es ni de lejos comparable a la del lobo, pues cuenta con poblaciones muy escasas a lo largo de la Cordillera Cantábrica y más escasas aún en los Pirineos. Pero aún así, siendo como es una rareza en estado natural, la posibilidad de reintroducirlo en los que habían sido sus hábitats durante milenios se ha topado una y otra vez con la oposición frontal de la población ganadera. Viendo el vídeo de la Fundación Oso Pardo habría que preguntarse por qué no es posible encontrar soluciones que permitan compatibilizar la actividad humana con la natural. Un animal tan extraordinario tiene derecho a vivir en libertad.

El tráfico de animales es la cuarta actividad más lucrativa del mundo. Se estima que genera un volumen de negocio superior a los 7.500 millones de euros anuales, e incluye desde el exterminio de elefantes para arrancarles los colmillos, de rinocerontes para cortarles el cuerno por sus supuestas propiedades ‘mágicas’, de gorilas para vender sus manos y su carne, y de tigres para usar sus huesos en la elaboración de medicinas, hasta la captura de aves, reptiles y primates para venderlos en Occidente. Por supuesto, por cada uno que llega a la tienda en condiciones aceptables unos cuantos ejemplares habrán muerto en su camino de cautiverio.

marfilAquí todos podemos aportar nuestro granito de arena en pro de la supervivencia de la vida salvaje. Por ejemplo, no comprando productos de marfil, que son el motivo por el que se caza a los elefantes, o informándonos sobre la procedencia de esa serpiente tan bonita o de ese periquito tan simpático antes de comprarlo. Debemos tener en cuenta, además, que el hecho de que el tráfico ilegal de especies sea tan lucrativo está siendo utilizado como una vía rápida de financiación por grupos armados que actúan en África, y que protagonizan auténticas atrocidades. Así que es muy probable que esa pulsera de marfil tan bonita que compraste en el viaje a Thailandia esté manchada no sólo de la sangre del elefante al que asesinaron para extraerle los colmillos, sino también de personas inocentes.

Esta semana se ha producido una noticia que abre una puerta a la esperanza respecto a la supervivencia de los elefantes. Bangkok acoge estos días la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES). Pues bien, durante la jornada de inauguración WWF entregó a la primera ministra del país 1,5 millones de firmas de personas de todo el mundo que reclaman el fin del comercio de marfil, y Shinawatra Yingluck ha anunciado que su gobierno tomará las medidas necesarias para ello. Es un primer paso.

Ahora sería bueno que otros gobiernos, como los de Vietnam y China hicieran lo mismo para impedir el comercio del cuerno de rinoceronte, que en Vietnam creen que cura el cáncer, y de todo tipo de productos derivados del tigre, que son usados por la medicina tradicional china.

Otra especie en inminente peligro es el oso polar. La desaparición a pasos agigantados del hielo ártico prácticamente ha puesto fecha de caducidad a este espléndido animal, pero además los planes de llevar a cabo prospecciones petrolíferas en el Polo Norte no contribuyen nada a albergar un mínimo de optimismo respecto al futuro de una de las escasas zonas vírgenes del planeta. Es por ello que Greenpeace ha puesto en marcha una gran campaña que, bajo el lema ‘Salvemos el Ártico’, ha logrado implicar a millones de personas y, de momento, ya ha conseguido que la compañía Shell aplace sus pretensiones. De nosotros, de los seres humanos anónimos, depende en gran parte el futuro del planeta y de su riqueza natural. Las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar de los tigres, los elefantes o los osos polares igual que lo hacemos nosotros, aunque sólo sea a través de la tele.

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